7 junio 1943.

 

 

Sin Jesús nada sería de lo que soy

 

 


 

no poseo ciertamente, en modo alguno, el carácter de Job.

  Así pues, no digamos mi "súplica", ya que ella es de otro. No debo apropiarme lo que no es mío.

   Vendrá el momento en que callará Jesús y me dejará ir! ¡Paciencia!

 


 

Ante todo consigno aquí mi expresión de gracias por su caritativa idea de traerme copia de la Súplica y haber sido tan amable de aceptar mi hojita con tal benignidad, si bien la súplica no es mía. Tan sólo es mía la fatiga de escribirla. La idea no es mía. No soy tan sublime como para saber extraer de mi corazón pensamientos de perdón tan sobrehumanos.

 

no poseo ciertamente, en modo alguno,

el carácter de Job.

 

Le dije ayer que mientras los escribía, por más que sentía que eran justos, debía hacer un verdadero esfuerzo mortal para aceptarlos. Como usted habrá advertido al leer los apuntes de mi vida, no poseo ciertamente, en modo alguno, el carácter de Job. Soy, como María Valtorta, muy humana en todo aquello que la humanidad conlleva de susceptibilidad, de orgullo, de pasiones, etc., etc., y debo, si he de hacer que viva María de la Cruz, incinerarme a mi misma a cada momento para renacer de mis cenizas humanas, cual mística ave fénix, en forma nueva y más acepta ciertamente al buen Dios.

Cuando "la voz" me dice: "Tú nada eres; tú, por ti misma, nada serías capaz de realizar jamás", yo estoy persuadidísima de ello. No me forjo ilusiones de la piltrafa que soy ni de mi embrionaria naturaleza espiritual. Sé que una es alocada como potro en primavera y la otra tan embrional que apenas si es un débil esbozo. Por eso aliento mi debilidad y enfreno mi materia con la Cruz de Cristo. Sólo estrechada a Él, Crucificado, puedo mantener de pie a mi alma y sólo clavando con clavos bien remachados y mortificantes mi carne, la puedo tener allí, sujeta, imposibilitada de cumplir sus caprichos.

 

Así pues, no digamos "mi súplica", ya que ella es de otro.

No debo apropiarme lo que no es mío.

 

Así pues, no digamos "mi súplica", ya que ella es de otro. No debo apropiarme lo que no es mío. Con ello me ensoberbecería engañándome a mí misma, al mundo y a Dios. Si aquellas palabras han servido  –y no podían menos de servir por venir de zonas de luz, y ¡de qué luz!–  demos por ello gracias al Señor y basta.

Dos son las cosas que más me hacen estar con los oídos atentos y los ojos vigilantes para expiar los más ligeros movimientos del Enemigo de las almas que se desliza, se insinúa y silba tan sutilmente su cadencia seductora para hipnotizarnos y tenernos a su merced. Una, las tendencias de la carne tan proterva a pesar de todos los cilicios; la otra los fermentos de la soberbia que tienta siempre de vanagloria. Advierto por instinto que, tanto unas como otros, mueren tres días más tarde que nosotros y que sólo la bondad de Dios y una grande, grandísima voluntad nuestra, una voluntad incansable, pronta, vigilante, puede hacerlos inocuos y esterilizarlos para todo nuevo brote de gérmenes corruptores. Y advierto también que si yo me dejase aprisionar por los lazos del sentido o de la soberbia, cesaría de golpe el presente estado de gracia mucho antes de lo que quiere mi Jesús, el cual no cesa de tenerme entre sus brazos y murmurarme palabras de vida.

¡Se figura que hubiera yo de querer perder esta dicha por mi culpa! Es ella la que me impide sentir el mordiente de las vicisitudes humanas que me hieren y el doble mordiente de los recuerdos que se agolpan. todo resbala sobre mí como agua, cual ola, como marejada. Mas, mientras dura esta dicha, yo soy como un bloque de cristal sobre que todo pasa sin dejar huella, sin que pueda penetrar.

 

Vendrá el momento en que callará Jesús y me dejará ir!

 ¡Paciencia!

 

Vendrá el momento en que callará Jesús y me dejará ir! ¡Paciencia! ¿Y qué? ¿Habré por ello de lamentarme? No. Sufriré, es cierto, pero aceptaré la nueva prueba continuando amándole por más que Él me deje sola. Si lo hace, Él sabrá bien por qué lo hace. Y, ciertamente, tendré más mérito al amarle entonces que no lo tenga ahora.

¡Cuán poco he de esforzarme en ser amorosa ahora que Él es tan sensiblemente amoroso! A menos de tener el corazón de Judas, todo el que se siente amado, ama a su vez. Ahora bien, el mas lato amor es aquel que sabe seguir amando aun cuando nos parezca no ser ya amados. Cuando esto se hace con los hombres, no recibimos utilidad alguna de ello o muy raramente. Mas cuando así se hace con el buen Dios, podemos estar seguros entonces de que después viene un todavía más intenso periodo de amor, porque Dios premia siempre después de habernos probado si es que hemos sabido ser fieles.

C. 43, 60-62

A. M. D. G.