19-12-43
Deuteronomio. Cap. 5, v. 29 y Cap. 6.º, v. 20
el Decálogo siempre será el mismo,
siempre válido, siempre justo
y siempre con la obligación
de ser observado
Mi Hijo no mudó palabra alguna del mismo por cuanto nadie puede retocar la palabra de Dios
Dice Dios Padre:
En el Sinaí dicté a mi siervo para todos los hombres,
las normas a observar para merecer mi bendición.
"En la majestuosa manifestación del Sinaí dicté a mi siervo para los hombres, para todos los hombres, las normas a observar para merecer mi bendición.
Y si muchas de las disposiciones pormenorizadas que siguieron al Decálogo a fin de hacerlo más seguro y fácil en su práctica a los antiguos cayeron en desuso con el correr de los siglos y con la llegada del Cristianismo, no así el Decálogo que ha subsistido y no cambia. No cambiará hasta el último día, pues por más que le fuese concedido a la Tierra continuar viviendo durante milenios y milenios, el Decálogo siempre será el mismo, siempre válido, siembre justo y siempre con la obligación de ser observado.
Mi Hijo no mudó palabra alguna del mismo por cuanto
nadie puede retocar la palabra de Dios
Mi Hijo no mudó palabra alguna del mismo por cuanto nadie puede retocar la palabra de Dios. El Verbo os enseña este respeto a mi palabra inmutable. Recordadlo.
Él confirmó la Ley en sus diez mandamientos intangibles. Y, por el contrario, con su doctrina de amor sustituyó las partes complementarias de la misma que no estaban en consonancia con los nuevos tiempos.
La era del castigo había terminado desde el momento en que florecía sobre el mundo el rey del amor y de la misericordia y, para aseguraros más de este cambio que sustituía el rigor por el perdón, se gastó a Sí mismo predicándoos por espacio de tres años el amor y el perdón, llegando, en su sacrificio, hasta erigirse en muestra sangrante sobre el escarpado de un monte a fin de que todo el mundo mirase a aquel centro de misericordia del que, junto con las últimas gotas de una sangre divina, caían también aún las últimas palabras de amor y de perdón.
El Maestro del mundo os repitió hasta su postrer
momento, más con hechos que con palabras, la perfección
de la Doctrina divina
El Maestro del mundo os repitió hasta su postrer momento, más con hechos que con palabras, la perfección de la Doctrina divina. Perfección, puesto que descargó el antiguo Decálogo de las disposiciones más humanas contenidas en las minucias mosaicas sustituyéndolas con su código todo él de amor. Mas el Decálogo permanece y permanecerá, sucumbiendo el mundo por no conocerlo ni vivirlo.
¿Dónde están ya aquellos que, investidos de autoridad familiar, enseñan a sus hijos lo primero y más necesario de cuanto ha de saberse que es mi Ley? ¿Dónde los que formen a sus pequeños en el conocimiento y en el amor reverencial hacia Mí, poniendo ante esas mentes y corazones que se abren, las maravillas y prevenciones dispuestas por Dios a favor de los hombres?
Hablo de la primera autoridad que es la de los padres,
responsables del porvenir de sus hijos y,
consecuentemente, de las naciones
No me refiero aquí a otras autoridades. Hablo de la primera autoridad que es la de los padres, responsables del porvenir de sus hijos y, consecuentemente, de las naciones. Por cuanto, si las autoridades políticas que os rigen tuvieran enfrente en todo el mundo cristiano a un incalculable número de jefes de familia, firmes en el respeto y en el acatamiento a Dios y a sus cosas, se reportarían en ciertas extralimitaciones que, no sólo corrompen a las generaciones juveniles sino que, con ellas preparan días cada vez más horribles para la Tierra, ya que, de jóvenes corrompidos y ateos, no pueden surgir más que delincuentes. Porque, bien sea delincuencia individual o delincuencia social, siempre será delincuencia que empuja al delito, al robo, al desmán, a la traición, al motín, a todas las abyecciones, en fin, que hacen de la Tierra un infierno anticipado y de los hombres unos demonios crueles los unos contra los otros.
"¿quién os infundirá un espíritu tal que os haga tenerme
a Mí y observar mis mandamientos para que, tanto vosotros
como vuestros hijos seáis eternamente felices?"
Soñáis con tiempos mejores. Mas –repito palabras con antigüedad de milenios pero siempre actuales–: "¿quién os infundirá un espíritu tal que os haga tenerme a Mí y observar mis mandamientos para que, tanto vosotros como vuestros hijos seáis eternamente felices?" ¿Cómo lo conseguiréis si no conocéis siquiera mis mandamientos? ¿Qué hacéis para que vuestro espíritu viva? Y si se encuentra muerto por falta de alimento y de respiración, forzado como se halla a morir por faltarle la palabra de Dios y a respirar el aire mefítico de vuestros pecados ¿cómo habéis de poder tener el espíritu que de vosotros exijo tengáis?
La vuestra es una argolla cerrada, una argolla horrorosa que os oprime y que sólo con la Cruz y con el Evangelio podéis romper. Estos son los que os franquean las puertas que han de dar entrada a la Luz de Dios, al aire, al alimento y a todo lo que es Vida. Ellos os abren el camino para tornar a Mí.
Mi Majestad imponente puede tal vez infundiros temor, pues estáis como Adán después de la culpa: tenéis el alma manchada y teméis la mirada de Dios. Mas Cristo no infunde temor. Desde su nacimiento a su muerte fue su nombre: Dulzura. Subid a Mí de nuevo a través de su Palabra y de su Cruz. Ellas otra vez os instruyen y consagran. Son la obra cumbre del amor divino y, fuera de ellas, no se da otro medio de salvación. Tras el rechazo de las mismas no queda sino: "mi Justicia".
Y para vosotros, pervertidos como estáis, mi Justicia tiene un solo significado: "Castigo". Recordadlo y obrad en consecuencia."
C. 43, 656-658
A. M. D. G.