8 diciembre

 

 

Lc. Crecía en sabiduría, en edad

 

y en gracia...

 

 


 

Una desviación de la piedad de los fieles ha hecho ciertamente que el orden establecido por Dios para sí mismo en relación con su existencia como Hijo del hombre, haya sido alterado

  Mi Niño fue inteligente, mucho, como lo pueda ser un niño perfecto

   Y sus caídas al comenzar a caminar solo. Yo corría a levantarlo y a besar sus moraduras.

 ¿Y su sonrisa?: ¡El sol de nuestra casa!

  Su inteligencia, cada vez más despierta, hasta alcanzar la perfección, me infundía admiración y respeto

  Antes de la Última Cena vino a tomar consuelo de su Madre y estuvo apoyado sobre mi corazón como cuando era niño.

  no me saciaba de besarlo antes de verlo desaparecer bajo los aromas, el sudario, la sábana y las vendas y, por último, tras la piedra volcada sobre el cierre del Sepulcro

  No existió para su Madre la prohibición habida para María de Mágdala. Yo podía tocarle.

 


 

Dice María:

"Escribe asimismo Lucas, mi evangelista, que mi Jesús, después de haber sido circuncidado y ofrecido al Señor, "crecía y se robustecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en Él"; y repite una vez más cómo, muchacho ya de doce años, nos estaba sujeto y "crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres".

 

Una desviación de la piedad de los fieles ha hecho

 ciertamente que el orden establecido por Dios para sí

 mismo en relación con su existencia como Hijo del hombre,

 haya sido alterado

 

Una desviación de la piedad de los fieles ha hecho ciertamente que el orden establecido por Dios para sí mismo en relación con su existencia como Hijo del hombre, haya sido alterado. Se recrea la leyenda en hacer de mi Niño un ser prodigioso y fuera de lo natural, el cual, ya desde su nacimiento, habría realizado actos propios de hombre, mostrándose como algo verdaderamente irregular hasta el punto de resultar monstruoso.

Esta piedad equivocada no la castiga Dios que la ve y disculpa, juzgándola como resultado de un amor imperfecto en su forma, si bien grato a Él por ser sincero.

Ahora bien, quiero hablarte de mi Niño mostrándotelo tal cual era cuando, sin su Madre, nada habría podido hacer: una criaturita tierna, delicada, rubia, levemente sonrosada y hermosa, más hermosa que hijo alguno de hombre y bueno.. más que los ángeles creados por su Padre y nuestro. Su desarrollo fue, ni más ni menos, el de un niño sano al que colma de cuidados su mamá.

 

Mi Niño fue inteligente, mucho, como lo pueda ser un niño

 perfecto

 

Mi Niño fue inteligente, mucho, como lo pueda ser un niño perfecto. Mas su inteligencia se fue desvelando día a día siguiendo la norma general de todos los nacidos de mujer. Era como si el despuntar de un sol fuera abriéndose camino en su cabecita blonda. Sus primera miradas, no tan vagas como las de los primeros días, fuéronse posando sobre las cosas y, particularmente, sobre su Madre. Sus primeras sonrisas, inciertas al principio, y cada vez más firmes después cuando me inclinaba sobre su cuna o lo tomaba en mi regazo para darle el pecho, lavarlo, vestirlo y besarlo.

Sus primeras palabras informes y cada vez más claras después. ¡Qué felicidad ser la Madre que enseña al Hijo de Dios a decir: "Mamá"! Y la primera vez que pronunció bien esta palabra que nadie como Él supo jamás decir con tanto amor y que me la repitió hasta su último aliento, ¡qué alegría la mía y la de José y qué besos en aquella boquita en la que iban apareciendo los primeros dientecitos!

Y los primeros pasos con sus piececitos tiernos, sonrosados como pétalos de una rosa de carne, aquellos piececitos que yo acariciaba y besaba con amor de madre y adoración de fiel, ¡que hubiera de verlos más adelante clavados a la cruz, contraerse con espasmos de dolor y quedar lívidos y yertos!

 

Y sus caídas al comenzar a caminar solo. Yo corría

a levantarlo y a besar sus moraduras.

 

Y sus caídas al comenzar a caminar solo. Yo corría a levantarlo y a besar sus moraduras. ¡Oh, entonces podía hacerlo! Mas un día habríale de ver caer bajo la cruz, agonizante ya, desgarrado, manchado de sangre y de las inmundicias lanzadas sobre Él por la turba cruel sin que yo pudiera correr a levantarlo y besar sus contusiones sangrantes, Madre infeliz de un pobre Hijo ajusticiado!

Y sus primeras gentilezas: una florecilla cogida en el huerto o en algún camino que me la traía; un taburete arrastrado hasta mis pies para que estuviese más cómoda; el recoger un objeto que habíaseme caído.

 

¿Y su sonrisa?:

¡El sol de nuestra casa!

 

¿Y su sonrisa?: ¡El sol de nuestra casa! ¡La riqueza que recubría de seda y oro las desnudas paredes de mi casita! Quien vio la sonrisa de mi Hijo vio el Paraíso en la Tierra. Una sonrisa apacible mientras fue niño. Una sonrisa cada vez más pensativa hasta llegar a ser triste a medida que iba haciéndose adulto. Pero, siempre sonrisa. Para todos. Fue ésta una de las causas de su fascinación divina que hacía que las turbas le siguieran embelesadas.

Su sonrisa era ya una palabra de amor. Y cuando a la sonrisa le seguí a continuación la voz, que otra más hermosa no la hubo en el mundo, hasta los campos con sus tallos de mies se estremecían de gozo. Era la voz de Dios que hablaba, tenlo en cuenta, María. Y fue un misterio, que sólo las razones inescrutables de Dios lo podrán explicar, cómo Judas y los judíos pudieron llegar a traicionarle y a matarle después de haberle oído hablar.

 

Su inteligencia, cada vez más despierta, hasta alcanzar

la perfección, me infundía admiración y respeto

 

Su inteligencia, cada vez más despierta, hasta alcanzar la perfección, me infundía admiración y respeto. Mas se hallaba tan mitigada por la bondad, que a nadie llegó jamás a mortificar. ¡Dulce Hijo mío, que así de dulce fuiste con todos y en especial con tu Madre!

Ya de adolescente, me retraía de besarle como cuando era pequeñín. Mas nunca me faltaron sus besos ni sus caricias ya que era Él quien los reclamaba de su Madre cuya sed de amor comprendía, pues besar sus carnes santísimas era para Ella sorber la vida y beber el gozo.

 

Antes de la Última Cena vino a tomar consuelo de su

Madre  y estuvo apoyado sobre mi corazón como cuando

 era niño.

 

Antes de la Última Cena vino a tomar consuelo de su Madre y estuvo apoyado sobre mi corazón como cuando era niño. Quiso saturarse de amor con su Mamá a fin de poder resistir el desamor de todo un mundo.

Más tarde le tuve sobre mi corazón, pero helado y extinto, a las lívidas luces del Viernes Santo. Y... ¡ver a mi eterno Niño  –porque para una madre su hijo es siempre un niño y tanto más lo es cuanto más dolorido y acabado está–  ver a mi Niño hecho todo Él una llaga, desfigurado por el acelerado sufrir, encostrado de sangre, desnudo, desgarrado hasta el Corazón; ver cerrada aquella Boca bendita de la que sólo palabras santas salieron; aquellos Ojos adorables cuyo mirar era una bendición; aquellas Manos que sólo para trabajar, bendecir, curar y acariciar se movieron; aquellos Pies que se cansaron tratando de reunir a su grey que, al fin, le mató; todo ello constituyó un desgarro sin límites que anegó la Tierra para redimirla y llegó hasta los cielos que se estremecieron de pena!

 

no me saciaba de besarlo antes de verlo desaparecer

bajo los aromas, el sudario, la sábana y las vendas y,

por último, tras la piedra volcada sobre el cierre

del Sepulcro

 

Todos los besos que guardaba en mi corazón y no pude darle durante las forzadas separaciones de aquellos tres últimos años, se los di entonces. Ni una magulladura quedó sin beso y sin lágrimas. Y sólo yo sé cual fue su número. Mis besos y mi llanto fueron el primer lavatorio de su Cuerpo extinto y no me saciaba de besarlo antes de verlo desaparecer bajo los aromas, el sudario, la sábana y las vendas y, por último, tras la piedra volcada sobre el cierre del Sepulcro.

Ahora bien, en la mañana de la Resurrección pude contemplar el Cuerpo glorificado de mi Hijo. Entró con el rayo del sol, inferior en esplendor a Él, y le vi en su Belleza perfecta, mío por haberlo yo formado, pero Dios porque Él había, a al sazón, superado la hora humana y tornado al Padre llevándome a mí en su Carne divina modelada en mí seno a mi semejanza humana.

 

No existió para su Madre la prohibición habida para María

de Mágdala. Yo podía tocarle.

 

No existió para su Madre la prohibición habida para María de Mágdala. Yo podía tocarle. No había de contaminar con mi humildad su Perfección que subía a los Cielos ya que aquel mínimo de humanidad que en mí existía, dada mi condición de Inmaculada Concepción, habíase quemado cual flor arrojada a las llamas en la hoguera expiatoria del Gólgota. María-Mujer había muerto con su Hijo y sólo quedaba ahora María-alma, ardiendo por subir con su Hijo al Cielo. Y así mi abrazo venerante no podía causar turbación a la Divinidad triunfante.

¡Oh, sea bendito por aquel amor! Si bien posteriormente siempre he tenido presente su Cuerpo destrozado y el recuerdo de aquel tormento aún no ha perdido su aguijón, la rememoración de su Cuerpo glorificado, triunfante, hermoso con una Belleza divina y majestuosa que es la alegría de los Cielos, constituyó mi perenne consuelo durante los excesivamente largos días de mi vivir y el constante anhelo de terminar mi vida para volver a verle.

Hace dos horas, María, que ha dado comienzo mi fiesta (era el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción) y te he tenido conmigo dándote a conocer a mi Jesús. Ahora descansa contemplando a Aquellos que te aman y te esperan y viendo la Belleza que constituye el gozo de los santos."

C. 43, 612-615

A. M. D. G.