(18-12-1943)
4.º MISTERIO GLORIOSO
La Asunción de María a los Cielos
Dice María:
"Nueva perla para mis predilectos. Ciertamente quería haber hablado de ella dentro de unos días; mas, como soy Madre, accedo a vuestro deseo. En Navidad tendréis también mi palabra.
Lo mismo que fue un éxtasis el nacimiento del Hijo y, vuelta del rapto en Dios, me vi en la Tierra con mi Niño en brazos, de igual manera fue mi muerte un rapto en Dios.
la proximidad del momento en que el Amor había de
retornar por última vez para arrebatarme a Sí habría
de señalarse por un acrecentamiento del fuego
Confiando en la promesa recibida entre los esplendores divinos de la mañana de Pentecostés, no dudé de que la proximidad del momento en que el Amor había de retornar por última vez para arrebatarme a Sí habría de señalarse por un acrecentamiento del fuego. Y no me equivoqué.
Por lo que a mí hacía, a medida que la vida iba pasando, era más acuciante mi deseo de fusión con la Caridad eterna. Me espoleaba el deseo de estar con mi Hijo y la convicción de que nunca podría hacer tanto por los hombres como cuando estuviese orando por ellos ante las gradas del trono de Dios. Y con un impulso cada vez más encendido e impaciente, gritaba con todas las fuerzas de mi alma: "¡Ven, Señor Jesús, ven, ven, eterno Amor!".
La Eucaristía, que para mí era como el riego en una flor
sedienta –era vida– no era suficiente a contener
el ansia de mi corazón.
La Eucaristía, que para mí era como el riego en una flor sedienta –era vida– no era suficiente a contener el ansia de mi corazón. Ya no me bastaba recibir a mi Criatura divina y llevarla en las sagradas Especies al igual que habíala llevado en mi carne virginal. Toda yo suspiraba por el Dios Uno y Trino, mas no bajo los velos escogidos por mi Jesús para ocultar el inefable misterio sino tal cual era, es y será en medio del Cielo.
Mi propio Hijo, en sus transportes eucarísticos, me inflamaba con besos de un deseo infinito y cada vez que venía a mí, casi me arrancaba el alma en el primer impulso con la potencia de su amor y después, con una ternura infinita, se quedaba llamándome: "¡Mamá!", percibiendo yo sus ansias de tenerme consigo.
¿Qué otra cosa deseaba yo? Ya ni el deseo de tutelar
la Iglesia naciente aparecía en mí.
¿Qué otra cosa deseaba yo? Ya ni el deseo de tutelar la Iglesia naciente aparecía en mí. Todo quedaba anulado ante el de poseer a Dios por la convicción de que se puede todo al poseer a Dios.
Llega, María, hasta esta plenitud de amor. Que todo, a tus ojos, pierda valor y atractivo. Mira tan sólo a Dios. Cuando te encuentres rica con esta pobreza de deseos, que es inconmensurable riqueza, Dios se inclinará sobre tu espíritu para besarlo y tú, con tu espíritu, ascenderás al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo para conocerlos y amarlos por una feliz eternidad y para poseer sus riquezas de gracias, de las que podrás disponer para los fines y los seres que están en tu pensamiento. Nunca se hace tanto por los hermanos como cuando ya no se está entre ellos sino que somos luces conjuntadas con la Luz.
La llegada a mí del Amor eterno se realizó cual yo pensaba. Todo perdió luz y color, voz y presencia ante el Fulgor y la Voz que de los Cielos abiertos se abatió sobre mí para recoger mi alma.
el Cielo se colmó de gozo viendo a su Reina cuya carne
era la única entre todas las carnes mortales que conocía
la bienaventuranza de la glorificación.
Se dice que "María se habría llenado de júbilo al verse asistida por su Hijo". Mas mi dulce Jesús se hallaba bien presente con el Padre cuando el Amor me dio su beso por tercera vez en mi vida, beso aquel tan altamente divino que mi alma expiró con él, siendo recogida como gota de rocío absorbida por el sol desde el cáliz de un lirio y yo ascendí con mi espíritu hosannante en medio de mis Tres, a los que adoraba y adoro, cual perla en engarce de fuego, seguida de filas de espíritus angélicos venidos a mi natalicio eterno y esperaba en los umbrales del Cielo por mi Esposo terreno, por los Reyes y Patriarcas de mi estirpe, por los primeros santos y mártires y el Cielo se colmó de gozo viendo a su Reina cuya carne era la única entre todas las carnes mortales que conocía la bienaventuranza de la glorificación."
C. 43, 652-654
A. M. D. G.