21 de mayo
He hecho algún bien a las almas
Hasta 1923 busqué el llevar las almas al bien; mas a un bien puramente humano.
Así pues, al dar con esta verdad, lo encontré todo y todo cambió.
Más las deserciones de algunos y mis fracasos no me han desanimado
Sí, puedo decir sin falsa modestia que no he pasado inútilmente por la tierra.
Me viene al pensamiento mi última conversación con usted y su deseo de que diga si me acuerdo de haber hecho algún bien a las almas.
Sí. Por la bondad de Dios, sí. Por mérito mío es, por lo menos, muy incierto, salvo algún caso que es seguro, ya que entonces lo pagué yo en persona.
Hasta 1923 busqué el llevar las almas al bien;
mas a un bien puramente humano.
Hasta 1923 busqué el llevar las almas al bien; mas a un bien puramente humano. Me mostré recta, formal, regularmente buena para arrastrar a los demás a serlo igualmente. Mas no miraba a fines sobrenaturales. Eran obras, diré así, de mejoramiento ajustado puramente a un código de moral humana. A mi modo de obrar le faltaba la idea de hacer algo grato a Dios y útil a las almas. Obedecía a mi instinto, naturalmente recto, complaciéndome, incluso, el ser citada como modelo. Esto me salvó, muy posiblemente, de dar pasos en falso. Era tal vez el fruto natural de tantas plegarias candorosas hechas durante la infancia y después en la adolescencia, en el colegio, que me obtenían el permanecer buena, al menos según el concepto humano, y el llevar así a los demás a serlo.
Más tarde, una vez hecha la luz en mí, comprendí que necesitaba elevar la bondad del plano natural a un plano sobrenatural, preocupándome, no de la utilidad que pueda reportar en esta vida el ser buenos sino de la utilidad que proporcionará en la vida eterna. Comprendí que es preciso ser buenos y llevar a los demás a serlo, no por nuestro gusto sino por "agradar" a Jesús.
Así pues, al dar con esta verdad, lo encontré todo
y todo cambió.
Así pues, al dar con esta verdad, lo encontré todo y todo cambió. Empernado sobre el amor todo mi modo de ser, hasta mi modo de obrar cambió de método y aspiraciones. Por eso, a partir de 1923 dejé caer cada vez más abajo y en la sombra mi yo humano con todas sus sensaciones, ideas, obras, etc. etc. y sin atender ya más a lo que humanamente podía reportarme el seguir el camino de Dios, me ocupé tan sólo de aquel camino por el que me canalicé a mí misma y... atraje conmigo a muchos otros.
La primera criatura llevada a Dios mediante la palabra y la oración –ya se lo dije– fue una viejecita de más de 70 años y después, subiendo, subiendo, de un modo u otro, he ido pescando más pececitos introduciéndolos en el acuario del Señor. Por desgracia he tenido algunos tan vivaces que, una vez pescados se han escabullido de nuevo prefiriendo el lodo fangoso y el agua pútrida y estancada a la onda pura, cristalina y beatificante de la pecera divina.
Más las deserciones de algunos y mis fracasos no me
han desanimado
Más las deserciones de algunos y mis fracasos no me han desanimado. He seguido lo mismo hablándoles de Dios aun cuando estaba convencida de hablar a un corazón impenetrable. He continuado rogando y actuando sin hacer caso de las ironías, de los desaires, de las desilusiones. ¡Algo de bien quedará en aquellos corazones! ¿No le parece? Y Dios hará lo restante. Los fracasos sirven para mostrarme que yo, sin la ayuda de Dios soy menos que cero. Las victorias sirven para mostrarme que la benignidad de Dios es tan paternal y grande que siempre está pronta a escucharnos cuando pedimos cosas justas y a ayudarnos cuando estamos dispuestos a hacer algo en su honor.
Le dije de aquella niña salvada de la muerte; y así no me repito. De palabra le tengo dicho que ni uno de cuantos, de entre los combatientes, he recomendado al Señor, ha perecido. También le puedo añadir que muchas de las cosas que pido por cuenta de otros, las obtengo. Y es, por lo demás, harto difícil que no las obtenga. Jesús es tan bueno que nada me niega de cuanto le pido para mis hermanos. Conmigo es tal vez más reacio en las cosas que le pido para mí misma.
Mas acaso dependa esto de que ruego más por otros que por mí y también del hecho deque para mí no recurro a ciertos medios... draconianos que colocan al buen Jesús ante la imposibilidad de negarme cosa alguna. Depende también, sin duda, de que yo... sé decir "gracias" a Jesús cuando me concede un favor: ¡Son tan pocos los que saben decirle aquel "gracias" que no se niega ni al barrendero que nos limpia la acera...! Se le trata al buen Dios como a un siervo obligado a complacernos... Y el buen Dios desea tanto sentirse decir: "¡Gracias, Padre!"
De mis muchachas puedo decir que puse en ellas una señal que no desaparecerá, si bien ahora, en una al menos, parece haber sido borrada dicha señal. En mis amigos, lo mismo y también en mis antiguas oyentes de cuando daba las conferencias.
Sí, puedo decir sin falsa modestia que no he pasado
inútilmente por la tierra.
Sí, puedo decir sin falsa modestia que no he pasado inútilmente por la tierra. Como puedo decir que he visto y veo llover sobre mis manos las gracias que pido. Dulce lluvia que desparramo por los corazones, contenta si por medio de ella, aunque obtenida a precio de sangre, un alma torna a Dios y se estrecha cada vez más a Él. Me siento tan contenta cuando oigo decir a uno por quien rogué: "¡He obtenido la gracia!" Contenta porque pienso que en aquel momento este tal se encuentra con el corazón jubiloso y, por tanto es bueno. Contenta porque me convenzo cada vez más de cómo me ama Jesús.
Hay una Monja mía, ahora Provincial en Roma, que asegura abiertamente que se ha percatado de que obtengo cuanto pido y que cuenta por ello conmigo. ¡Oh!, mas la pobre María obtiene todo porque ha sabido hacer como Jesús: ponerse en la cruz. Y después, confiar, confiar en Jesús con una confianza mucho mayor que la que tuve en mi padre.
Muchos no obtienen porque no saben volverse a Dios como a un verdadero Padre, Hermano y esposo y le hablan con afectación. Semejan los ampulosos discursos de las antiguas tragedias o de los embajadores: "Señor, en este fausto día... Con el ánimo rendido a vuestras plantas nos humillamos ante Vos, etc. etc." ¡Oh, no! No es éste mi estilo. Con sonrisas, con lágrimas, con simplicidad, con insistencia y seguridad le hablo a Jesús hasta que Él sonríe. Y cuando sonríe, la gracia está segura.
Y no es para decir que pida poco, pues soy una pedigüeña jamás satisfecha. Mas el Señor es tan feliz haciéndose el Rey que derrama sus tesoros...! A las veces es tal la lluvia de gracias que obtengo, que me quedo asombrada, conmovida, extasiada.
Por humildad, no debiera tal vez hablar así. Pero miro a María, mi Madre, la Humilde por excelencia, y yo, María, pequeña como una hormiga en relación a Ella, la imito cantando el Magníficat, porque el Señor, no mirando a la pequeñez de su esclava,¡ha hecho también cosas grandes en mí!
C. 43, 31-34
A. M. D. G.