14 septiembre

 

 

Fiesta de la S. Cruz o del Sacrificio

 

 


 

en este mi sufrir y sangrar en determinados lugares se encierra su porqué que vosotros no indagáis 

 La derramé en el Getsemaní, huerto y olivar, para santificar el campo y las faenas del campo  

Derramé mi Sangre en el Templo, puesto que allí habíase herido ya con piedras y garrotes, para santificar, en el Templo de Jerusalén, el futuro Templo  

La derramé también en el Sanedrín porque, aparte de la Iglesia, representaba igualmente a la Ciencia. y sólo Yo sé cuánta es la necesidad de santificación que tiene la ciencia humana  

La derramé en el palacio de Herodes por todos los reyes de la tierra, investidos por Mí del supremo poder humano para la tutela de sus pueblos y de la moralidad de sus Estados 

 Y derramé asimismo mi Sangre en el Pretorio donde residía la Autoridad  

Empurpuré con una mucho mayor aspersión de sangre a los soldados flageladores para infundir en las milicias aquel sentido de humanidad preciso en la dolorosa contingencia de las guerras  

Quise santificar las calles por donde tanta gente transita y tanto mal se comete.   

Y si tú piensas que mi Sangre fue derramada en todos aquellos lugares en donde no santificó a todos los ministros de la Iglesia, ni a las cortes reales, ni a las autoridades, ni a las milicias, ...  

las últimas gotas de mi Sangre no se desparramaron. ¡Estaba una Madre bajo aquella Cruz! 

¡Dolorosísima Madre mía! De mi nacimiento a mi muerte hubo Ella de sufrir también por esto: por no poder prestar a su Hijito aquellos cuidados primeros y postreros...

 


 

Dice Jesús:

"Se llama "Fiesta de la S. Cruz". Estaría mejor decir: "Fiesta del Sacrificio", porque sobre la Cruz se realizó la apoteosis de mi Sacrificio Redentor. Y al decir: del Sacrificio, se podría igualmente decir: "de la Sangre", ya que sobre la Cruz terminé de derramar mi Sangre hasta la última gota, aun cuando ya no era sangre sino suero de la sangre: el postrer exudado de un cuerpo que muere.

 

en este mi sufrir y sangrar en determinados lugares

 se encierra su porqué que vosotros no indagáis

 

¡Cuánta sangre, María! La derramé por todo, para santificarlo todo y a todos. Hasta en este mi sufrir y sangrar en determinados lugares se encierra su porqué que vosotros no indagáis, pero que Yo te quiero revelar.

 

La derramé en el Getsemaní, huerto y olivar, para

 santificar el campo y las faenas del campo

 

La derramé en el Getsemaní, huerto y olivar, para santificar el campo y las faenas del campo. El campo creado por mi Padre con sus mieses, sus vides, sus frutales, sus plantitas más diminutas, pero todas útiles al hombre, cuyo aprovechamiento y cultivo mi Padre, con sobrenatural instrucción, enseñó a los primeros hombres de la tierra. La derramé allí para santificar la tierra y a los agricultores, entre los que están comprendidos también los pastores de las distintas especies animales que el Padre concedió al hombre para su ayuda y sustento.

 

Derramé mi Sangre en el Templo, puesto que allí

habíase herido ya con piedras y garrotes, para

santificar, en el Templo de Jerusalén,

el futuro Templo

 

Derramé mi Sangre en el Templo, puesto que allí habíase herido ya con piedras y garrotes, para santificar, en el Templo de Jerusalén, el futuro Templo, cuyos cimientos se iniciaban en aquella hora: mi Iglesia y todas las iglesias, casas de Dios y ministros de ellas.

 

La derramé también en el Sanedrín porque, aparte

de la Iglesia, representaba igualmente a la Ciencia.

 y sólo Yo sé cuánta es la necesidad de santificación

 que tiene la ciencia humana

 

La derramé también en el Sanedrín porque, aparte de la Iglesia, representaba igualmente a la Ciencia. y sólo Yo sé cuánta es la necesidad de santificación que tiene la ciencia humana que se apoya en sí para negar la Verdad y no para creer cada vez más en Ella viendo a través de los descubrimientos de la inteligencia humana.

 

La derramé en el palacio de Herodes por todos los

 reyes de la tierra, investidos por Mí del supremo

 poder humano para la tutela de sus pueblos

y de la moralidad de sus Estados

 

La derramé en el palacio de Herodes por todos los reyes de la tierra, investidos por Mí del supremo poder humano para la tutela de sus pueblos y de la moralidad de sus Estados. Sólo Yo sé también cuánta, cuánta, cuánta es la necesidad que hay de que en las cortes recuerden que Uno sólo es Rey: el Rey de los reyes y que su Ley es la ley soberana, incluso para los reyes de la tierra, los cuales lo son hasta tanto haya Yo de intervenir para privarles de la corona, de la que, bien por culpa manifiesta y personal o por debilidad  -culpa ésta, aunque inmaterial, no menos condenada y condenable por ser causa de tantas ruinas-  ya no son dignos.

 

Y derramé asimismo mi Sangre en el Pretorio

 donde residía la Autoridad

 

Y derramé asimismo mi Sangre en el Pretorio donde residía la Autoridad. Qué sean, para qué y hasta cuándo las autoridades y el poder, te lo dije ya hace tiempo (dictados del 30 de junio, 28 de julio y, más por extenso en los del 29 y 30 de julio) Lo que debieran ser para no ser maldecidos por el Justo eterno, lo pueden conseguir tan sólo mediante la obediencia a mi Ley de amor y de justicia y por mi preciosísima Sangre que desbarata el pecado en los corazones y corrobora los espíritus haciéndolos capaces de obrar santamente aun cuando acontecimientos permitidos por Dios para prueba de una Nación y castigo de otra, hagan sí que la Autoridad imperante no sea del propio País sino del País vencedor y opresor. En este caso sobre todo, debería recordar la Autoridad que es tal por permisión de Dios y siempre por un fin que tiene por base la santificación de las dos partes. De aquí la necesidad de no hacer uso del poder para dañarse y dañar a los oprimidos y dominados con un abuso injusto de poder. Di mi sangre, esparciéndola como lluvia santa en la casa de Pilatos, por redimir a esta clase de la Tierra que tiene una necesidad infinita de ser redimida, ya que, desde que el mundo existe, ella ha creído poder hacer lícito lo que no lo es.

 

Empurpuré con una mucho mayor aspersión de sangre

 a los soldados flageladores para infundir en las

 milicias aquel sentido de humanidad preciso

 en la dolorosa contingencia de las guerras

 

Empurpuré con una mucho mayor aspersión de sangre a los soldados flageladores para infundir en las milicias aquel sentido de humanidad preciso en la dolorosa contingencia de las guerras, dolencias malditas que resurgen de continuo porque no sabéis extirpar en vosotros el veneno del odio e inocularos el amor. El soldado ha de combatir, pues su deber se lo impone, y no será castigado por haber combatido y matado puesto que la obediencia le justifica. Empero Yo le castigaré cuando, al combatir, use de ferocidad y se permita abusos innecesarios que, incluso, Yo maldigo siempre por inútiles y contrarios a la justicia que siempre debe prevalecer aun cuando una victoria humana embriaga o un odio de raza suscita sentimientos contrarios a la justicia.

 

Quise santificar las calles por donde tanta gente

 transita y tanto mal se comete.

 

Mi Sangre bañó las calles de la Ciudad marcando huellas que, si ya no se ven, quedaron y quedarán eternamente presentes en las mentes de los habitantes del Cielo empíreo. Quise santificar las calles por donde tanta gente transita y tanto mal se comete.

 

Y si tú piensas que mi Sangre fue derramada en todos

 aquellos lugares en donde no santificó a todos los

 ministros de la Iglesia, ni a las cortes reales, ni a las

 autoridades, ni a las milicias, ...

 

Y si tú piensas que mi Sangre fue derramada en todos aquellos lugares en donde no santificó a todos los ministros de la Iglesia, ni a las cortes reales, ni a las autoridades, ni a las milicias, ni al pueblo, ni a la ciencia, ni a las ciudades, ni a las calles, ni siquiera a los campos, Yo te respondo que la derramé lo mismos, aun sabiendo que para muchos se tornaría en condenación en vez de ser salvación, conforme al fin para el que la derramaba, y la derramé por aquellos pocos de la Iglesia, de la Ciencia, del Poder, de los Ejércitos, del Pueblo, de las Ciudades, de los Campos que han sabido acogerla y descubrir en ella la voz del amor y secundar esa voz en los mandatos de la misma. ¡Bienaventurados ellos para siempre!

 

las últimas gotas de mi Sangre no se desparramaron.

 ¡Estaba una Madre bajo aquella Cruz!

 

Mas la última Sangre no se esparció por el suelo, las piedras, los rostros y los vestidos, en sitios en que el agua de Dios o la mano del hombre la pudieran limpiar o hacer desaparecer. La última Sangre, recogida entre el pecho y el corazón que ya se helaba y echada fuera con el postrer ultraje  -para que no quedase en el Hijo de Dios y del Hombre ni una gotita de líquido vital y fuese Yo realmente el Cordero degollado en holocausto acepto al Señor-  las últimas gotas de mi Sangre no se desparramaron. ¡Estaba una Madre bajo aquella Cruz! Una Madre que, finalmente, podía estrecharse al leño de la Cruz, alzar los brazos hacia su Hijo muerto, besarle los pies traspasados y contraídos con el último espasmo y recoger en su velo virginal las últimas chispitas de la Sangre de su Hijo que goteaban del costado abierto y regaban mi cuerpo exánime

 

¡Dolorosísima Madre mía! De mi nacimiento a mi

muerte hubo Ella de sufrir también por esto: por no

poder prestar a su Hijito aquellos cuidados

primeros y postreros...

 

¡Dolorosísima Madre mía! De mi nacimiento a mi muerte hubo Ella de sufrir también por esto: por no poder prestar a su Hijito aquellos cuidados primeros y postreros que aún en el más miserable de los hijos de los hombres recibe al nacer y al morir; y de su velo hubo de hacer ropa para el Hijo recién nacido y sudario para el Hijo desangrado.

No se perdió aquella Sangre. Aún perdura, vive y resplandece sobre el velo de la Virgen: Púrpura divina sobre el candor virginal, será el estandarte de Cristo Juez en el día del Juicio."

C. 43. 337-340

A. M. D. G.