En el mismo día
(7 de diciembre 1943)
Mt. ¿Quién es mi Madre y quiénes son
mis hermanos?
Lc. "Dichosos más bien los que
escuchan la palabra de Dios
y la ponen por obra".
¿Fue esto un repudio de su Madre?. No
"Dichoso el seno que te llevó y dichosos los pechos que mamaste"
Tampoco era motivo de ensoberbecerme el hecho de que Él se hubiera criado a mis pechos
Dice María:
"Un nuevo regalo maternal con ocasión de mi Fiesta.
Hay en los Evangelios otras dos frases referentes a Mí que vosotros no interpretáis del todo bien. Te las voy a explicar Yo.
Dice Mateo: "Mientras Jesús hablaba, con su Madre y sus hermanos estaban fuera haciendo por hablar con Él. Dijo uno: "Tu Madre y tus hermanos te buscan". Mas Él respondió: "¿Quién es mi Madre y quiénes son mis hermanos? Mi Madre y mi hermano es todo aquel que hace la Voluntad de mi Padre".
¿Fue esto un repudio de su Madre? No
¿Fue esto un repudio de su Madre? No, antes una alabanza de Ella que fue perfecta en el cumplimiento de la Voluntad del Padre. ¡Bien sabía mi Jesús cual era la voluntad que yo cumplía! Una voluntad con la que me había identificado y ante la que no retrocedía por más que el tic tac de cada instante me fuese repitiendo como martillazos descargados sobre un clavo hundido en mi corazón: "Eso termina en el Calvario". Sabía muy bien que había merecido ser Madre de Dios por haberme ajustado a esta Voluntad y que, de no haberlo hecho así, Él no me habría tenido por Madre.
Por eso, entre todos aquellos que le escuchaban, yo, que me hallaba unida a Él por un lazo superior al de la sangre, es decir, por un vínculo sobrenatural, era superior en antigüedad y conocimiento a todos los discípulos –porque el Verbo de Dios habíame instruido desde que lo llevara en mi seno– era yo "su Madre" en el sentido que Él daba en su hablar divino y así, al reconocimiento humano del auditorio añadía Jesús el suyo de Madre verdadera por dar vida a la Voluntad de su Padre y mío.
"Dichoso el seno que te llevó y dichosos los pechos
que mamaste".
Refiere Lucas que, mientras Jesús hablaba, gritó una mujer: "Dichoso el seno que te llevó y dichosos los pechos que mamaste". A lo que mi Hijo replicó: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra".
El ser Madre de Jesús fue una gracia de la que no me era lícito gloriarme. De entre los millones y millones de almas creadas por el Padre, Él, por un decreto suyo inescrutable, escogió la mía para que fuese sin mancha. No quiere el Eterno que yo me humille en el Cielo por cuanto me constituyó Reina en el instante feliz en que, dejada la Tierra, me estrechó mi Hijo con su abrazo, nostalgia punzante del tiempo que duró la separación y deseo que me consumió cual lámpara que arde. Mas si lo permitiese, estaría yo postrada eternamente ante su Fulgor para estarle humillada toda entera en recuerdo del decreto dictado por su benignidad dotándome de un alma bautizada con anticipación a todas las demás, no con el agua y la sal sino con el fuego de su Amor.
Tampoco era motivo de ensoberbecerme el hecho de
que Él se hubiera criado a mis pechos
Tampoco era motivo de ensoberbecerme el hecho de que Él se hubiera criado a mis pechos porque bien podía haber venido a la Tierra y ser su Evangelizador y Redentor sin tener que rebajar su Divinidad encarnada a las exigencias naturales de un infante. Como subió al Cielo, una vez cumplida su misión, así podía haber bajado del Cielo para iniciarla dotado de un cuerpo adulto y perfecto de acuerdo con vuestra pesantez carnal. Todo lo puede mi Señor e Hijo y yo no fui sino un instrumento con el que haceros más comprensible y persuasiva la Encarnación real de Dios, espíritu purísimo, bajo la forma de Jesucristo, hijo de María de Nazaret.
Ahora bien, el haber puesto en práctica la palabra de Dios con una pureza total desde la infancia, esto era lo que constituía verdadera grandeza; y el haber prestado oídos a la Palabra, que era Hijo para mí, a fin de hacer de ella mi pan e identificarme cada vez más con mi Señor, ésta era auténtica felicidad.
¡Oh santa Palabra!, don entregado a los amados de Dios, vestidura de fuego que ciñes de esplendores, Vida que eres la Vida de aquellos a quienes te das, seas cada vez más amada por ellos del modo que yo te amé con fervor y humildad.
Obra, Palabra santísima, en estos mis hijos, puesto que los tomé por míos al pie de la Cruz para consuelo de mi desgarro de Madre a la que le mataron el Hijo adorado y condúcelos al Cielo por sendas esplendentes de verdad y de ardientes obras. Condúcemelos al corazón sobre el que Tú dormiste de niño y posaste después de muerto y en el que aún hay gotas de tu Sangre santísima y de mi llanto, a fin de que, a su contacto, desaparezca lo que les queda de humano y, resplandecientes con tu Luz, entren conmigo en la Ciudad donde todo es eterna perfección y en la que Tú, Hijo mío santísimo, reinas y reinarás."
C.43, 609-611
A. M. D. G.