(25-12-43)

 

 

EL ESPÍRITU SANTO

 

Yo soy el Amor

 

 


 

Estoy presente en todas las palabras de Cristo y florezco en los labios de la Virgen.

  Cuando nada había, existía Yo. Yo soy el inspirador de la creación del hombre... Yo soy Aquel que...

   El Padre está sobre vosotros, el Hijo en vosotros, mas Yo, el Espíritu, estoy en vuestro espíritu santificándoos con mi presencia.

 


 

 

Dice el Eterno Espíritu:

"Yo soy el Amor. No hago uso de mi propia voz por cuanto mi Voz se encuentra en todo lo creado y más allá de lo creado. Me derramo como el éter por todo cuanto existe, enciendo como el fuego y circulo como la sangre.

 

Estoy presente en todas las palabras de Cristo y florezco

 en los labios de la Virgen.

 

Estoy presente en todas las palabras de Cristo y florezco en los labios de la Virgen. Purifico y vuelvo luminosa la boca de los profetas y de los santos. Yo soy Aquel que inspiró todas las cosas antes de que fuesen, ya que mi poder es el que, como un latido, puso en movimiento el pensamiento creador del Eterno.

Todas las cosas se hicieron por Cristo; mas todas ellas las hice Yo-Amor, puesto que soy Yo quien con mi secreta fuerza moví al Creador a realizar tal prodigio

 

Cuando nada había, existía Yo. Yo soy el inspirador

de la creación del hombre... Yo soy Aquel que...

 

Cuando nada había, existía Yo y estaré asimismo cuando nada quede sino el Cielo.

Yo soy el inspirador de la creación del hombre al que se le entregó el mundo para su deleite, este mundo en el que, desde los océanos a las estrellas, desde las cumbres alpinas a los tallos de las plantas aparece impreso mi sello.

Yo seré quien ponga en los labios del último hombre esta invocación: "¡Ven, Señor Jesús!".

Yo soy Aquel que, para aplacar al Padre, infundí la idea de la Encarnación y bajé, como fuego creador, a hacerme germen en las entrañas inmaculadas de María, subiendo de nuevo, hecho Carne, a la Cruz y, de la Cruz, al Cielo para estrechar con un aro de amor la nueva alianza entre Dios y los hombres, lo mismo que, con un abrazo de amor, estrechara al Padre y al Hijo engendrando la Trinidad.

Yo soy Aquel que habla sin palabras dondequiera y a través de toda doctrina que tenga su origen en Dios. Aquel que, sin tocar, abre los ojos y los oídos para percibir lo sobrenatural. Aquel que, sin mandato alguno, os saca de la muerte de este vida a la Vida que es la Vida que no conoce límites.

 

El Padre está sobre vosotros, el Hijo en vosotros, mas Yo,

el Espíritu, estoy en vuestro espíritu santificándoos

con mi presencia.

 

El Padre está sobre vosotros, el Hijo en vosotros, mas Yo, el Espíritu, estoy en vuestro espíritu santificándoos con mi presencia.

Buscadme doquiera haya amor, fe y sabiduría. Dadme vuestro amor. La fusión del amor con el Amor crea a Cristo en vosotros y os reporta al seno del Padre.

He hablado hoy que es la llegada del Amor a la Tierra, la más sublime manifestación mía, aquella de la que se derivan la redención y la infusión pentecostal a la Tierra.

Que mi Fuego prenda y more en vosotros creándoos nuevamente a Dios, en Dios y para Dios, Señor eterno, al que se le tribute toda alabanza en el Cielo y en la Tierra."

 

 

En la acción de gracia, después de la Comunión, mientras rezaba en alta voz por todos nosotros y estaban en torno de mi lecho Ana y Paula ( (Marta (Dicioti) se había ido un momento a la cocina) he quedado en éxtasis. He visto cómo María tomaba al Niño de su regazo, lo estrechaba contra su corazón y lo besaba arrullándolo.

Esto nada sería. Lo malo es que he visto a Paula alzar los ojos de su misal (ya que, por más que yo leyese, teniendo por ello bajos los ojos, veía distinta y simultáneamente el libro, a la Virgen y a los circunstantes) y mirarme fijamente y a Marta venir corriendo a mi lado para mirarme ella también.

Buscando cómo dominarme, he recurrido por fin a la oración de Pio XII al Corazón Inmaculado de María y a otras oraciones. Así y todo, he tenido la sensación de estar próxima a naufragar del todo en la feliz dulzura del éxtasis y pedía a Dios y a María que me ayudasen a salir adelante y me ocultasen en aquel trance de las miradas de los demás. Después vino gente, se sirvió el desayuno (café con leche) etc. etc.

Finalmente, pasada una hora, le pregunté a Paula: "¿Por qué me mirabas?"

Y ella me contestó: "Porque he he visto que cambiaban tu voz y tu rostro. Tu voz reía y lloraba a la vez y tu rostro se había transformado".

Y Marta, a su vez: "Desde la cocina he sentido que cambiaba de tal manera el tono de tu voz, que he corrido creyendo que te sintieses mal, viéndote toda distinta".

"Distinta, ¿cómo?

"Como si estuvieses fuera de ti".

No lo he negado porque las lágrimas del "gozoso llanto", como dice María, aún me estaban subiendo del corazón y sentía traslucirse de mi rostro la luz interior.

¡Oh Padre...! (P. Migliorini) Después me he quedado inflamada, transfigurada y hermoseada durante todo el día.

Al continuar la visión causante del éxtasis, parecíame ver a María alzarse del sitio donde siempre la vi en estos días, al lado derecho del fondo de mi cama y venir hasta mi cabecera teniendo en brazos al Niño. Veía distintamente el movimiento de apoyar su mano izquierda en el suelo para hacer de palanca al cuerpo y su paso levemente ondulante cual suele ser el del que calza sandalias. Al llegar junto a mí, vi al Pequeñín divino dormir plácido y hermoso sobre el brazo derecho y el pecho de María.

Me caían las lágrimas... Después María me pasó su brazo izquierdo por la espalda atrayéndome hacia sí de tal manera que yo venía a estar bajo su manto y sentía su hombro delicado y su pecho amable presionar contra mi cabeza y mi corazón y sabía que, al otro lado, se hallaba mi Jesús recostado igualmente sobre su Madre.

He estado mucho rato así y aún la veo aquí, a mi cabecera, con el Niño en brazos. ¡Qué hermosa, dulce, pura y cariñosa es! Y ¡qué apacible el reposar del Niño! Es un alentar de pajarillo...

¡Qué hermosura el estar así! ¿Qué supone el sufrir si nos proporciona estas alegrías? He querido darle cuenta del gozo que, por dentro y fuera, me inunda y colma de alegría porque es demasiado hermoso para ver de guardarlo para mí sola.

Soy feliz. Lo único por lo que me veo tentada de regañar un poco a la Madre y a Jesús es por haber permitido que los demás llegaran a percatarse de mi transfiguración. Mas, ¿qué se le va a hacer? ¡Paciencia!

C. 43, 669-672

A. M. D. G.