29-11

 Daniel Cap. 9.º, v. 20-27.

 

 

La oración santa

 

 


 

Siempre, no bien iniciáis vuestra oración, la gracia del Señor desciende sobre vosotros

   A cambio de un algo negado por una Inteligencia que todo lo conoce, recibís otros dones de los que no siempre os dais cuenta al pronto ni agradecéis.

   El Consolador, que es asimismo Anunciador, jamás desatiende cuanto conmigo se relaciona.

   Suspirado por los Patriarcas y por todo el pueblo de Dios, debía surgir el Mesías para crear la nueva Jerusalén que jamás ha de morir: la Iglesia

  La condena de Cristo signa la de su pueblo.

   Si Gabriel tornase, a duras penas encontraría corazones que supiesen orar como Daniel y que aceptasen su palabra sin viviseccionarla hasta el punto de matarla para someterla a estudio y llegar por fin a negarla

 


 

Dice Jesús:

 

Siempre, no bien iniciáis vuestra oración,

la gracia del Señor desciende sobre vosotros

 

"Siempre, no bien iniciáis vuestra oración, la gracia del Señor desciende sobre vosotros. Hablo de la oración santa, no de la necia petición de cosas inútiles o contrarias a Dios y a la recta moral. El Eterno, que vela sobre vosotros desde el Cielo, no tiene el corazón de bronce como vosotros que sois duros con vuestros hermanos e ingratos para con Dios. Él os atiende al instante cuando, con corazón humilde, amoroso y confiado, cuando, con sacrificio y constancia, le imploráis piedad.

 

A cambio de un algo negado por una Inteligencia

que todo lo conoce, recibís otros dones de los que no

siempre os dais cuenta al pronto ni agradecéis.

 

Pan y consuelo, ciencia y dirección os da Dios cuando a Él os volvéis. Y si no siempre sois atendidos, no penséis que vuestra  oración haya de quedar sin respuesta. A cambio de un algo negado por una Inteligencia que todo lo conoce, recibís otros dones de los que no siempre os dais cuenta al pronto ni agradecéis. Mas, tarde o temprano, debéis mostrar vuestro reconocimiento a esta Bondad inteligente que cuida de vosotros. Y si aquí no lo veis, será ciertamente más allá de esta vida terrena cuando conozcáis lo magnánimo y bueno que el Señor fue con vosotros.

A Daniel, cuando aún estaba orando  –y su plegaria podríais recitarla también ahora–  le habló un ángel.

 

El Consolador, que es asimismo Anunciador, jamás

 desatiende cuanto conmigo se relaciona.

 

El Consolador, que es asimismo Anunciador, jamás desatiende cuanto conmigo se relaciona. Mensajero de Dios, espíritu obediente y amoroso, puso siempre su gozo en transmitir a los hombres los deseos de Dios y en consolar a los que sufren. No dejó veloz el Cielo únicamente para el anuncio feliz, para consolar a José y para confortarme a Mí en la tremenda agonía. Ya anteriormente habíase dirigido a los profetas para llevarles la palabra y descorrer los velos de cuanto se refiere a Mí como Mesías. Espíritu inflamado de amor, se mueve al lado de cuantos desean a Dios, llevando a Dios los suspiros de cuantos le aman y a éstos las luces de Dios.

Uno tan sólo es el que podía hacer desaparecer la prevaricación, el pecado y la injusticia de la Tierra merecedora de un nuevo diluvio y que, por el contrario, fue anegada y lavada en una Sangre divina e inocente: Yo, Dios verdadero, hecho carne por vosotros. La corrupción, el pecado, la injusticia y la guerra entre el hombre y Dios, habrían de terminar cuando hubiera de ser ungido, no con unción regia sino con unción fúnebre el Santo de los santos, el Inocente inmolado por el amor de los hombres.

 

Suspirado por los Patriarcas y por todo el pueblo de Dios,

 debía surgir el Mesías para crear la nueva Jerusalén

que jamás ha de morir: la Iglesia

 

Suspirado por los Patriarcas y por todo el pueblo de Dios, debía surgir el Mesías para crear la nueva Jerusalén que jamás ha de morir: la Iglesia que vive y vivirá hasta el fin de los siglos y continuará viviendo en sus santos más allá de los días de esta Tierra. Y es a Daniel al que se le da a conocer el número de días que separaban a los vivientes del tiempo del Señor y las consecuencias de la maldad de su pueblo que responde con una condena al prodigio de Dios.

 

La condena de Cristo signa la de su pueblo.

 

La condena de Cristo signa la de su pueblo.

El delito lleva siempre aparejado consigo un castigo. Y, dado que no hay delito mayor que el de ensañarse con los inocentes y calumniar a los que no tienen culpa, ¿qué castigo habría de reservarse a quien diera muerte al Inocente, que no fuese la total destrucción del lugar en que la abominación habíase instalada?

Inútiles son ya los sacrificios una vez rebasada la medida. Dios es paciente, mas no injusto; y perdonar la contumacia en el pecar tras haber proporcionado todos los medios precisos para conocer el error, salir de él y tornar a Dios, constituiría en Este una injusticia para con los justos y para con aquellos a quienes los malvados torturaron.

Las setenta y dos semanas, hija, podrían ser ahora, incluso, siglos y, al término de ellas, venir la desolación sobre la Tierra y la abominación allí en donde todo debería ser santo. Estáis ya en camino.

Un excesivo crujir de ciencia humana roe, como la caries, los corazones de mis ministros que no saben ser de Dios sino del mundo del que aspiran su espíritu y al que prestan su aliento que ya no es del Cielo. Esto constituye el gran dolor de Cristo. Demasiadas zonas sin iglesias. Demasiadas iglesias sin sacerdotes. Demasiados fieles sin guía. Demasiados corazones sin amor.

 

Si Gabriel tornase, a duras penas encontraría corazones

 que supiesen orar como Daniel y que aceptasen su palabra

 sin viviseccionarla hasta el punto de matarla para

 someterla a estudio y llegar por fin a negarla

 

Si Gabriel tornase, a duras penas encontraría corazones que supiesen orar como Daniel y que aceptasen su palabra sin viviseccionarla hasta el punto de matarla para someterla a estudio y llegar por fin a negarla. Y ¿no es esto ya una abominación en la casa de Dios, allí, donde, al menos mis ministros, ellos al menos, deberían ser luz para las gentes?

Por segunda vez estáis dando muerte a Cristo. Le matáis en vuestro espíritu. Y de aquí a poco ya no seréis su pueblo sino una tribu de idólatras. No os lamentéis pues si el Cielo persiste cerrado ante el fermentar de vuestra abominación.

En verdad os digo que si no os convertís al Señor Dios vuestro, la desolación durará hasta el fin."

C. 43, 578-580

A. M. D. G.