22-11
hablemos del amor ya que nada hay
más dulce que esto para quien ama.
Mas el verdadero amador no toma en consideración a las primeras ni se atemoriza de las segundas
¡Oh tormentos dichosísimos de mis amadores!
Dame pues, sin reservas, todo cuanto eres
Dice Jesús:
"Amémonos, querida, y hablemos del amor ya que nada hay más dulce que esto para quien ama.
La redimida del Evangelio, al igual de los tres magos
que adoraron mi divinidad encarnada, rindió tres dones
a mis pies:
La redimida del Evangelio, al igual de los tres magos que adoraron mi divinidad encarnada, rindió tres dones a mis pies: su corazón a través de los cabellos y su mente a través del perfume. Debes igualmente darlo tú todo sin reservarte nada para ti ni aún el soplo vital.
"No son bastantes aguas impetuosas a extinguir el amor –ni lo arrollan las avenidas–. Si alguien diera todos sus bienes a cambio del amor, ese tal sería tenido por necio.
Las aguas que se vuelcan para extinguir el amor provienen de todas las cosas de la vida, de los cuidados y hasta de las necesidades. Y las avenidas, del querer ajeno que trata de impedir al espíritu darse por entero a su Dios.
Mas el verdadero amador no toma en consideración
a las primeras ni se atemoriza de las segundas
Mas el verdadero amador no toma en consideración a las primeras ni se atemoriza de las segundas. Por encima de cuanto constituye para los demás la preocupación de su vida, pone lo que para él representa su preocupación vital: amar a su Dios. Espíritu absorto o mejor dicho, "elevado" en Dios, vive ya proyectado fuera, más allá de lo que para los demás constituye lo que llaman "vida". Trastocador santo de los valores humanos, no entiende que haya sino un solo objeto que alcanzar: el interés de Dios, no el suyo. Su preocupación única es conquistar la Vida sin tener para nada en cuenta esta pobre vida terrena que es flor que dura muy poco sobre su tallo. Apacible como es, por formar un todo con su Dios, se trueca en un león cuando se trata de defender aquel su tesoro y, ni persecuciones familiares ni sociales logran abatir a este espíritu deificado, antes, cual olas de un mar embravecido, le empujan velozmente hacia la orilla sobre el corazón de Dios.
¡Oh tormentos dichosísimos de mis amadores!
¡Oh tormentos dichosísimos de mis amadores!, de estos conocedores y gustadores de la Verdad, los cuales, al igual del autor del Cantar, dicen, no con vanas palabras sino con otras verdaderas, expresión de toda una vida vivida y gastada con este fin, que, aun cuando uno diese todo su haber por conquistar el Amor, aún daría muy poco, porque la dádiva, incluso, de este día terreno es moneda de una valor irrisorio si se compara con la posesión del Amor que es infinito.
Dame pues, sin reservas, todo cuanto eres
Dame pues, sin reservas, todo cuanto eres. El hierro que se funde en el crisol sale de éste mucho más bello. Y el alma a la que el amor funde y derrite, renace como flor de eternidad en los jardines del Cielo.
Es allí donde Yo te quiero. Mas antes has de sufrir todavía la labor de nuestros dos amores: la tuya, de criatura, por Mí; y la mía, de Dios, por ti. Cuando estas dos fuerzas hayan logrado despojarte por completo de tu "yo", entonces vendré para conducirte a la Paz."
C.43, 555-556
A. M. D. G.