2 junio 1943

 

 

La Ley y la Palabra son siempre

 

iguales, son siempre aquellas

 

 


 

El amor, la bondad, los queréis sólo de Dios y en Dios. Pero vosotros no queréis amarnos, amaros ni ser buenos.

  Yo, el Verbo, no vine a mudar la Ley. Ni aún Yo que soy el Verbo. Y vosotros la habéis cambiado

  El amor menospreciado es un tormento y el mío es un amor infinito, infinitamente menospreciado

 


 

Dice Jesús:

"En este mes dedicado a Mi Corazón y que este año reúne las solemnidades que son otros tantos testimonios del amor de Nosotros, Trinidad divina, ¿qué hacéis vosotros? Es un mes de amor del que vosotros hacéis un mes de infierno que odia. Y lo mismo hacéis con el mes de María, mi Madre, y con el de abril en el que Yo morí ahora hace 20 siglos y que os trae mi Pascua. Siempre es así para vosotros.

 

El amor, la bondad, los queréis sólo de Dios y en Dios.

 Pero vosotros no queréis amarnos,

 amaros ni ser buenos.

 

El amor, la bondad, los queréis sólo de Dios y en Dios. Pero vosotros no queréis amarnos, amaros ni ser buenos. Sí. No queréis amarnos. Vuestras plegarias son inútiles porque afloran a vuestros labios, no a impulsos del amor sino del egoísmo. Queréis ser preservados del mal. Mas no decís: "Que esto mismo suceda a nuestros enemigos". No. Para ellos pedís estragos y ruinas: todo aquello que no queréis para vosotros. No hay un latido vuestro que no tenga por secreto resorte el odio y el egoísmo. Y así vuestras plegarias semejan globitos que se sueltan para un breve recorrido y explotan enseguida tornando a caer al suelo.

Procurad rogarnos con amor, con amor para todos, y Yo os ayudaré. "Porque si hacéis bien a quien os quiere, ¿qué mérito tenéis en ellos?" Sed como Nosotros: que hacemos descender el sol y el agua sobre justos e injustos, dejando sólo a Nosotros el derecho de juzgar cuando sea la hora.

 

Yo, el Verbo, no vine a mudar la Ley. Ni aún Yo que soy

 el Verbo. Y vosotros la habéis cambiado

 

La Ley y la Palabra, hijos que no nos amáis, son siempre iguales, son siempre aquellas. Nada son veinte siglos ante las verdades eternas. Yo, el Verbo, no vine a mudar la Ley. Ni aún Yo que soy el Verbo. Y vosotros la habéis cambiado porque sobre mi Ley y sobre mi Palabra habéis colocado un sobrepuesto de vuestras necias palabras, de vuestras ciegas y crueles leyes. Con ello habéis creído cambiar la Ley y la Palabra y progresar.

Sí. Habéis progresado. Mas, como uno que ya no ve la luz, habéis progresado, no hacia la meta: Dios, sino hacia el punto opuesto. Habéis retrocedido hacia la bestialidad. Estáis matando vuestra alma. Cómo, ¿sabéis gritar al público: "Salvad vuestras almas" y sois después vosotros los que las matáis? Cuando en un naufragio se hunde una nave, tan sólo mueren vuestros cuerpos y mis ángeles están prontos a llevar al cielo las almas de los que han expirado con mi nombre y el de María, mi Madre, en los labios. Vosotros, por el contrario, en el naufragio de vuestra filiación de hijos de Dios, matáis vuestras almas. ¡Oh, pobre Corazón mío!

Hablo contigo, María, que sabes qué quiera decir ser desamada, ofendida, no reconocida, traicionada, y que has sufrido hasta el punto de enfermar por ello. Tú puedes comprender mi tormento parangonándolo con el tuyo.

 

El amor menospreciado es un tormento y el mío

es un amor infinito, infinitamente menospreciado

 

El amor menospreciado es un tormento y el mío es un amor infinito, infinitamente menospreciado. No son dos o tres personas las que han faltado, como te ha ocurrido a ti. Para mí han sido millones de personas las que durante veinte siglos me han desamado, ofendido y despreciado. Y mi Corazón, que ama con la perfección de un corazón divino, se ha dilatado en el sufrimiento del dolor. Nada fue el dolor de la lanzada comparado con las heridas que, durante siglos, me ha infligido en el Corazón la raza humana. Soy Dios e impasible, por tanto, a la humana enfermedad; mas pasible, en cambio, al dolor en mi Humanidad. Y vosotros me dais un infinito y continuo dolor.

Debo refugiarme en el corazón de mi Madre para superar ciertas horas de congoja por vuestras indignidades; he de mirar a mis confesores para mitigar la amargura que suponéis vosotros, los hombres, para Mí que os he amado hasta morir. No queremos diademas preciosas sobre nuestras cabezas de las imágenes que me representan a Mí y a mi Madre y vuestra, mientras nos claváis de continuo espinas respecto a las cuales aquellas de mi corona eran rosas.

Una corona tan sólo queremos de vosotros: "Vuestro amor". Un amor que sea verdadero, de toda hora, en toda circunstancia. Bastara que esto fuese así en pocos corazones, en todas las naciones, para que el mal fuese vencido por el bien. ¿No fueron acaso bastantes doce verdaderos apóstoles, apoyados en el Corazón de María, para llevar la caridad al mundo? Mas ahora sois vosotros peores que los Gentiles y que los Judíos."

C. 43,  46-48

A. M. D. G.