(24 de abril de 1943)

 

Sábado Santo

 

 

La doctrina de la misericordia.

 

Aparición a María Magdalena

 

 


 

María, que estaba fuera llorando junto al sepulcro... se volvió hacia atrás y vio derecho, en pie, a Jesús... Y Jesús le dijo: 'María'  

 Procede, por tanto, que la primicia de su resurrección vaya a aquella que encabeza a los pecadores redimidos.

    ¡Oh! El nos toma con sus manos traspasadas

 


 

Mientras se canta el "Gloria" en las iglesias...

 

María, que estaba fuera llorando junto al sepulcro...

se volvió hacia atrás y vio derecho, en pie, a Jesús...

Y Jesús le dijo: 'María'

 

Una de las cosas que más me hace reflexionar sobre la doctrina de misericordia de mi Jesús es el episodio que se lee en el Evangelio de San Juan: "María, que estaba fuera llorando junto al sepulcro... se volvió hacia atrás y vio derecho, en pie, a Jesús... Y Jesús le dijo: 'María'".

No contento con haber amado tanto a los pecadores hasta el punto de dar su vida por ellos, Jesús reserva su primera manifestación, tras la Pasión, para una pecadora convertida.

No es seguro que Jesús se hubiera presentado ya a su Madre. El corazón nos induce a creerlo; pero ninguno de los cuatro evangelistas lo dice. Es segura, por el contrario, esta aparición a María de Magdala. A ella, que personifica a la inmensa cohorte de los redimidos por el amor de Cristo, se aparece Él por primera vez y se manifiestas en su segundo ropaje de Dios-Hombre para siempre. Primero era el Hombre en el que se ocultaba un Dios. Antes todavía, en los tiempos de la espera, el Verbo era sólo Dios. Ahora es Dios-Hombre que lleva en los cielos nuestra carne mortal. Y esta obra maestra de la divinidad, por la que la carne nacida de mujer alcanza a ser inmortal y eterna, se manifiesta a una criatura que fue pecadora... No sólo eso sino que a ella, precisamente a ella, confía el mensaje para sus mismos apóstoles: "Ve donde mis hermanos y diles que subo a mi Padre y Padre vuestro, mi Dios y Dios vuestro". ¡Aún antes que al Padre, a María la pecadora!

 

Procede, por tanto, que la primicia de su resurrección

vaya a aquella que encabeza a los pecadores redimidos.

 

¡Que río de confianza se vierte en mí al considerar esto! ¡Cómo debiera decirse, volverse a decir y decir continuamente a las pobres almas titubeantes y vergonzosas por saber que han pecado, que Jesús las ama tanto, hasta el punto de anteponerlas al Padre y a su Madre! Porque pienso que si aún no había subido al Padre, no se habría mostrado ni a su Madre en aquella primera hora de la resurrección. En el fondo es una necesidad de amorosa justicia. Jesús vino por los pecadores. Procede, por tanto, que la primicia de su resurrección vaya a aquella que encabeza a los pecadores redimidos.

"A mis hermanos  –a mi Padre y vuestro–  Dios mío y vuestro". Resuenan en mi corazón estas palabras como otras tantas campanas jubilosas. Hermanos y discípulos, hermanos nosotros que descendemos de ellos. Si aún nos queda alguna duda, ésta se derrumba como la piedra del sepulcro removida por este torbellino de amor y surge la confianza en los corazones, aún en los más estrechados y oprimidos por el recuerdo de sus errores y por la consideración de la inmensa distancia que nos separa a nosotros, polvo, de Dios.. Lo dice Jesús: seamos hermanos, tengamos un único Padre con Cristo.

¡Oh! El nos toma con sus manos traspasadas

 

¡Oh! El nos toma con sus manos traspasadas  –es el primer ademán que hace después de su muerte–  y nos lanza sobre el corazón de Dios en los cielos ya no más cerrados sino abiertos por el amor, a fin de que allí se lloren las dulces lágrimas de la repacificación con nuestro Padre.

¡Aleluya! ¡Gloria a Ti, Maestro y Dios, que nos salvas con tu dolor y nos das el Amor como camino de salvación!

C. 43. 15-17

A. M. D. G.