27-11
La maternidad bien entendida
constituye el ápice del amor.
Las palabras turban la atmósfera en la que vive Dios
Dice Jesús:
"Si todas las mujeres, de no ser unas pervertidas, se extasían de gozo femenilmente pensando en la dicha de su próxima maternidad, ¿cuál no sería el éxtasis de mi santa Madre, próxima ya a su maternidad sublime?
el amor materno, cuando es recto, es el amor completo,
perfecto y el más sublime de los amores de la Tierra.
La maternidad bien entendida constituye el ápice del amor. Más cálido que el amor que une a los hijos de una misma cuna, más casto que el amor que identifica dos carnes, el amor materno, cuando es recto, es el amor completo, perfecto y el más sublime de los amores de la Tierra.
Ahora bien, María no era únicamente la criatura que ama al hijo que se forma en ella, fruto de un doble amor de criatura, María amaba en su hijo a Dios venido a Ella con su Voluntad, con su Amor, con su Obediencia a hacerse carne de su carne.
Miraba su seno inviolado y veíalo hecho sagrario del Dios vivo. Sentía latir otro corazón y sabía que aquel Corazón era el de un Dios hecho carne. Con su deseo anticipaba el momento de hacer de sus brazos mi altar para la primera ofrenda de la Hostia del perdón. Y jurábase a sí misma amarme como sólo Ella, sin lastre alguno de culpa, podía amarme para reparar por anticipado lo que ya hacía derramar lágrimas a sus ojos y sangre a su corazón: las torturas de mi misión de Redentor.
Es costumbre en personas piadosas realizar un retiro espiritual en vísperas de un acontecimiento para ellas importante a fin de poder conocer la Voluntad del Señor y hacerse dignas de recibir su bendición para la obra que están a punto de emprender. Pues bien, podéis fácilmente comprender de qué manera esta Criatura, tan perfecta en su oración, se habría rodeado de místicos velos para aislarse en un retiro espiritual que por momentos iba estrechándose más y más a medida que se iba aproximando el cumplimiento del suceso.
El viaje de Nazaret a Belén lo realizó María cual si
estuviera encerrada en mística clausura sólo
abierta al Cielo...
El viaje de Nazaret a Belén lo realizó María cual si estuviera encerrada en mística clausura sólo abierta al Cielo que, velozmente, se acercaba a Ella para cubrirla, a modo de un velo de dosel real recamado de joyas, con todos sus esplendores, con sus teorías angélicas y con sus armonías celestiales.
Hallábase ya extática. Y la gente que veía pasar a un hombre silencioso llevando del ronzal a un borriquillo montado por una poco más que niña, toda absorta en un pensamiento interior, se ladeaba porque parecía como si emanase de aquel grupo una luz, dejando, a su paso, un perfume del Cielo. Y no acertaban a comprender cómo aquellos, los más pobres de todos, semejaban reyes ante los que se abren reverentes las multitudes cual olas del mar surcadas por majestuosa nave.
El viaje de Nazaret a Belén lo realizó María cual si estuviera encerrada en mística clausura sólo abierta al Cielo, era la Vencedora que transitaba por donde Satanás se había deslizado para así desembarazar el camino al Verbo que venía a unir el Cielo con la Tierra.
Pálida y afable, marchaba al encuentro del Amor, no sólo con abrazo de fuego espiritual sino también con verdadero ardor de la carne que, si bien era de mujer, lo era asimismo de Dios. Y cuando José interrumpía aquel éxtasis, penetrando respetuoso en él cual si traspusiera los umbrales de Dios, para proporcionar a su Esposa el refrigerio del alimento y del descanso, no mediaban palabras prolongadas sino tan sólo una mirada, una palabra: "¡José!", un apretón de manos; y la onda del éxtasis, como de una copa rebosando hasta los bordes, se transvertía sobre José.
Las palabras turban la atmósfera en la que vive Dios
Las palabras turban la atmósfera en la que vive Dios y ni aún a los justos les son precisas palabras para persuadirse de la presencia de Dios y de los admirables efectos de su presencia en los corazones.
O se cree o no se cree. Si tenéis a Dios en vosotros, creéis porque, tas los velos de la carne, sentís a Dios que vive en una criatura. Mas si no tenéis a Dios, no habrá palabras que os puedan persuadir de la fusión de dios con un corazón humano. Es la fe la que os capacita para creer y es la posesión de Dios la que otorga la posibilidad de ver a Dios y sus porqués. Estos rebasan vuestros métodos. Sólo viviendo con humildad en el plano sobrenatural podéis ver, a través de la hendidura abierta para vosotros por la Bondad divina, las espirituales relaciones y los extasiantes contactos del alma con Dios.
Como pavesas que se agitan en un incendio, las criaturas escogidas por Dios para el éxtasis, viven en un festival de fulgores, en un hervir de llamas divinas, en un entremezclarse de pavesas y llamas para avivarse cada vez más, encenderse e inflamarse mutuamente. Alimento que se nutre del Centro del Amor, llevan su amor al Amor acrecentando con Él su gloria, extrayendo de ese Amor vida y gloria propias.
María, que era fuego, contenía en sí al Fuego santísimo
y las leyes de la vida, por este su vivir en un continuo ardor,
se hallaban casi anuladas
María, que era fuego, contenía en sí al Fuego santísimo y las leyes de la vida, por este su vivir en un continuo ardor, se hallaban casi anuladas. Y tanto cada vez más se anulaban, cuanto el incendio estaba más a punto de convertirse en Carne recién nacida. Por lo que, en el momento feliz de mi aparición en el mundo, abismose Ella extática en el esplendor del Centro del Fuego del que emergió portando en brazos la Flor del Amor, pasando, de las voces de la Llama divina a las melodías angélicas, del rutilar de la Trinidad contemplada hasta la fusión, a la visión de los coros angélicos bajados a dar la nueva a la Tierra con la promesa de Paz y a hacer la corte a la Madre Reina, a la Madre del Rey de reyes. Y, tras haber abrazado a Dios con su espíritu extático, abrazó al Hijo de Dios, a su Hijo, con aquellos brazos suyos que no sabían del abrazo de hombre alguno."
C.43, 568-571
A. M. D. G.