14-11. Isaías, Cap.8.º, v. 5.º.
cuidad de no cansaros demasiado
pronto
Y cómo habré de enseñaros Yo las suaves astucias del amor ¡Cuántas veces, para conquistar un alma, basta saber dirigirle una mirada de verdadero amor!
No es preciso, hijos, dejar la patria para ser misioneros
Ahora se presenta mucho más dura la labor en el campo inculto. Pero, hacedlo
Dice Jesús:
"Una vez que hayáis cumplido con vuestro deber, –prosigo hablándoos a vosotros, sacerdotes– os autorizo a decir lo que les enseñé a decir a mis apóstoles cuando les mandé a misionar por Palestina. Pero cuidad de no cansaros demasiado pronto. Yo fui repitiendo a lo largo de tres años, mi doctrina. ¡Y era Dios! Pasados esos tres años, uno de los doce, que tan saturados se hallaban de Mí, me traicionó. Otros muchos, infinitos en número, me abandonaron en la hora de la prueba. ¿Pretendéis vosotros acaso ser más solícitos, más poderosos o más obedecidos que Yo?
Recordad que si ha de perdonarse a los hermanos
setenta veces siete, a los hijos espirituales se les
ha de perdonar setenta veces setenta. Vosotros,
en cambio, debéis, no ya admirar sino amar a aquel
que es un desgraciado espiritual.
Recordad que si ha de perdonarse a los hermanos setenta veces siete, a los hijos espirituales –y todos los católicos, todos sin excepción, son para vosotros hijos– se les ha de perdonar setenta veces setenta.
Recordad que, en relación con las almas, no existen para vosotros las diferencias que se dan entre los humanos. Hay para ellos un trastrueque de valores. Todo hombre admira y reverencia al que es honesto, bueno y puro. Vosotros, en cambio, debéis, no ya admirar sino amar a aquel que es un desgraciado espiritual. Cuanto más astroso se encuentre, cuanto más alejado de Mí esté, tanto más debéis ser para él padre y luz. No caben en vosotros repugnancia, desaliento, dejación ni miedo alguno. Habéis de inclinaros sobre todas las miserias, ir en su busca para curarlas y amarlas para llevarlas al Amor. ¿Que os rechazan? Volved a la carga. ¿Que se mofan de vosotros? Aumentad vuestra caridad. Servíos de las cosas humanas para hacer entrar a las almas en la órbita de lo sobrenatural.
Y ¿cómo habré de enseñaros Yo las suaves astucias
del amor?
Y ¿cómo habré de enseñaros Yo las suaves astucias del amor? ¿Nunca tuvisteis un padre, una madre, unos hermanos con los que practicarlas y conseguir así de ellos un amor cada vez mayor? Vuestros fieles son hijos para vosotros. ¡Oh, qué de cosas no idea un padre para hacerse amar de su hijo! Es éste todavía un infante y el padre, aunque rendido por el trabajo, se inclina sobre la cuna y va desgranando dulces palabras para poder después oírlas repetir de aquella boquita inocente. Y, párvulo ya, se dobla el padre para enseñar al pequeñín a dar los primeros pasos. Le muestra las flores, las estrellas, educa su mente con las primeras sensaciones y los pensamientos primeros. Por más que sea un tanto retrasado y deficiente mental, se esfuerza el padre en abrir la mente de su hijo. Y aunque sea tal vez un caprichoso indomable, pone en juego mil argucias para ver de transformar su corazón.
¿Y vosotros? ¿Cómo no tenéis entrañas de padre para con vuestros hijos espirituales? ¿Que son ateos? No importa. ¿Lujuriosos? No importa. ¿Que son una sentina de vicios? No importa, Orad y arriesgaos: Hoy, mañana, pasado mañana también y siempre, siempre, sin desmayar.
¡Cuántas veces, para conquistar un alma, basta saber
dirigirle una mirada de verdadero amor!
¡Cuántas veces, para conquistar un alma, basta saber dirigirle una mirada de verdadero amor! Con harta frecuencia no son, como creéis, perversas las almas. Se encuentran hastiadas, enfermas, avergonzadas. Hastiadas de cuanto el mundo, y el clero con él, les proporcionó. Enfermas, por haber sabido Satanás explotar su debilidad. Avergonzadas de verse enfermas. Desean curar; pero se avergüenzan de confesar sus enfermedades.
Entregad a esas almas lo que nunca tuvieron: amor santo. Marchad a su encuentro. Persuadidlas a que se abran sin avergonzarse. Son flores reacias. Mas si el amor las caldea, se abren.
¡Oh rocío santo y benéficos rayos que vosotros, sacerdotes, atraéis con vuestro sacrificio sobre las almas! ¡Arrepentimientos y redenciones que hacen de las almas hijos de Dios! ¡Sacramentos y gracia que infundís santificándoos a vosotros y a ellas! ¡Seáis benditos por esta obra, siervos fieles, que cuidáis de mi mies y de mi viña! ¡Y seáis benditos también si os inclináis sobre las plantas salvajes nacidas fuera de mi viña!
No es preciso, hijos, dejar la patria para ser misioneros
No es preciso, hijos, dejar la patria para ser misioneros. Europa y el mundo son todo él tierra de misión ya que el hombre se ha hecho idólatra y hereje. En verdad os digo que, por caridad con la patria, habría que roturar el terreno nativo antes que los demás, ya que de una patria cristiana es de donde se deriva el bienestar patrio. Mas ¿dónde están hoy día las naciones cristianas?
Mirad en vuestro derredor. ¿Qué veis? Montones de ruinas y víctimas. ¿Quién las ocasionó? ¿Uno, dos, cuatro individuos? No. Ellos son los agentes, los ministros del Mal que los emplea como rey despótico. Y son lo que son porque la población sobre la que ejercen su imperio les dejó ser tales al poner en los mismos el exponente máximo de sus propios sentimientos. De un pueblo sin Dios –y ahora los pueblos se hallan privados de Dios porque lo arrojaron de su alma sustituyéndolo con la carne, con el dinero y con el poder– brotan las serpientes que matan mediante esa triple hambre que Satanás azuza.
No cabe decir: "Fueron ellos la causa del presente mal". Decid todos, y digo todos, comprendidos también vosotros, los sacerdotes: "Fuimos nosotros", y seréis sinceros.
Ahora se presenta mucho más dura la labor en el campo
inculto. Pero, hacedlo
Ahora se presenta mucho más dura la labor en el campo inculto. Pero, hacedlo. Volved a ser como mis primeros apóstoles. Sed héroes de nuevo en el sacerdocio que es la única milicia santa. Cumplid todos con vuestro deber hasta la inmolación. ¿Que después las gentes se obstinan en perderse? Yo dispondré de ellas. Vosotros tendréis idéntico premio por más que vengáis a Mí con los brazos, rotos ya por el abrumador trabajo, cargados de escasísimas espigas.
Mas, os lo ruego, –y eso que soy Dios– no os hagáis culpables de desamor. La ausencia de caridad, por ser negación de Dios, no la perdono."
C. 43, 535-537
A. M. D. G.