3 noviembre 1943
Cómo oigo la "Voz" y escribo sus
palabras
A las veces, ya de noche, en mi duermevela
Otras veces, en cambio, es tan imperiosa la "Voz" ...
Y ahora voy a esforzarme en describir las fases y los modos como la "Voz" querida llega a mí y escribo sus palabras.
A las veces, ya de noche, en mi duermevela
A las veces, ya de noche, en mi duermevela, -más vela que sueño puesto que, simultáneamente, me doy cuenta de lo que sucede en mi aposento o en la calle- siento que la Voz me dice repetidas veces una frase como invitándome a sentarme y a escribir. Si cuento con fuerzas físicas suficientes, me siento y, luchando con la somnolencia y los dolores, me pongo a escribir. Entonces, a la frase o a las pocas frases iniciales, siguen, a modo de hilo que se desenvuelve, las demás, cesando el sufrimiento provocado por la oposición entre el alma, tensa para escuchar, que desearía el concurso del cuerpo, y el propio cuerpo derrengado que se niega a servir al alma habiendo de dejar su reposo para escribir.
Otras veces, en cambio, es tan imperiosa la "Voz" ...
Otras veces, en cambio, es tan imperiosa la "Voz" -la cual, sueño aparte, debe en tales casos comunicarme un vigor especial que dura el tiempo que de él necesito- que he de sentarme al momento y escribir inmediatamente, o si es de día, dejar lo que tenga entre manos para escribir.
Muchas veces advierto la llegada del momento del
amaestramiento y, en consecuencia, de la cercanía del
Maestro, por una especie de sacudida, de penetración,
de infusión,...
Muchas veces advierto la llegada del momento del amaestramiento y, en consecuencia, de la cercanía del Maestro, por una especie de sacudida, de penetración, de infusión, no sé cómo expresarme para ser exacta. Es, en fin, un algo que penetra en mí y me proporciona una satisfacción luminosa. Insisto en lo de "luminosa" porque es, ciertamente, como si pasase de un lugar sombrío a otro inundado por el calor y la alegría del sol.
Mas no siempre sucede así. Son éstos los momentos más sublimes, como lo son aquellos en los que a las palabras se une la visión mental de cuanto Él describe (como cuando me mostró a María en su gloria del Paraíso. 12 de septiembre). Generalmente es una cercanía muy próxima. Pero siempre cercanía.
Las lecciones son pues así.
Alguna vez, como ha ocurrido esta mañana con el fragmento que le acompaño en hoja aparte, nada hay que justifique ni predisponga esa instrucción facilitada. Por ejemplo, esta mañana me encontraba yo a mil leguas de distancia de ese pensamiento. No rezaba sino que estaba atenta a un menester puramente material relacionado con mis particulares necesidades de enferma. Le digo esto para darle a entender cuán lejos estaba de pensar en cosas místicas. Comenzó la "Voz" a hablar sin tener nada en cuenta. Después, tras haberme dado, diré así, la primera sacudida, esperó a que terminase aquella ocupación. Acto seguido me instó a escribir dándome a entender que tomara media hoja que sería bastante. Como tuviese yo en la mano una hoja entera, me la hizo colocar y, efectivamente, como ve, bastó.
La primera frase pronunciada mientras yo no podía escribir, era: "La obediencia supera en valor a la palabra. La obediencia fue la virtud del Verbo". Después Jesús, sobre ese tema inicial, cuando ya podía escribir, dictó sus palabras tal como las he escrito en ese trozo de hoja...
Otras veces, por el contrario, inicia la lección espontáneamente haciéndome abrir al azar el libro que Él quiere en el que me muestra súbitamente la frase sobre la que, a continuación, desarrolla su enseñanza más o menos por extenso. A las veces se sirve de un libro cualquiera, o tal vez de un periódico, del que extrae enseñanzas.
Hay también días en los que no habla y entonces me siento tan mísera que me tengo por un niño que no tomó el pecho y lo busca por todas partes gritando. También yo le llamo y le requiero abriendo la Biblia por un sitio y otro. Hay días en los que permanece tenazmente callado y tengo por eso grandes deseos de llorar. Hay otros, en cambio, en los que, tras haberme hecho andar de arriba abajo sin atenderme, se rinde al fin y entonces siento esa sensación, por la que me doy cuenta de la llegada de la gracia.
Advierta que, mientras antes era capaz de meditar por mi cuenta -pobres meditaciones si se las compara con las que actualmente recibo- ahora me encuentro totalmente incapaz de hacer algo por mí. Me concentro fácilmente en un punto, si bien nada extraigo de él, y el Maestro, generalmente, nunca me explica el punto que yo querría que me explicase en aquel momento. Explica lo que quiere y del modo más dispar a como lo explicaría yo y a como se acostumbra explicar.
Igualmente me siento incapaz de interesarme por los libros de lectura. Yo, que he sido una lectora empedernida, dejo ahora empolvarse los libros sin abrirlos. Y si los abro, a las pocas líneas me canso y los cierro. Y no es que me canse el leer. Me canso porque me resultan un alimento insípido y desabrido.
Y lo mismo las conversaciones habituales. Me resultan una verdadera fatiga. Querría estar sola y en silencio ya que las chácharas me molestan grandemente y me parecen más insulsas que nunca. He de hacer prodigios de caridad para soportar a quienes se afanan en hacerme compañía impidiendo con su visita esa Compañía para mí tan querida, la única que yo deseo y que soporta mi alma: la de Jesús o la de quien, como usted, no ignora mi secreto.
Y ¿quiénes son estas personas? Usted, Marta, Paula y su padre. Este último tan sólo entiende una parte, pero no las noventa y nueve restantes y por eso... se quedan en tres. Ahora bien, Marta, como siempre está en continuo movimiento, se encuentra tan cansada para cuando llega la tarde, que se cae de sueño. Así pues, no quedan sino usted y Paula. A vuestro lado, y sobre todo al de usted, descanso y disfruto. Pero todos los demás resultan para mí cansancio y pena.
En cuanto al libro de Ricciotti, desde el primer momento que lo abrí no me gustó. Como el Cantar, está bien traducido. Mas los juicios del autor... son ciertamente de esos que ya no puedo asimilar. Por otra parte, me susurra la Voz con la insistencia de un retornelo: "No te ocupes de ese trabajo. No lo quiero". No dice más. Pero, al ver que insiste, me decido a manifestarle que ya no leeré más de cuanto hasta aquí he leído y, le confieso que ello no me causa pena por cuanto, le repito, paréceme masticar paja.
Con esto he obedecido.
C. 43. 494-497
A. M. D. G.