22-5
La inmersión en el gozo de gustar
y de ver la esencia de Dios
Creo que si esto durase, moriría en poco tiempo.
Probablemente yo me explico mal por ser una flor silvestre nacida, florecida, desarrollada únicamente por voluntad de Jesús y nada sé de voces místicas ni conozco los matices de la ascética. Nada. Amo porque amo. Vivo como Dios quiere. Gozo y sufro lo que Dios me manda o permite para mí. Mas no sé expresar los "nombres" de esto o aquello que yo experimento
Usted me hace preguntas a las que no sé responder y, puesto que no quiero inducir en error a nadie dando de mi un concepto que no responde a la verdad, le digo humildemente lo que sé, como lo sé y nada más. Tal vez usted, leyendo y hablando conmigo, comprenderá mejor el trance en que me encuentro.
Hace poco me preguntó si he estado alguna vez absorta
en Dios hasta el punto de no advertir nada de lo demás.
Hace poco me preguntó si he estado alguna vez absorta en Dios hasta el punto de no advertir nada de lo demás.
Mire, no sé si he captado bien su pensamiento. Si usted se refiere al éxtasis, tal como de ordinario se entiende, ciertamente nunca lo tuve. Si, por el contrario, se refiere a aquel sentido extático en el que no queda anulada la vitalidad humana sino que toda ella se concentra en un punto, polarizada en él, de suerte que todo pierde valor y se vive entre los afanes de cada instante como envueltos en un ropaje que aísla y protege de ellos, formando en nuestro derredor como un halo de fuego dentro del cual nos movemos y actuamos mirando tan sólo al punto que nos atrae, entonces sí, lo he tenido muchas veces.
Cuanto se agita en torno nuestro pierde forma y valor hasta el punto de presentársenos (por momentos) como algo quimérico, mientras que la auténtica realidad es aquello que las potencias de nuestra alma adoran, absorben y viven. No sé si me he explicado.
Creo que si esto durase, moriría en poco tiempo.
Creo que si esto durase, moriría en poco tiempo. Creo asimismo que quien ha vivido, siquiera sea una vez, esta experiencia mística, queda por ella marcado para toda la vida. Es como un acrecentamiento de nuestra vitalidad espiritual, un tránsito de una edad menor a otra mayor porque, tras de cada inmersión en esta experiencia mística, nos encontramos crecidos en gracia y en sabiduría sobrenaturales, quedando así para siempre si sabemos ser dignos de ellas.
Y no sólo esto sino que creo también que, aun cuando por debilidad humana demos alguna vez un vuelco, aunque sin mezcla de malicia, no se anula la gracia anteriormente conseguida: queda entorpecida, eso sí, de modo que se retarda el suceso de una nueva inmersión en el "gozo de gustar y de ver la esencia de Dios" (yo creo que sea esto lo que se prueba), pero no se pierde el beneficio conseguido. Sólo se pierde obrando con pertinaz y consciente malicia.
Es menester pensar que este "gozo" que nos abstrae de lo
sensible humano para sumergirnos en un suprasensible
divino, nos viene dado de Dios
Es menester pensar que este "gozo" que nos abstrae de lo sensible humano para sumergirnos en un suprasensible divino, nos viene dado de Dios, y por tanto, de un Ser que no merma sus dones regalándolos con inconsiderada prodigalidad. Se supone, por tanto, que Él, junto con el don, de fuerzas aptas para hacernos capaces de defender su don en nosotros contra los enemigos que están en nosotros mismos: la carne, las pasiones, etc. etc. y, por ello sólo una voluntaria y sacrílega malicia puede hacer, sí, que lleguemos a hacernos incapaces de conservar el don de Dios en nosotros.
¡Si al menos me hubiese explicado bien! Pero repito: soy una analfabeta en la ciencia mística y por eso digo con palabras humanas lo que es sobrehumano.
Hoy me ha venido a los labios una pregunta que me
quemaba saber: ¿Ha sentido mis plegarias en estos días?
Hoy me ha venido a los labios una pregunta que me quemaba saber: ¿Ha sentido mis plegarias en estos días? ¿Han conseguido éstas el fin por el que las hacía?" Nada le pregunté, echando también este pequeño sacrificio a la hoguera en que ardo por tantas cosas y de tantas maneras. Todo esto parecen bobadas; pero, a veces, cuestan una verdadera fatiga. Hace sudar su realización...
¡Padre, qué martirizante es el amor! Cuando éste se precipita con toda su violencia en un corazón, ¡qué pequeño resulta para contenerlo!
¡Cómo comprendo, Padre, el deseo, la necesidad de los enamorados de Cristo de poner la soledad en torno a sus ardores! ¡Cómo ansío la noche que me proporciona la manera de estar sola cuando el amor me embriaga, me tortura, me hace prorrumpir en lágrimas y risas!
¡Si pudiera hacerle ver lo que pruebo! Entiendo, en ciertos momentos, como si pudiera llegar a morir de amor. Verdaderamente, por nada del mundo quisiera verme privada de esta suavísima angustia que es agonía para la carne que no puede soportar su fuerza sin sentirse destruir por ella y que es a la vez felicidad para el espíritu.
Me viene al pensamiento una frase del Cantar de los Cantares cuyo recuerdo despierta en mi mente: "Recostadme sobre flores, apoyadme en los manzanos, porque languidezco de amor". Me parece que es así... y esto lo dice porque, realmente, se siente languidecer a impulsos del amor.
C. 43, 34-37
A. M. D. G.