7 septiembre
"Bendito el fruto de tu seno".
Dice Jesús:
"Bendito el fruto de tu seno".
Su maternidad divina la hace a María inferior únicamente a Dios
Mas no os paréis a considerar exclusivamente la
gloria de María. Pensad cuánto le costó conseguir
esa gloria.
Mas no os paréis a considerar exclusivamente la gloria de María. Pensad cuánto le costó conseguir esa gloria. Es necio aquel que mira a Cristo a la luz de la resurrección y no medita en el Redentor que muere entre las tinieblas del Viernes Santo. No habría habido resurrección de no haber sufrido la muerte ni habría llevado a cabo la Redención sin el martirio previo. Es necio pues el que piensa en la gloria de María y no medita en el modo como Ella alcanzó esa gloria. El fruto de su seno, Yo, el Cristo Verbo de Dios, lastimó su seno.
No entendáis mal mis palabras. No lo lastimé humanamente. Ella estaba por encima de las miserias humanas, no pesaba sobre Ella la condena de Eva, pero no era ajena al Dolor. Y el Dolor grande, mayúsculo, soberano, absoluto, la penetró con la violencia de un meteoro que se precipita desde el Cielo en el momento mismo que Ella conoció el éxtasis del abrazo con el Espíritu creador.
Al ser llamada a una misión redentora, desde el
primer momento superó el dolor a la felicidad.
Esta llegó con su Asunción
Felicidad y dolor estrecharon con lazada única el corazón de María en el instante de su altísimo "fiat" y de su desposorio castísimo. Felicidad y dolor se fundieron en una sola cosa al tiempo que Ella llegó a ser una sola cosa con Dios. Al ser llamada a una misión redentora, desde el primer momento superó el dolor a la felicidad. Esta llegó con su Asunción.
Unida como estaba con el Espíritu de sabiduría, le fue revelado a su espíritu cuál era el futuro que le estaba reservado a su niño y ya no hubo para María más gozo en el sentido usual de la palabra.
A cada hora que pasaba, mientras me formaba tomando vida de su sangre de madre-virgen y, escondido en su interior, mantenía intercambios inenarrables de amor con mi Madre; un amor y un dolor sin parangón se alzaban cual ondas de un mar tempestuoso en el corazón de María azotándola con toda su potencia.
El corazón de mi Madre conoció la punzada de las
espadas del dolor desde el momento en que la Luz,
dejando el centro del Foco Uno y Trino, penetró
en ella iniciando la Encarnación de Dios y la
Redención del hombre
El corazón de mi Madre conoció la punzada de las espadas del dolor desde el momento en que la Luz, dejando el centro del Foco Uno y Trino, penetró en ella iniciando la Encarnación de Dios y la Redención del hombre; y aquella punzada fue creciendo, de hora en hora, durante la santa gestación: Sangre divina que íbase formando de un manantial de sangre humana; corazón del Hijo que latía al ritmo del corazón de la Madre; Carne eterna que se formaba con la carne inmaculada de la Virgen.
Y fue mayor aún el dolor en el momento que nací para ser Luz de un mundo en tinieblas. La felicidad de la madre que besa a su hijito se trocó en María en la certeza de la Mártir que sabe estar más próximo el martirio.
Bendito el fruto de tu seno.
Sí, mas Yo, a aquel seno que era merecedor de todo
el gozo destinado a un Adán sin culpa, hube de
proporcionarle todo el dolor
Sí, mas Yo, a aquel seno que era merecedor de todo el gozo destinado a un Adán sin culpa, hube de proporcionarle todo el dolor. Y esto por vosotros. Por vosotros la pena de afligir a José. Por vosotros el puerperio entre tanta desolación. Por vosotros la profecía de Simeón que removió la hoja en la herida redoblando y agudizando la punzada de la espada. Por vosotros la huida a tierra extranjera; por vosotros las congojas de toda una vida; por vosotros las inquietudes de saber que estaba evangelizando y era perseguido de las castas enemigas; por vosotros el pavor de la captura, el tormento de las múltiples torturas, la agonía de mi agonía y la muerte de mi muerte.
Acogióme el seno que me llevara con una piedad que no podía ser mayor. Mas, en verdad os digo que no había diferencia alguna ni de vida ni de muerte entre mi corazón privado de movimiento vital y desgarrado por la lanzada y el de la Afligidísima que me tenía en su regazo. El corazón de María y su seno se encontraban muertos al igual que lo estaba Yo, el Inocente.
A los milagros relacionados con la Redención, añadid
también éste: el continuar de la vida de María por
obra del Eterno después de que su corazón fue
destrozado por y para el género humano al igual
que el de Jesús, su Hijo.
A los milagros relacionados con la Redención, conocidos e ignorados, sabidos de todos o revelados a privilegiados, añadid también éste: el continuar de la vida de María por obra del Eterno después de que su corazón fue destrozado por y para el género humano al igual que el de Jesús, su Hijo.
Vosotros que no sabéis ni queréis soportar el dolor, ¿ya pensáis qué dolor sería el de la Bendita, de la Inmaculada, de la Santa, al llevar en sí un corazón lacerado, muerto, abandonado, y ver, colocado sobre el regazo, un cuero sin vida, destrozado, ensangrentado, lívido, que fue el de su Hijo, Carne de su carne, Sangre de su sangre, Vida de su vida y amor de su espíritu?.
Me tuvisteis vosotros porque María aceptó beber,
treinta y tres años antes que Yo, el cáliz de la amargura.
Me tuvisteis vosotros porque María aceptó beber, treinta y tres años antes que Yo, el cáliz de la amargura. En el borde de la copa que bebí entre sudores de sangre, encontré el sabor de los labios de mi Madre, y el amargor de su llanto estaba mezclado con la hiel de mi sacrificio. Y, creedlo, fue para Mí lo más costoso al hacerle sufrir a Ella que no era merecedora del dolor. El abandono del Padre, el dolor de mi Madre, la traición del amigo en la que se compendiaban todas las traiciones futuras, he ahí las cosas más atroces de mi tormento atroz de Redentor. La lanzada asestada por Longinos a un órgano insensible ya al dolor es nada en su comparación.
Yo querría que, en compensación del dolor que por
vosotros destrozó a mi Madre, le dieseis vosotros amor.
Yo querría que, en compensación del dolor que por vosotros destrozó a mi Madre, le dieseis vosotros amor. Amor grande, tiernísimo, de hijos a la más perfecta de todas las madres, la Madre que aún no ha cesado de sufrir vertiendo lágrimas celestiales sobre los hijos de su amor que repudian la casa paterna y se hacen guardadores de bestias inmundas, que son los vicios, en vez de continuar siendo hijos de rey, hijos de Dios.
Y si he de daros una norma, sabed que Yo, Dios, no creo rebajarme a mí mismo al amar con infinito y venerante amor a mi Madre, de la que veo su naturaleza inmaculada, obra del Padre; pero recuerdo asímismo su martirizada vida de Corredentora sin la que Yo no habría sido hombre entre los hombres ni vuestro Redentor eterno".
C. 43.322-324
A. M. D. G.