(29-12)
María Valtorta ve a Jesús y María
juntos a su lado
Interviene el Maestro diciendo: ¿A qué te ocupas y preocupas de eso?
Descripción de la fisonomía de María y de Jesús
Una vez escrito el fragmento precedente que el buen Jesús me dicta con apremio, me pongo, tras su visita, a recapacitar acerca de la conversación mantenida con usted (P. Migliorini) sobre aquella persona que piensa que "nada bueno puede salir de Nazaret".
Interviene el Maestro diciendo:
"¿A qué te ocupas y preocupas de eso?"
Interviene el Maestro diciendo: "¿A qué te ocupas y preocupas de eso?" Y yo le contesto: "No, Jesús, e modo alguno. Tan sólo pensaba". "Pues ni pienses siquiera. Deja a los muertos que se entierren a sí mismos. Que mi cuna ocupe tu pensamiento. Vendré a darte tantos besos eucarísticos con ella...! Esto es lo que únicamente cuenta: mi amor y no el desamor de las criaturas". (
Y parecíame que Jesús pusiese sus manos sobre mis hombros estando Él con sus brazos por detrás. Sentía distintamente las dos manos alargadas y fuertes de Jesús que me abrazaban y agitaban un poco atrayéndome hacia Sí con un abrazo de amor y veía su sonrisa dulce y majestuosa.
En fin, ayer tarde, antes de la siesta, cuando ya estaba a punto de dormir, tuve la visión de la Virgen y de Jesús, si bien Jesús adulto, tal como era al tiempo de su muerte, siempre con su vestido blanco. Los vestidos de ambos eran blancos, si bien el de nuestra Señora era de un blanco argénteo, como el del lirio, y su velo igual: tal como era en las apariciones de la Gruta, mientras que el de Jesús era de un blanco marfil cual si estuviese tejido de lana.
Pude confrontar perfectamente sus dos Cuerpos y sus dos Rostros al estar el uno cerca de la otra, al lado derecho de mi cama, Jesús en la cabecera y María a su derecha hacia los pies de la cama.
Descripción de la fisonomía de María y de Jesús
María era más baja que toda la cabeza de su Hijo, de modo que la cabeza de la Virgen llegaba a la altura del hombro del Hijo que es muy alto. Ella es mucho más delgada mientras que Él es amplio de espaldas y robusto de cuerpo sin ser obeso. El color de su rostro es de un blanco marfil. Sólo los labios acentúan sus propio color rompiendo el tono de ese color sin color del cutis. Y sus ojos, azules: claros en la Virgen y más oscuros y grandes en su Hijo. Ojos avasalladores, pero tan dulces...! Cabellos más claros en la Madre y más encendidos en el Hijo; mas siempre de un rubio tirando al color del cobre e igualmente finos suaves y formando ondas que en Jesús terminan en bucle y en María, no lo sé por cuanto el velo me deja ver tan sólo los de la frente hasta las orejas. No sé si los tiene sueltos, trenzados o apuntados sobre la nuca.
El rostro forma en ambos un óvalo alargado, delgado aunque no anguloso. Más delicado y pequeño el de María si bien proporcionado a su cuerpo. Ahora bien, la frente, la nariz, la boca, la configuración de las mejillas, la abertura de los ojos con los párpados tersos y bastante caídos sobre los ojos, idénticos. Únicamente, repito, los de Jesús son más grandes y su mirada es avasalladora.
Las manos, blanquísimas y diminutas en María, son más viriles y de piel más oscura en el Hijo, aunque en ambos se hallan perfectamente conformadas a su dimensión.
Jesús y María se miran de vez en cuando con un amor indescriptible. María mira con amor adorante. Jesús mira a su Madre con un amor infinito, lleno de veneración y de protección, lleno de reconocimiento, diría yo. E igualmente diría que se hablan con la mirad y con la sonrisa. Mirábanme a mí y, a continuación, se miraban entre sí. Percibía distintamente el movimiento de sus cabezas.
Después, al quedar dormida, todo se desvaneció. Mas, al recobrarme, lo primero que vi fue a mis dos Amores fijos en el mismo sitio.
Entonces, en la oscuridad, pues me encontraba sola, mientras los demás comían o conversaban (no lo sé) en el comedor, tuve buen cuidado de no dar a entender que estaba despierta. Aguanté la sed ardiente y la necesidad de que me cambiasen de postura (me hallaba encogida del todo) por disfrutar en paz de aquella dulce visión. Con las manos medio entumecidas cogí mi rosario que tenía sobre el pecho, en donde lo pongo siempre que me duermo o me da el colapso, y comencé a rezarlo. Eran los misterios dolorosos.
- No bien di comienzo con la invocación de Fátima... vi a
- los Dos mirarse centelleando de amor recíproco
No bien di comienzo con la invocación de Fátima: "Jesús, por tu amor, por la conversión de los pecadores, por el Santo Padre y en reparación de las injurias hechas al Corazón Inmaculado de María. Jesús, perdónanos nuestras culpas, presérvanos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas y, en especial, a las más necesitadas de tu misericordia", vi a los Dos mirarse centelleando de amor recíproco. Centellear es la palabra más adecuada pero que apenas si expresa el fulgor de aquellos dos Rostros.
Después, cuando dije el misterio: "La oración de Jesús en el huerto", el rostro de María se volvió a su Hijo con amor y pena y Ella tomó con la suya diminuta la mano derecha de su Hijo, que la tenía péndula a su lado, besándola con veneración suma. Y así en cada uno de los cinco misterios dolorosos. La gracia de aquel acto es indescriptible, como indescriptible es también aquella mirada que, de arriba abajo, dirigía Jesús sobre la cabeza inclinada de su Madre mientras Ella le besaba en el dorso de la mano.
aun cuando he llegado a ver a Jesús penante y visto
sangre en sus manos, nunca vi la abertura
de sus Heridas
No veía los estigmas. Por cierto, si he de decir verdad, aun cuando he llegado a ver a Jesús penante y visto sangre en sus manos, nunca vi la abertura de sus Heridas. Por eso no puedo decir con exactitud el punto donde se encuentran.
Vinieron después los de casa y me trastornaron. Continuaba viendo, pero me turbaban la paz de la contemplación. Tenía el rostro que suelo tener cuando veo y así Paula (Paula Belfanti), al darse cuenta de ello, me dijo: "¡Qué guapos estamos esta tarde!"
Después, como me sentía feliz, hice labor y me coloqué cabe la "Cuna" que quiere Jesús.
Y más tarde... me sentí mal del corazón y tuve una crisis morrocotuda que aún me dura. Vida y Gozo irrumpen en mí con tal violencia que mi cuerpo desfallecido no los puede resistir. Mas, aquí estoy, pronta a morir con esa visión. ¡Oh, sí, aquí estoy...!
A pesar de mi estado, he querido escribir porque,
si muriese, quiero que usted conozca lo que llenó de
luz mis últimos momentos
Le he hecho (Se dirige al P. Migliorini) una descripción tan exacta que casi resulta una pintura. Así, al menos, se lo doy a entender a usted. Siento no poder hacer que vea al igual que yo; pero hago cuanto puedo por hacerle, al menos, partícipe de los tesoros con que Jesús me regala. Discúlpeme si soy más ilegible que nunca, pero es que me encuentro entre la vida y la muerte, tanto, que he tomado y vuelto a tomar gotas, etc., etc. y, en cuanto se levante Paula, haré que me den inyecciones, ya que no remite la crisis. A pesar de mi estado, he querido escribir porque, si muriese, quiero que usted conozca lo que llenó de luz mis últimos momentos.
Por último, encontrándome medio desfallecida, cavilaba durante el día acerca de cuanto habíale dicho sobre las heridas de las manos de Jesús. Y, he aquí cuanto, al respecto, me dice ahora el Maestro.
C. 43, 688-691
A. M. D. G.