11-11 (Isaías, cap. II, v. 24.)

 

 

Los tiempos que precederán

 

al Día del Señor

 


 

Dice Jesús:

"Echemos juntos la mirada a los tiempos que, cual plácida aurora subsiguiente a una noche de tormenta, precederán al Día del Señor. Tú entonces ya no existirás; mas desde el lugar de tu reposo te alegrarás de ello porque verás llegar a su término el combate de los hombres y menguar su dolor a fin de dar tiempo a los vivientes de fortalecerse para la última breve convulsión de la Tierra antes de oír la orden final disponiendo la congregación de todos sus vivientes y de cuantos en ella vivieron a partir de Adán.

 

Mi Iglesia tendrá su día de hosanna

antes de su última pasión

 

Te lo dije ya (29 de octubre). Mi Iglesia tendrá su día de hosanna antes de su última pasión. Después vendrá su triunfo eterno.

Los católicos  -y el orbe entero reconocerá entonces a la Iglesia Roma porque el Evangelio resonará de los polos al Ecuador y del uno al otro lado del globo abrazándolo con la Palabra cual si fuera una franja de amor-  los católicos, salidos de una ferocísima lucha de la que ésta es tan sólo el preludio, hartos de matarse y de ir en seguimiento de brutales dominadores, hartos de la sed insaciable de matar y de la violencia insuperable, se volverán hacia la Cruz triunfadora, reencontrada tras su pertinaz obcecación. Dominando el fragor de tantos estragos y de tanta sangre, oirán la Voz que ama y verán la Luz, blanca más que los lirios, que desciende de los Cielos a fin de alumbrarles para dirigirse a Ellos.

Los hombres, formando una marcha de millones y millones de tribus, caminarán con su espíritu dirigido a Cristo y pondrán su confianza en el único individuo de la Tierra en el que no hay sed de engaños ni deseo de venganza.

 

Será Roma la que entonces hablará

 

Será Roma la que entonces hablará. Mas no la Roma más o menos grande y duraderamente poderosa que pueden lograr hacer los caciques sino la Roma de Cristo, la que, sin armas ni batallas, venció a los Césares y esto con una única fuerza: con el amor; con una única arma: con la Cruz; con una única oratoria: con la plegaria. Será la Roma de los grandes Pontífices que en un mundo oscurecido por las invasiones bárbaras y embrutecido por las destrucciones, supo conservar la civilización y extenderla por los pueblos bárbaros. Será la Roma que supo hacer frente a los poderosos y, por boca de sus santos Ancianos, ponerse de parte de los débiles, aplicando el aguijón de un espiritual castigo aún a aquellos mismos que, en apariencia, eran refractarios a cualquier remordimiento.

No podéis, siendo pueblos de índole diversa, llegar entre vosotros a un acuerdo duradero. Todos tenéis idénticas aspiraciones y necesidades y, al igual que en un plato de balanza, el peso de la parte buena de uno va en detrimento del otro. Os desvivís por haceros con la parte mayor matándoos por esto que viene a constituir una alternativa recíproca que se agrava cada vez más.

 

Escuchad la voz de quien no tiene sed de dominio y quiere,

en nombre de su Rey Santísimo, reinar únicamente

sobre los espíritus.

 

Escuchad la voz de quien no tiene sed de dominio y quiere, en nombre de su Rey Santísimo, reinar únicamente sobre los espíritus. Llegará el día en que los hombres, desengañados, os volveréis a Aquel que es ya más espíritu que hombre y que, de su elemento humano, conserva tan sólo aquella parte indispensable que os indique su presencia. Saldrán de su boca, inspirada por Mí, palabras semejantes a las que Yo, Príncipe de la Paz, os diría. Os enseñará la perla preciosísima del perdón recíproco y os hará ver que no hay arma mejor que la reja y la hoz que hiende una la tierra para hacerla producir y corta la otra la hierba para  que renazca más lozana. Os enseñará que la fatiga más santa es la que se adquiere procurando el pan, el vestido y una casa a los hermanos, y que sólo amándose como tales se elimina el veneno del odio y la tortura de las guerras.

 

Emprended, hijos, la marcha hacia la Luz del Señor

 

Emprended, hijos, la marcha hacia la Luz del Señor. No vayáis más, como ciegos, braceando entre las tinieblas. En cabeza mis predilectos venciendo todo humano temor porque estoy con vosotros que sois los más queridos de mi Corazón, y los demás, arrastrados por el ejemplo de mis santos, iniciad este nuevo Éxodo hacia la Tierra nueva que Yo os prometo y que será vuestra misma Tierra, si bien transformada por el amor cristiano.

Apartaos de aquellos que son idólatras de Satanás, del mundo y de la carne. Sin desdeñarlos, separaos de ellos. A nada conduce el desdén. Viene a ser causa de ruina sin provecho alguno. Pero apartaos de ellos para que no os contagien. Amadlos con amor de redentores interponiendo entre vosotros y ellos el baluarte de vuestra fe en Cristo. No sois lo suficientemente fuertes como para poder vivir sin peligro en medio de ellos. Demasiados siglos de decadencia espiritual, cada vez más intensa, han acabado debilitándoos. Imitad a los primeros cristianos. Sabed vivir en el mundo, pero aislados del mundo, en virtud de la fuerza que os presta vuestro amor a Dios.

 

Dejad pues al hombre que tiene su espíritu en las narices

 

Y jamás os pleguéis a tomar por un superhombre al hombre mísero que en nada difiere de los brutos por cuanto, como ellos, cifra su parte más noble en el instinto, única cosa que le hace no ser inferior a los mismos. Dice el Profeta: "Dejad pues al hombre que tiene su espíritu en las narices" (Cap. II, v. 22.). La frase la debéis interpretar en este sentido: El animal privado de respiración no es más que un despojo inmundo. Su vida estriba únicamente en la respiración. Si cerráis sus narices a este solo, deja de existir y se convierte en carroña.

Hay multitud de hombres que no son más que eso, no contando con otra vida que la animal que dura lo que su respiración. Su espíritu, ese espíritu hecho para el Cielo, está muerto. Es justo pues decir que hay hombres que no tienen otro espíritu que el aliento de sus narices y de los que es mejor mantenerse alejados espiritualmente para que el hálito de Satanás y de la bestialidad que de ellos se expande no llegue a inficionar vuestra humanidad volviéndola semejante a la suya.

 

Rogad, benditos míos, por ellos. Esto es caridad.

Y, nada más.

 

Rogad, benditos míos, por ellos. Esto es caridad. Y, nada más. No penetran las palabras en los oídos cerrados a la Palabra. Y no tengáis por eminente a quien, cual fiera desatada, humea y sopla su violencia y altivez por las narices. Tan sólo es eminente aquel que tiene vivo su espíritu y es, por tanto, hijo de Dios. Los demás son cosas despreciables cuyo encumbramiento ficticio tiene como final una gran ruina y cuyo recuerdo evoca tan sólo escándalo y horror."

C. 43, 525-527

A. M. D. G.