30-10. Cap. 1.º, 11
El poder no es un atributo de santidad.
Vosotros amáis la violencia, la arbitrariedad, la crueldad, y a este trinomio llamáis poder
Haced del Señor vuestro consejero
Donde un hijo me llama, allí estoy Yo
Soy el Misericordioso. Compadezco y perdono
Dice Jesús:
"Leamos juntos la Sabiduría. Da comienzo con la exhortación, tantas veces por Mí dirigida a todos los poderosos de la tierra para que lo sean más en justicia que en poder.
El poder no es un atributo de santidad. No le coloca al hombre a un nivel sobrehumano. Uno sólo es el poder que os eleva: el del espíritu. Pero éste es la antítesis del poder que vosotros ambicionáis y admiráis cual si fuese algo grande.
Vosotros amáis la "violencia", la "arbitrariedad",
la "crueldad", y a este trinomio llamáis "poder"
Vosotros amáis la "violencia", la "arbitrariedad", la "crueldad", y a este trinomio llamáis "poder" al que acatáis con temor del modo como la fiera encadenada teme el dominio del domador. Mas considerad que ese poder es común a los brutos; poder que, al ser únicamente de carne y desangre, muy raramente es justicia
Lo dije (23 octubre) y lo repito: "Vosotros, los poderosos, sois tales mientras Yo lo permito y no más". ¿A qué pues este blandir el látigo sobre quienes carecen de una autoridad específica? Despojaos de esa condición que os llegó por herencia, si sois reyes, o por fortuna y astucia, si sois dignatarios, ministros, gobernadores, alcaldes, directores de un instituto, de una fábrica, de una oficina o de un convento, porque ¿en qué os diferenciáis de los demás? En nada.
¡Cuántas veces vuestros inferiores son más merecedores que vosotros de ese puesto! Merecedores humanamente y, sobre todo, espiritualmente. Tened siempre en cuenta que, si bien se callan por miedo, os juzgan, y os juzga también Dios que ve mejor que nadie vuestros actos y vuestro ser de doradas y coronadas estatuas de fango, del fango negro de la ciénaga más corrompida. Las falsas y obligadas atenciones con las que queréis ser incensados, disgustan a Dios que perdona a cuantos de entre las gentes lo hacen por verse forzados a hacerlo y os maldice a vosotros y a cuantos son idólatras vuestros hasta el punto de creeros dioses y tributaros el culto de honor y de respeto que a Mí no me dan.
Uno sólo es Dios. El que hizo la tierra sobre la que vosotros mandáis durante vuestro corto día con necio y cruel orgullo. Si queréis ser "grandes" y "fuertes" de verdad, alcanzad esta grandeza y esta fortaleza del Grande y del Poderoso: de Dios, siguiendo su Palabra y permaneciendo como hijos en Él. No sois más que el último de entre los nacidos de mujer en la consideración de Dios que es el Padre Creador de todos y que puede tener, como perla preciosa sobre su corazón, a ese pobre al que despreciáis pero al que Él ama por su santidad mientras que os mira con reproche a vosotros que le desafiáis desde lo alto de vuestro sitial inconsistente.
¡Qué necesidad de luz tenéis los que gobernáis la Tierra! La luz viene de Dios. Él sólo es el Padre y generador de la Luz. Permaneced pues bajo su rayo santo, seguid a la Luz y no la repudiéis por las Tinieblas.
Haced del Señor vuestro consejero
Haced del Señor vuestro consejero. No es Él ninguno de esos necios, falsos e interesados consejeros que os rodean adulándoos y excitando vuestros peores instintos, bien por espíritu servil o interesado cálculo, para llevaros al desacierto a fin de provocar vuestra caída y ocupar el sitial del que caísteis.
Mas no tratéis de ir en seguimiento de este Señor santo y omnividente con intenciones de engaño, pues son malditos quienes apelan siempre a Mí y, conmigo, a mi Providencia, para engañar a las gentes presentándose como corderos cuando son lobos.
Ese Nombre excelso y poderoso que retumba y brilla como sol benéfico sobre los buenos y como rayo sobre los malvados de este mundo y de la morada de Satanás, viene a ser en sus labios blasfemos carbón que baja a encender el corazón.
Donde un hijo me llama, allí estoy Yo
Donde un hijo me llama, allí estoy Yo. Mas no refrendo con mi ayuda las obras de los malvados. Hombres, tened en cuenta que sus triunfos efímeros, que os hacen creer que Yo esté con ellos haciéndoos dudar de mi Justicia, no proceden de Mí. Es Satanás, jefe y padre de los mismos, quien se los concede como a hijos y soldados incondicionales suyos, a fin de que les sean para mayor tormento después de la muerte.
Donde se encuentra un fiel que cree en Mí, allí estoy Yo. Mas esos tales no lo son. Si lo fueran, cumplirían mi Palabra y la Voluntad del que me envió. Por el contrario, ellos desprecian la primera, desobedecen la segunda y ofenden al Espíritu Santo dando muerte a su espíritu con el odio que es contrario al amor, con la lujuria profanadora y con la soberbia corruptora de las almas. Son barcas sin timón, juguetes del viento y de las corrientes encontradas. Van siempre más allá de la meta que es Dios y acaban por hundirse en el fondo del abismo.
Cuando un corazón está repleto de pensamientos carnales o infernales, que son la quintaesencia de los carnales, ¿cómo ha de poder entrar Dios en él con sus luces? Cuando un corazón, que ya era de Dios, se aparta de Él con sus malas obras, ¿cómo podrá continuar mi Espíritu siendo maestro suyo?
Soy el Misericordioso. Compadezco y perdono
Soy el Misericordioso. Compadezco y perdono. ¡Perdono tanto...! Perdono aquello que veo hacéis por debilidad humana, no lo que hacéis con frío cálculo humano. Y con ninguno seré juez tan severo como con quien, poniendo a contribución su mente vendida a Satanás, comete más delitos que un bandido, induce a los demás a cometerlos y, sobre todo, comete el mayor de los delitos: el de inducir a las almas a dudar de Dios.
Este delito de homicidio y deicidio es hoy día privativo de no pocos. Matan cuerpos y almas y matan la idea de Dios en las almas dejándolas ciegas, igual que órbitas vacías.
Demasiado tarde acaban las gentes por darse cuenta. Mas Yo lo veo en el mismo instante que lo pensáis y hacéis. Todos vosotros, ahítos como estáis de carne y de alcohol, seréis juzgados con juicio severísimo."
C. 43. 483-485
A. M. D. G.