28 de diciembre 1943
La Circuncisión del Señor
Él era el Cordero y, como tal, fue marcado con el signo del Señor
Para descubrir a Dios es preciso hacer de su búsqueda el fin de la vida
El Rey de los Judíos y Rey del mundo no tuvo bajo sus pies mullidas y preciosas alfombras
Dice María:
"El primer llanto de mi Niño resonó en el aire ocho días después de su Nacimiento. Era el primer dolor de mi Jesús.
Él era el Cordero y, como tal, fue marcado con el signo
del Señor
Él era el Cordero y, como tal, fue marcado con el signo del Señor a fin de ser consagrado a Él: Primogénito entre todos los vivientes según la ley divina y humana.
Su consagración a Dios Padre habíase realizado en el Cielo cuando se ofreció como Reparador del hombre, trocando su naturaleza espiritual por la de Hombre, Verbo hecho Carne por un deseo amoroso.
Víctima depositada ya sobre la piedra del altar celeste, Víctima santa y sin defecto, no tenía Él necesidad de más consagraciones siempre imperfectas comparadas con la suya sublime. Mas, así lo prescribía la Ley y nadie, fuera de aquellos a quienes Dios había revelado la naturaleza de mi Hijo, sabía que el Niño de la mujer galilea fuese el Santo, el Ungido del Señor, el Pontífice eterno, el Redentor y Rey. Por eso había de cumplirse la Ley con este varón primogénito, nacido para el Señor y a Él ofrecido conforme a su querer.
la señal, en los primogénitos venía a constituir el eslabón
que los unía a Dios y los consagraba al altar
Si bien eran circuncidados todos los hijos de Abrahán, con todo, la señal, en los primogénitos venía a constituir el eslabón que los unía a Dios y los consagraba al altar. No podían ser ofrecidos en nuestro altar quines no hubiesen sufrido antes por el Señor estos místicos esponsales. Así pues, los primogénitos hebreos eran dos veces santos: por la circuncisión y por haber sido ofrecidos al Templo. Infinitamente santo era el Inocente que lloraba sobre mi seno tras haber derramado las primeras gotas de aquella Sangre que constituye perdón.
Si los que presenciaron el rito hubiesen tenido su espíritu despierto, habrían alcanzado a ver qué Majestad era la que se ocultaba tras aquellas Carnes infantiles y habrían adorado al Dios aparecido entre los hombres para llevarles a Dios. Mas entonces, como ahora, tenían los hombres su corazón obstruido por cuanto es práctica rutinaria y no religión, intereses y no alejamiento del mundo, egoísmo y no caridad, soberbia y no humildad. Y así no apareció a sus ojos el rostro de Dios transparentándose a través de las Carnes del Inocente.
Para descubrir a Dios es preciso hacer de su búsqueda
el fin de la vida
Para descubrir a Dios es preciso hacer de su búsqueda el fin de la vida. Entonces es cuando se descubre Él sin más misterio, es decir, con aquel tanto de misterio que Él, en su Sabiduría, juzga conveniente reservaros para no desaparecer ante su fulgor, porque –has de saber, María, que la visión de Dios, tal cual es y como sólo en el Cielo es posible ver, por cuanto los que en el Cielo se encuentran son ya espíritus a los que la santidad hizo aptos para contemplar a Dios– es de una potencia tal que sólo nuestra naturaleza hecha a semejanza de Dios puede soportar, del modo que un hijo puede siempre ver el poder y la belleza de su padre sin que por ello se sienta asustado ni humillado.
En el Cielo, tras la vida humana, es cuando el hombre adquiere la verdadera semejanza con Dios y es entonces cuando puede mirarle fijamente y acrecentar su fulgor con el Fulgor divino y su beatitud con la contemplación del Amor que os ama.
La Sangre de mi Hijo reclamó con su goteo el cortejo purpúreo de otras sangres inocentes.
Los pies de Cristo habrían de hollar corporalmente el áspero suelo de Palestina, hecho aún más ingrato para su caminar por la mala voluntad humana, pues a las zarzas y a las piedras del camino añadía el odio, la insidia, la traición, y el delito.
El Rey de los Judíos y Rey del mundo no tuvo bajo sus pies
mullidas y preciosas alfombras
El Rey de los Judíos y Rey del mundo no tuvo bajo sus pies mullidas y preciosas alfombras. Ni aún a la hora de su breve triunfo humano –tan humano que, al ser fruto de la exaltación de las gentes hacia el que tomaban por rey de los Judíos, por aquel que habría de devolver su esplendor al pueblo hebreo, cayó cual golpe de viento que ya no hincha la vela trocándose en tormenta– ni aún entonces tuvo otra cosa que pobres vestidos y ramos de olivo como homenaje a los pobres bajo su todavía más pobre cabalgadura.
Mas cuanto no veían los hombres, lo veía el Hombre-Dios sobre la Tierra y Dios en el Cielo. Y cuando mi Cristo volvió al Cielo, tras su martirio, para recibir el abrazo del Padre, sus Pies traspasados volaron raudos sobre una preciosa alfombra de viva púrpura que quedara como estela santa desde la tierra hasta el Cielo cuando los primeros mártires de mi Hijo –cayeron cual manadas de espigas cortadas por el segador y como prados cuajados de capullos en flor segados con la recolección del heno, tiñendo con la púrpura de su sangre el camino del Cielo.
Toda redención necesita precursores que la preparen,
no tanto con la palabra cuanto con el sacrificio
Toda redención necesita precursores que la preparen, no tanto con la palabra cuanto con el sacrificio. La Redención, a la sazón iniciada, tuvo en su amanecer el sacrificio de la inocencia ahogada por la ferocidad y, en su mediodía, el sacrificio de la penitencia decapitada por la lujuria para la que la penitencia constituye un reproche.
La Sangre del Gólgota cayó entre estas dos sangres heroicas para enseñaros que el Redentor se coloca entre la inocencia y la penitencia y que la Sangre de Cristo llama a la vuestra a la gloria del dolor para santificarlo y santificar asimismo al mundo mediante la unión con la Sangre santísima de mi Hijo."
C.43, 678-681
A. M. D. G.