20-11.

Isaías. Cap. 22, vv. 11-14-18.

 

 

no "volvéis las miradas" a Aquel

 

que es vuestra Providencia

 

 


 

Dios os da, no ya tanto sino todo cuanto os es útil y necesario para la carne, la sangre, la mente y el espíritu.

   Os habéis creído iguales cuando no superiores a Dios.

  ¡Cuánto dolor contiene ya el cáliz que se acerca!

   Continúa siendo Luz del mundo en mi lugar por más que las tinieblas se te echen encima para aplastarte.

   Ayer por la mañana recibí las caricias de María Santísima

 


 

 

Dice Jesús:

"Con excesiva frecuencia no "volvéis las miradas" a Aquel que es vuestra Providencia. Colocáis la etiqueta, a menudo inútil, a una cosa y os decís a seguido. "Esta cosa la hemos hecho nosotros".

No. No sois vosotros sus autores antes, muchas veces, sois los destructores ya que neutralizáis los frutos que de una obra se derivan, cuando no destruís la obra misma con vuestras manos y con vuestras mentes exterminadoras.

 

Dios os da, no ya tanto sino todo cuanto os es útil

y necesario para la carne, la sangre, la mente

y el espíritu.

 

Dios os da, no ya tanto sino todo cuanto os es útil y necesario para la carne, la sangre, la mente y el espíritu. Vosotros, a este todo y en especial al que se relaciona con la mente y con el espíritu, le excaváis una "charca". ¡Oh, sí, una charca! Pero una charca en la que las aguas cristalinas de Dios se estancan y corrompen al permanecer en contacto con tantas otras cosas y hallarse abiertas a todas las invasiones.

Así, del saber, multiplicado sin medida pero sin elevarlo a Dios; lo mismo de la religión a la que habéis querido rodear de tantas superfluidades, analizar con lente humana, profanar pretendiendo explicarla sin referirla a Dios y envilecerla reduciéndola a fórmula y no a norma de vida.

 

Os habéis creído iguales cuando no superiores a Dios.

 

Es siempre el mismo reproche el que os debo hacer: Os habéis creído iguales cuando no superiores a Dios. Y vosotros, los super-racionales de la tierra, si bien humanamente racionales, os habéis rebajado a cumplir obras, no de hijos de Dios, sino de animales racionales. Y es mucho ya que razonéis y os respetéis hasta el punto de deciros: "Vamos a obrar pensando en el mañana", ya que las más de las veces pensáis únicamente en el día de hoy y en hacer del día de hoy un deleite para vuestra carne a la que amáis en demasía.

Ni aun cuando os encontráis entre las torturas de un castigo os abandona esta euforia malsana sino que anheláis gozar tanto más y vivir al modo de los brutos, atentos sólo a saciar el hambre y a satisfacer el sentido. Y en medio de los placeres os burláis de Dios en el que ya no creéis si no es para maldecirlo o para implorarle cuando sufrís. Y ¿para qué? ¿Qué es lo que esperáis? No es así como se obtiene el auxilio de Dios. Yo estoy para el que es bueno y fiel y, por más que sea débil, le perdono y socorro. No estoy para los escarnecedores ni execradores que saben tomar su parte y dar, en cambio, a mis hijos únicamente dolor y tormento.

Y tú, el primero de entre mis hijos (se refiere al Papa, como se desprende de las palabras siguientes), fortifica tu corazón acercando la boca a la mística fuente de mi pecho traspasado. Como eres mi heraldo, mi Vicario en la tierra, el que representa al cordero, teniendo de Éste el corazón y la palabra, así también serás un nuevo Cristo en el dolor y en el destino.

 

¡Cuánto dolor contiene ya el cáliz que se acerca!

 

¡Cuánto dolor contiene ya el cáliz que se acerca! Y de nada te sirve haber bebido tanto del mismo y vivido como un justo. De nada te sirve, por cuanto, en la medida que tú lo vas bebiendo, el dolor lo va rellenando más y más y porque ese dolor lo destila y extrae esa Fuerza enemiga nuestra, la cual, al no poder clavar sus dientes en Cristo, los clava en las carnes de sus criaturas. Y ¿qué criatura más criatura mía que tú, que eres dulce y bueno, que eres evangélico como mi Juan?

Al igual del Predilecto, fija tu mirada en el Cielo hasta que te sientas arrebatar por el ardor de la contemplación, ya que la hora del dolor cada vez está más cercana y tienes necesidad de verte saturado de contemplación a fin de poder sufrir la pasión sin desfallecer.

 

Continúa siendo "Luz del mundo" en mi lugar por más

que las tinieblas se te echen encima para aplastarte.

 

Continúa siendo "Luz del mundo" en mi lugar por más que las tinieblas se te echen encima para aplastarte. Aunque caigas, mantén alzada mi Cruz que es Luz. Aunque mueras, haz oír mi Voz que habla desde el Cielo a través de ti, Siervo mío ejemplar.

Has llorado y de nada ha servido el que tú conocieses el secreto de Fátima. Tus solicitudes por el mundo se han vuelto contra ti cual si de un loco se tratase. Mas, no importa. Mi Madre está contigo y Yo con Ella.

Nosotros estamos al lado de las grandes y de las pequeñas "voces" que hablan en mi nombre y se gastan a sí mismas para que resuene todavía la Voz de Cristo en esta tierra bullente de demonios. Seáis benditos, grandes y pequeños portadores de la Palabra. Venceremos a Satanás, os lo aseguro. Y en la hora de la victoria mi propia Luz será la vuestra que hará que resplandezcáis como unos nuevos soles."

 

 

Ayer por la mañana recibí las caricias

de María Santísima

 

¡Padre (P. Migliorini), qué dulces sensaciones las de ayer y las de hoy!

Ayer por la mañana recibí las caricias de María Santísima. Sí ciertamente caricias, no un modo de decir. Me hallaba trabajando y, naturalmente, pensaba en el Cielo. Me decía a mí misma: "¡Qué bien cuando llegue el día en que ya no me vea huérfana allá arriba, tan sola y poco amada como lo estoy ahora...!" Y sentí sobre mi cabeza y en las mejillas las caricias de la Virgencita. Al pensar cómo me encuentro ahora sin padres, caían mis lágrimas sobre la labor y pedía suplicante un consuelo. Y llegó el consuelo en forma de caricias. No era la mano robusta y amplia de Jesús ni su atraerme como amigo, por no decir como enamorado. Fue una caricia mórbida, leve, maternal, de una mano diminuta y suave sobre mi cabeza y en las mejillas. Un toque inconfundible cuyo recuerdo constituye mi dicha.

Esta mañana pues, a eso del alba, mientras estaba en el duermevela y me encontraba orando  –rezaba el rosario–  he dicho: "¡Ay Madrecita de Jesús!, ¿qué puedo hacer yo por ti?". Y Ella me ha contestado: "Ámame". Basta. Nada más me ha dicho. Pero, ¡cómo lo ha dicho! Es la primera vez que oigo hablar a la santa Señora. Y a lo largo de todo el día de hoy no hago sino pensar en aquel "Ámame" dicho con tal dulzura, igual que lo diría una madre inclinada sobre el lecho de su hija a la que le susurra por entre los cabellos, entre beso y beso, sus más ardientes deseos maternales.

¡Cómo ha querido hacerme gustar nuestra Señora lo que jamás probé a lo largo de mi vida de hija..." Lo que estoy experimentando no es posible describirlo sino con una palabra: "¡Éxtasis!".

C. 43. 549-552

A. M. D. G.