(18-12-1943)
5.º misterio glorioso
La Coronación de María por reina
y Señora de todo lo creado.
Mi humildad no me permitía pensar siquiera que me estuviese reservada tanta gloria en el Cielo
Dice María:
Mi humildad no me permitía pensar siquiera que me
estuviese reservada tanta gloria en el Cielo
"Mi humildad no me permitía pensar siquiera que me estuviese reservada tanta gloria en el Cielo. Daba por cierto, en mi pensamiento, que mi carne humana, santificada por haber llevado a Dios, no habría de sufrir la corrupción ya que Dios es Vida y cuando satura de Sí a un ser, resulta como un aroma preservador de la muerte. No sólo me había identificado yo con Él en casto y fecundo abrazo sino que me veía repleta en mis más recónditas interioridades de los efluvios de la Divinidad escondida en mi seno y dispuesta a ocultarse tras los velos de la carne mortal.
Ahora bien, que la bondad del Eterno reservara para su Esclava el gozo de sentir una y otra vez sobre sus miembros el tacto de las manos de mi Hijo, sus abrazos, sus besos, oír de continuo con mis oídos su voz, ver con mis ojos su rostro gustar una y tantas veces el placer de acariciarle, no, no pensaba que esto, al pronto, me fuese concedido ni lo deseaba. Me bastaba con que estos goces le fueran concedidos a mi espíritu quedando con ello satisfecha ya mi felicidad de bienaventurada.
Yo soy la prueba inequívoca de lo que Dios había pensado
y querido para el hombre: una vida inocente, desprovista
de culpas, un pasar placentero de esta vida
a la Vida completa
Mas, como testimonio del pensamiento creador de Dios respecto del hombre, Él me quiso con el alma y el cuerpo en el Cielo. Yo soy la prueba inequívoca de lo que Dios había pensado y querido para el hombre: una vida inocente, desprovista de culpas, un pasar placentero de esta vida a la Vida completa en la que, del modo que uno transpone el umbral de una casa para entrar en un palacio, el ser completo pasaría del sol del paraíso terrestre al Sol del Paraíso celestial, acrecentando la perfección de su yo, tanto en la carne como en el espíritu, con la Luz plena que brilla en los Cielos.
Delante de los Patriarcas y de los Santos, delante
de los Ángeles y de los Mártires, me llevó Dios asunta
a la gloria del Cielo y dijo: "He aquí la obra perfecta
del Creador,...
Delante de los Patriarcas y de los Santos, delante de los Ángeles y de los Mártires, me llevó Dios asunta a la gloria del Cielo y dijo: "He aquí la obra perfecta del Creador, lo que Yo creé a mi imagen y semejanza, fruto de una obra maestra divina y creadora, maravilla del Universo que ve conjuntado en un ser único lo divino en el espíritu, inmortal como Dios y como Él espiritual, inteligente y virtuoso, y lo animal en la carne más perfecta ante la que se inclinan todos los demás vivientes de los tres reinos de la Creación. He aquí la prueba de mi amor hacia el hombre al que doté de un organismo perfecto otorgándole el destino de una vida eterna en mi Reino. Esta es la prueba de mi perdón hacia el hombre al que, en fuerza de un trino amor, le concedí la rehabilitación ante mis ojos. Esta es la mística piedra de toque, éste el lazo de unión del hombre con Dios, ésta la que retrotrae el tiempo a sus días primeros y presta a mis ojos el placer de contemplar a la Eva que Yo creé, tal cual la creé, hecha ahora mucho más hermosa al ser la Madre de mi Hijo y la Mártir del Perdón. En su Corazón sin mácula derramo los tesoros del Cielo y hago de mi Fulgor una corona para su cabeza que no conoció la soberbia y, por serme tan amada, la corono para que sea vuestra Reina."
No hay lágrimas en el Cielo, María. Mas en el jubiloso llanto que habrían vertido los espíritus de habérseles concedido poder llorar, –humor que se destila en fuerza de una emoción– hubo un cabrillear de luces, un cambiar de esplendores a otros más vivos esplendores, un prender del incendio de la caridad en un fuego mucho más ardiente, un insuperado e indescriptible resonar de armonías a las que se unió la voz de mi Hijo alabando a Dios Padre y a la Esclava de Dios, feliz ya para toda la eternidad.
Tenía pensado, María, haber dado fin a esta mi explicación de los misterios de mi santo rosario después de Navidad –porque, sin que tú te percataras de ello, te había hablado de todos y, en particular, de los blancos gozosos y de los fúlgidos gloriosos ya que los purpúreos tienen un nombre tan sólo: Dolor y todos constituyen un único dolor. Mas vosotros, los que me amáis, tenéis muchas penas y comprendéis que, sólo olvidando la Tierra por el Cielo puede soportar dichas penas vuestro corazón, por lo que yo os desvelo los esplendores del Cielo.
Ya está completo el místico collar. Os lo regalo para celebrar la Navidad de mi Hijo y, con él, mi bendición y mi cariño.
Sed buenos y amaos. Yo estoy con vosotros."
C. 43, 654-656
A. M. D. G.