25-12-1943. Navidad.

Nuevo dictado de María.

 

 

La beatitud del éxtasis natalicio

 

 


 

Un día menos de espera, un día más de acercamiento al Calvario

   Esto constituyó mi fortaleza de por vida y, sobre todo, en la hora de mi muerte mística al pie de la Cruz.

  Cuando Dios nos golpea, es preciso, María, conducirse así:... Aquí tienes las siete bienaventuranzas contrapuestas a las siete espadas.

 


 

Dice María:

"La beatitud del éxtasis natalicio me acompañó durante toda la vida como esencia de flores encerrada en el vaso vivo de mi corazón. Gozo indescriptible, humano y sobrehumano. Perfecto.

 

"Un día menos de espera, un día más de acercamiento

 al Calvario"

 

Al declinar de cada tarde me martillaba el corazón este doloroso "memento": "Un día menos de espera, un día más de acercamiento al Calvario" y así mi alma se cubría de pena como envuelta por un oleaje de dolor, ola anticipada de la marea que habríame de anegar sobre el Gólgota. Yo, entonces, inclinaba mi espíritu ante el recuerdo de aquella beatitud que había quedado viva en mi corazón del modo como aplica uno su oído en la garganta de una montaña para percibir de nuevo el eco de un canto de amor o para distinguir en la lontananza aquella casa que guarda su ventura.

 

Esto constituyó mi fortaleza de por vida y, sobre todo,

 en la hora de mi muerte mística al pie de la Cruz.

 

Esto constituyó mi fortaleza de por vida y, sobre todo, en la hora de mi muerte mística al pie de la Cruz.

Para no llegar, tanto yo como mi dulce Hijo, a decir a Dios  –que nos castigaba por los pecados de todo el mundo–  que era excesivamente atroz el castigo y demasiado rigurosa su mano justiciera, yo, a través del velo del más amargo llanto que mujer alguna haya vertido, hube de centrarme en aquel recuerdo luminoso, beatífico, santo, que en aquella hora se alzaba como visión consoladora dentro del corazón para hacerme presente cuánto me había amado Dios, visión que venía a mi encuentro sin esperarla, ya que era gozo santo el que yo la encontrase, porque todo lo que es santo se halla impregnado de amor y el amor transmite su vida hasta a las cosas inanimadas.

 

Cuando Dios nos golpea, es preciso, María, conducirse así:

... Aquí tienes las siete bienaventuranzas contrapuestas

 a las siete espadas.

 

Cuando Dios nos golpea, es preciso, María, conducirse así:

Recordar los momentos en que Dios nos proporcionó la felicidad a fin de poder decir, aun en medio de la aflicción: "Gracias, Dios mío. ¡Qué bueno eres conmigo!".

No rechazar el consuelo que nos proporciona el recuerdo de un regalo anterior de Dios que surge en nuestra memoria para confortarnos en el momento en que el dolor nos agobia del modo como un ciclón azota las plantas, llevándonos a la desesperación y así no desesperar de la bondad de Dios.

Procurar que nuestras alegrías sean alegría de Dios, esto es, no procurarnos alegrías humanas buscadas por nosotros y fácilmente contrarias a Él, como todo lo que es fruto de nuestro obrar apartado de Dios, de su Ley divina y de su Voluntad sino esperar la satisfacción únicamente de Dios.

Conservar el recuerdo hasta de esas mismas alegría pasadas, porque el recuerdo que estimula al bien y a bendecir a Dios no es recuerdo censurable antes aconsejable y bendito.

Proyectar la luz de aquella hora sobre las tinieblas del momento presente para iluminarlas de forma que nos permitan ver el Rostro santo de Dios aún en la noche más lóbrega.

Templar el amargor del cáliz con aquella dulzura ya disfrutada, a fin de poder soportar con ella su sabor y alcanzar a apurarlo hasta la última gota.

Sentir, al tiempo que las espinas comprimen nuestra frente, la sensación de la caricia de Dios que la hemos conservado como el recuerdo más preciado.

Aquí tienes las siete bienaventuranzas contrapuestas a las siete espadas. Te las entrego como lección mía de Navidad (pon esta fecha) y en ti se las ofrezco también a todos mis predilectos.

Sirva mi cariño de bendición para todos."

C. 43. 667-669

A. M. D. G.