23 septiembre

 

 

Dos son las necesidades del hombre:

 

el amor y dolor.

 

 

 El amor que os impide cometer

 el mal y el dolor que lo repara

 


 

Verdaderamente el Dios Uno y Trino había puesto para vosotros una necesidad tan sólo: la del amor. Amor de hijos hacia su Padre, amor de súbditos para su Rey y amor de creados para su Creador Dios. 

 Y si el ácido de la culpa no hubiese corroído las raíces del amor, éste habría crecido potente en vosotros sin exigencia de fatiga alguna   

no pensáis qué tamaña ruina causó la culpa en el hombre 

 La culpa desbarató, en las raíces del hombre, aquel conjunto perfecto de carne y espíritu;  

Desaparecido el amor del hombre para con Dios, desapareció el amor de la Tierra para con el hombre. 

 Y he aquí cómo entonces, de la semilla de la culpa, nació una planta; una planta de amargo fruto y de punzantes ramas: el dolor.  

Vine Yo a santificar el dolor sufriéndolo por vosotros y fundiendo vuestros dolores relativos con el Mío infinito, dando así mérito al dolor.  

Vine Yo a confirmar con mi Vida y con mi Muerte la admonición hecha repetidas veces a través de los Profetas de que no es la circuncisión material lo que Dios exige para perdonar y bendecir, sino la circuncisión de los corazones,  

Ahí es, hijos, donde debéis trabajar a hierro y a fuego para marcar en vuestra alma el signo que salva; el de Dios 

 Esta es la ciencia que se ha de aprender: saber amar y saber sufrir 

 Tornad, hijos, al amor y sabed soportad el dolor 

 Llamadme a vuestros sepulcros. Soy Cristo, el Resurrector.

 


 

Dice Jesús:

"Vuelvo a una de las notas dominantes en lo que hablo. Dos son María, las notas dominantes: Es la primera la necesidad del amor y la segunda la necesidad de la penitencia.

 

Verdaderamente el Dios Uno y Trino había puesto

para vosotros una necesidad tan sólo: la del amor.

Amor de hijos hacia su Padre, amor de súbditos

para su Rey y amor de creados para su Creador Dios.

 

Verdaderamente el Dios Uno y Trino  -que os creó dándoos un reino en el que todos os estaban sujetos y del que se hallaba el dolor y no se daría la muerte que tronchase, entre aspavientos de los moribundos y gemidos de los sobrevivientes, las vidas de los seres más queridos, sino que únicamente sería una dormición, como la de María, para trasponer, entre las plácidas calinas de un sueño inocente, las puertas que tan fáciles eran de abrirse sobre el paraíso terrenal para inundarlo con la luz del otro Paraíso más alto  y con la voz paternal del Señor que encontraba sus delicias en estar con sus hijos-  verdaderamente vuestro Dios había puesto para vosotros una necesidad tan sólo: la del amor. Amor de hijos hacia su Padre, amor de súbditos para su Rey y amor de creados para su Creador Dios.

 

Y si el ácido de la culpa no hubiese corroído las raíces

 del amor, éste habría crecido potente en vosotros sin

 exigencia de fatiga alguna

 

Y si el ácido de la culpa no hubiese corroído las raíces del amor, éste habría crecido potente en vosotros sin exigencia de fatiga alguna. Qué digo fatiga, constituiría gozo para vosotros, una necesidad que produce alivio cuando se realiza como es en vosotros el respirar. Y, efectivamente, el amor estaba destinado a que fuese la respiración de vuestro espíritu y la sangre del mismo.

Después vino la culpa. ¡Oh, la ruina de la culpa!

 

¿no pensáis qué tamaña ruina causó

la culpa en el hombre?

 

Vosotros que os horrorizáis por las ruinas de vuestros palacios, de vuestros templos, de vuestros puentes, de vuestras ciudades, y maldecís de los explosivos que destruyen, pulverizan y dañan todo, ¿no pensáis qué tamaña ruina causó la culpa en el hombre? ¿En el hombre, la obra más perfecta de la creación, pues no fue hecho por mano de hombre sino por la Inteligencia eterna que, lo diré así, os fundió metal sin escorias, dándoos su misma forma, consiguiendo modelaros a su imagen y semejanza, tan bellos y puros que se llenó de júbilo el ojo de Dios al contemplar su obra y los cielos se estremecieron de admiración y la Tierra cantó con voz altísima en medio de la armonía de las esferas por la gloria de ser el planeta que, en los orígenes del Universo, alcanzaba a ser el inmenso palacio del rey-hombre, hijo de Dios?

La culpa más nefasta que la dinamita, trastornó al hombre en sus raíces. Y ¿sabes dónde se encontraban éstas? En el pensamiento de Dios que hiciera al hombre.

 

La culpa desbarató, en las raíces del hombre,

aquel conjunto perfecto de carne y espíritu;

 

La culpa desbarató, en las raíces del hombre, aquel conjunto perfecto de carne y espíritu; de carne, no diferente, en los movimientos del sentido, del espíritu del que no era contraria sino más pesada tan sólo y en modo alguno enemiga; de espíritu, no prisionero y prisionero aherrojado en la cárcel de la carne, sino de espíritu jubiloso dentro de la dócil carne que le guiaba a Dios, era atraído a Dios a modo de un imán divino mediante las relaciones de amor entre el Creador: el Todo, y el espíritu: la parte (17 agosto y 1-7 y 10 de octubre). La culpa desbarató aquel armónico contorno que pusiera Dios en derredor de su hijo para que fuese rey y rey feliz.

 

Desaparecido el amor del hombre para con Dios,

 desapareció el amor de la Tierra para con el hombre.

 

Desaparecido el amor del hombre para con Dios, desapareció el amor de la Tierra para con el hombre. Desencadenose sobre la Tierra la ferocidad entre los seres inferiores, entre éstos y el hombre y, ¡horror de los horrores!, y entre los mismos hombres. Aquella sangre caldeose por el odio e hirvió y se derramó contaminando el altar de la Tierra sobre la que Dios pusiera a sus primeros hombres para que, amándose, le amaran y enseñasen el amor a su descendientes: único rito que Dios quería de vosotros.

 

Y he aquí cómo entonces, de la semilla de la culpa,

 nació una planta; una planta de amargo fruto

 de punzantes ramas: el dolor.

 

Y he aquí cómo entonces, de la semilla de la culpa, nació una planta; una planta de amargo fruto y de punzantes ramas: el dolor. Primeramente el dolor sufrido del modo que el hombre podíalo sufrir conforme a su embrionaria espiritualidad contaminada: un dolor animal hecho de los primeros dolores de la mujer y de las primeras heridas inferidas a la carne fraterna, un dolor feroz de ululatos y maldiciones, germen siempre de nuevas venganzas. Más tarde, al refinarse en su ferocidad, aunque no en su esencia, también evolucionó el dolor haciéndose más vasto y complicado.

 

Vine Yo a santificar el dolor sufriéndolo por vosotros

 y fundiendo vuestros dolores relativos con el Mío

 infinito, dando así mérito al dolor.

 

Vine Yo a santificar el dolor sufriéndolo por vosotros y fundiendo vuestros dolores relativos con el Mío infinito, dando así mérito al dolor.

 

Vine Yo a confirmar con mi Vida y con mi Muerte la

 admonición hecha repetidas veces a través de los

 Profetas de que no es la circuncisión material lo

que Dios exige para perdonar y bendecir, sino la

 circuncisión de los corazones,

 

Vine Yo a confirmar con mi Vida y con mi Muerte la admonición hecha repetidas veces a través de los Profetas de que no es la circuncisión material lo que Dios exige para perdonar y bendecir a sus hijos cada vez más y más culpables sino la circuncisión de los corazones, de vuestros sentimientos, de vuestros estímulo que el germen del primer pecado convierte siempre en estímulo de carne y de sangre o de la más refinada de las lujurias: la de la mente.

 

Ahí es, hijos, donde debéis trabajar a hierro

y a fuego para marcar en vuestra alma el signo

que salva; el de Dios

 

Ahí es, hijos, donde debéis trabajar a hierro y a fuego para marcar en vuestra alma el signo que salva; el de Dios. Ahí es, pero no con el hierro y el fuego de vuestras feroces leyes y de vuestras guerras malditas. Ahí es: en el lugar donde se elaboran las leyes y las guerras del hombre; porque es inútil decir lo contrario. Si vivieseis en el signo del Señor, circuncidados espiritualmente, para retirar cuanto es portador de toda clase de impurezas, no seríais lo que sois: insensatos, por no decir fieras. Y, adviértelo, fieras e insensatos en poco difieren ya que en ambos no aparece la razón, o sea, aquello que Dios puso en el hombre para hacerle rey de todos los seres de la tierra.

Dos son las necesidades del hombre: el amor y dolor. El amor que os impide cometer el mal y el dolor que lo repara

 

Esta es la ciencia que se ha de aprender: saber amar

 y saber sufrir

 

Esta es la ciencia que se ha de aprender: saber amar y saber sufrir. Mas vosotros ni sabéis amar ni sabéis sufrir. Sabéis, sí, hacer sufrir; pero no es amor, sino, por el contrario, odio.

¿Por qué sois sabios en el mal y tan ignorantes en el bien? ¿Por qué? ¿Nunca os sentís hartos de odio y de ferocidad, y queréis que Dios os perdone?

 

Tornad, hijos, al amor y sabed soportad el dolor

 

Tornad, hijos, al amor y sabed soportad el dolor. Que si bien no sois hijos míos hasta el punto de saber querer el dolor para expiar los pecados ajenos, como Yo supe y quise, seáis al menos hijos hasta el punto de no maldecirme por el dolor que vosotros provocasteis y del que me acusáis.

¡Abajo vuestra necia soberbia! Aprended del publicano a reconocer que sois indignos, que os habéis hecho indignos de vivir bajo la Mirada que es protección. Lanzad lejos de vosotros las vanas apetencias de la tierra y acercaos a la Fuente de Vida que desde hace veinte siglos mana para vosotros. Inoculad la Vida en los corazones que mueren gangrenados en el pecado o consumidos en la indiferencia.

 

Llamadme a vuestros sepulcros. Soy Cristo,

el Resurrector.

 

Llamadme a vuestros sepulcros. Soy Cristo, el Resurrector.

Tan sólo pido que me llamen para acudir y decir: "Ven fuera". Fuera de la muerte, fura del mal, fuera del egoísmo, fuera de la lujuria, fuera del odio maldito que os consume sin proporcionaros gozo, fuera de cuanto es horror a fin de entrar en Mí, entrar conmigo en la Luz, renacer en el Amor, conocer la verdadera Ciencia y conseguir la Paz y la Vida que, al ser mías, reciben de Mí la eternidad." (Añade a lápiz María Valtorta: "Jeremías, cap. 4.º vers. 4 22".

C. 43. 361-364

A. M. D. G.