11 de agosto
a las 11 horas.
La Pasión de Jesús
Has de dar a Jesús la cosa más preciosa
De qué está compuesto el pensar humano
La oración de Jesús en Getsemaní
Después sigo a Jesús en su ir y venir del Pretorio a Herodes y viceversa
Camino del Calvario, la Madre, la crucifixión y la agonía
Me ha dejado pensativa lo que he oído decir a una persona que está al tanto de las cosas. Todos ven larga y negra la situación... y yo tengo prisa por ir cuanto antes adonde mi director.
Jesús me dice: "Llévalo con paciencia, llevadlo con paciencia. Para todos es ya cuestión de días". Nada más dice ni escribo más por estar ocupada en "ver" y Jesús quiere que vea.
A las 12 horas.
En una pausa del "ver", concedida sin duda por compasión a mí, pienso en cómo practicar las virtudes en este segundo viernes de la Dolorosa.
En cuanto a la soberbia y la vanidad, después de tantas lecciones recibidas, espero desenvolverme pasablemente. La obediencia a las inspiraciones ya ve mejor porque es rarísimo el caso en que no me adhiera pronta y totalmente a la inspiración que siento venirme de Dios. Mas en cuanto al desasimiento de todo, voy... atrás. Es verdad que Jesús ha pensado en ellos hasta el punto de que no sabría qué cosa darle puesto que me ha despojado de todo; pero me falta la serenidad en la pérdida de ciertas cosas. No deploro la salud ni mi vida carente de afectos... pero echo de menos mi casa...
Mientras rumio estos pensamientos, la voz dulce de la Madre me dice:
"Hija, antes de subir conmigo al Calvario, mientras descansas de tu debilidad, escucha la lección de tu Madre. Quiero enseñarte la perfección del desasimiento.
Has de dar a Jesús la cosa más preciosa
Has de dar a Jesús la cosa más preciosa. Aún más, se la debes de dar. Es más preciosa que la vida, más querida que los afectos y más amada que la casa. Es imposible matar los recuerdos... ni se puede impedir la nostalgia. Basta con que los recuerdos y la nostalgia estén empapados de resignación para que no sean imperfecciones sino, por el contrario, méritos a los ojos de Dios; espinas que fijamos al corazón para que se emperlen de lágrimas y sangre, convirtiéndose de este modo en joyas que presentar ante el trono de Dios. Lo sé porque también las tuve yo.
Mas lo que yo te quiero enseñar es la perfección del desasimiento. Perfección que no consiste en un suceso único que, una vez superado, ya no vuelve a presentarse sino que es perfección que ocurre cientos y cientos de veces en la vida. ¿Qué digo? En un año, en un mes de vida. Piensa, por tanto, qué suma de gracias eternas no se derivan de él. Es saberse desasir del propio modo de pensar humano.
¿De qué está compuesto el pensar humano?
¿De qué está compuesto el pensar humano? De una mitad de resentimientos, la otra mitad: en una cuarta parte de excesiva sensibilidad y la otra cuarta parte de egoísmo.
¿Qué un prójimo llega a rozar lo más mínimo la corola o una plumita vuestra? ¡Oh!, aquel roce para el sensibilísimo yo humano es más que un golpe de látigo o una punzada estoque que penetra y hurga. El egoísmo entonces prorrumpe así: "Yo soy rey y no consiento ofensas de ningún género. Yo mando y no admito resistencias a mi querer". Y he aquí que entre la sensibilidad excesiva y el egoísmo despiadado prohíjan los resentimientos obstinados y el apego a las propias ideas.
Esto es lo que proclamó mi Hijo: "Si vis perfectus esse, i, vende quae habes" (Frase latina que significa: "Si quieres ser perfecto, ver y vende cuanto tienes". Mt 19, 21; Mc 10, 21 Lc 18, 22). Y yo te digo: si quieres ser perfecto, ven, deja en mi mano tu modo de pensar, el apego al mismo y, sobre todo los resentimientos. Yo los lanzaré a la hoguera de la Caridad. ¿Te parecen de buen material? Pues bien, ya verás cómo no son oro sino paja que, al quemarse, dejan ceniza, ceniza, sólo ceniza. Piensa como hija de Dios.
¿Ya ves a mi Hijo? Ahí le tienes bajo el peso de la cruz, coronado de espinas y, con todo, no piensa en Sí sino que dice: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí sino por vuestros pecados" (Lc 23, 28)
Basta. No dejes de seguirle hasta la cumbre".
Y ésta es otra cosa más que la "pobre María no debe hacer" (Se refiere a lo comentado por ella en relación con el primer dictado del día 10 de agosto).
Ahora es cuando puedo escribir lo que he visto o, al menos, decir lo que he vuelto a ver sin pormenorizar puesto que ya se hizo a su debido tiempo.
Ayer noche, por ser jueves, quise hacer la hora de agonía en el Getsemaní. Para ello me coloqué a mano el cuaderno en el que está la que me dictó Jesús el día 6 de julio. Habría de leerla a media noche, a la luz de una candela al no poderse usar de la luz eléctrica. Mas a las 21 horas, cuando me quedé sola por haber ido los demás a la planta baja para cenar, ante mi vista espiritual que pugnaba inútilmente por ver algo relacionado con el mártir Lorenzo, –ciertamente lo hubiera deseado y pensaba en ello desde la mañana del día 9– apareció Jesús entre los apóstoles por el camino, para mí tan familiar, que va del Cenáculo al Getsemaní pasando por el puentecillo al otro lado del Cedrón.
La oración de Jesús en Getsemaní
El comienzo es en todo igual a la primera visión que tuve en febrero y prosigue así. Sufro como entonces viendo la tristeza, primero solemne, después convulsa y últimamente postrada de Jesús en las tres fases de su plegaria. Le observo con atención y, sabedora como estoy del desarrollo futuro de la visión, me hallo en disposición de advertir los más nimios detalles de gestos, actitudes y sufrimientos.
En la primera parte de la oración Jesús está de pie con los brazos abiertos y con relativa calma. Mas, cuando vuelve tras haber encontrado a los tres durmiendo, está ya menos tranquilo. Su rostro aparece cambiado, habiéndose formado arrugas a ambos lados de la nariz, con la boca caída en un pliegue de tristeza y su mirar abatido. En la segunda parte ora muy agitado, primero de rodillas, a continuación de pie yendo y viniendo como quien delira. Cuando retorna de haber encontrado de nuevo a los tres dormidos, se le ve tan decaído que hasta marcha encorvado bajo el peso de una cruz moral que le aplasta... la indiferencia.
Advierto después perfectamente cómo cae rostro en tierra y cómo, cuando lo levanta, éste aparece hecho una máscara de sangre. Me doy cuenta de que el ángel es únicamente una claridad suspendida sobre El y, en virtud de admonición interna, comprendo que el ángel se le aparece lo mismo que Jesús a mí: al espíritu. Y así aquella luz, inmaterial en sí, tiene por objeto darme a entender cuándo recibe Jesús el consuelo angélico.
La agonía de Jesús es siempre trágica y el hecho de haberla ya visto más de una vez no la priva de esta nota de horror antes la aumenta toda vez que, cuanto más se la conoce, tanto mayor es el deseo de seguirla.
Cuando Jesús, una vez desvelados los tres, se dirige hacia la salida del Getsemaní para reunirse con los otros ocho y se encuentra con Judas y los guardias, torno a ver la mirada de Jesús y a oír sus palabras como en febrero y advierto también las expresiones de los apóstoles. Pedro está al frente de todo el grupo que se halla a la izquierda de Jesús; pero de esta forma:
El rostro de Pedro expresa, a la vez, angustia, miedo e indignación. Los demás apóstoles están a su espalda, pegados a él, como un atajo de ovejas despavoridas. Son 22 ojos desorbitados y once bocas entreabiertas en once rostros empalidecidos por la sorpresa, el dolor y la claridad de la luna.
Puedo darme cuenta de que Pedro y Mateo son los dos más bajos de estatura, que la honradez de Pedro se trasluce de su rudo semblante de aldeano y veo también cómo hierve su sangre pueblerina haciéndole dar un salto de pantera y asestar un sablazo a Malco.
Me doy cuenta también de cómo el ademán bondadoso de Jesús, afable en exceso para el deseo y sentir que de El habíanse forjado sus seguidores, fue lo que provocó la desbandada general. Pensaron sin duda que era 9nútil combatir a favor de quien rehusaba luchar y de quien, teniendo poder sobre todo, hasta sobre los elementos, se dejaba prender como un cordero por un puñado de mercenarios y de villanos con tufos de soldados. En definitiva. una gran desilusión...
Todo lo demás del trayecto es exactamente igual.
En la sala del Sanedrín he tenido ocasión de fijarme todavía mejor en la cara simiesca y enfurecida de Caifás y en la calma de Jesús. Y, posteriormente, en la mirada de dolor dirigida a Pedro que se calienta al amor de la lumbre. El rostro de Pedro, rojo a la sazón por el apuro de mentir a la criada que le pregunta, se tiñe de púrpura cuando le mira Jesús al pasar por el andén superior del atrio. Las llamas que despide la fogata me permiten observarle a la perfección.
Después sigo a Jesús en su ir y venir del Pretorio a Herodes y viceversa
Después sigo a Jesús en su ir y venir del Pretorio a Herodes y viceversa, y advierto su mirada al cruzarla con la de Judas. Aquella mirada... me enseña a perdonar. Y sigo los interrogatorios de Pilatos sentado en su sitial puesto sobre una tarima elevada; y los escarnios de Herodes y después la atroz flagelación... Para mí es siempre éste uno de los episodios que más me atormenta contemplar. Le veo caer al suelo como un costal sanguinolento y vivo que se desploma... Veo cómo mira a los soldados que le escarnecen tras disfrazarle de rey. Parece decirles. "¡Amadme! ¿Por qué me maltratáis a Mí que os amo?"
Y después el Hombre presentado tres peldaños fuera de la morada de Pilatos; y Jesús tranquilo y solemne frente a la multitud ebria, erguido y lleno de majestad por más que tenga sus miembros quebrantados por los flagelos. Y, por último, Pilatos que se levanta de su sitial y, de pie sobre el estrado, extiende su brazo derecho con la mano tendida hacia adelante y la palma vuelta abajo, como en ademán de jurar, y ordena: "Que vaya a la cruz" (Llama a lápiz la atención María Valtorta con un (I): Ibis ad crucem) , y después: "Id, soldados. Lo mando a la cruz" (Y llama de nuevo la atención a lápiz María Valtorta con un (II): I miles, expedi crucem o ad crucem. Así dice Pilatos). Lo dice en latín y creo entenderlo (Esta última frase parece añadida posteriormente en la parte de línea que quedó en blanco como para justificar las dos anotaciones latinas).
Camino del Calvario, la Madre, la crucifixión y la agonía
Y el caminar de Jesús precedido por soldados a caballo y flanqueado por otros de a pie. ¡Toda una centuria para escoltar a un inocente! A no ser que fuese para protegerlo de los excesos de crueldades, pareciéndoles excesos hasta a los mismos soldados de Roma...!
Y después... lo que no se puede decir sin sentir destrozarse el corazón: la Madre, la crucifixión y la agonía. La muerte, en fin, viene a resultar un alivio. Lo que en manera alguna es soportable son sus sufrimientos.
He escrito hasta aquí cumpliendo el mandato de Jesús que ha querido que llegase en la descripción hasta el final, contemplándolo a su hora justa. son las 15,15 de la hora solar de hoy, viernes. La contemplación, por demás nítida, dura desde ayer noche con intervalos no queridos y reanudaciones no buscadas.
Le hago esta observación por parecerme tenga su importancia. Son cosas tan ajenas a mi voluntad que no puedo provocarlas ni alejarlas, como tampoco hacerlas más nítidas concentrándome ni sufrir menos con ellas distrayéndome. Aunque sea cosa que me guste ver y para estar más concentrada cierre los ojos corporales y los oídos, la pierdo de vista a pesar de todo o se me difumina, mientras que, por el contrario, si Dios así lo quiere, se me presenta nítida por más que, al parecer, yo me encuentre haciendo o mirando cosas comunes. Únicamente se me cambia el rostro, dándose a veces, Paula cuenta de ello. El 2 del actual, por ejemplo, hasta mi primo José (José Belfanti, primo de la madre de María Valtorta y padre de Paula, indicada anteriormente) me dijo: "¿Qué te pasa que tienes la cara de sueño y estás palidísima?".
En los intervalos he recibido dos breves dictados de Jesús y de María. Ahora ha terminado, al menos por ahora, pues no sé si más tarde, como todos los viernes por la noche, veré a la Madre llorando sobre Jesús en el sepulcro.
El dictado de María se ha debido a un pensamiento mío de esta mañana. Pensaba en que, puesto que debo aparecer serena para no hacer sufrir a los demás, sería justo que ellos hiciesen otro tanto conmigo, pues resulta que todos vienen a echarme sus paquetes o paquetones de suspiros, marchando después de aquí más contentos, estando ellos sanos y yo, en cambio, enferma y por demás triste, quedándome no sólo con el peso de mi dolor sino también con el de ellos, viniéndome unos grandes deseos de decirles: "¿Pero amigos, guardémonos todos un poco de nuestros propios lamentos, porque tanto...?" y saltaba aquí, por más que estuviese mudo, el diablillo del resentimiento y de los recuerdos.
Segunda tentación: la de devolver la pelota a Marta diciéndole: "Hasta aquí he dado gusto a los demás sin provecho alguno para mí y sí con mucho daño. Basta pues por ahora y voy a hacer el mío. Tanto..." y otra pirueta del mismo diablillo.
Mas la Madre me apacigua y dice que "no lo debo hacer" ¡Es el estribillo santo de mis Maestros! A fuerza de no hacer acabará por desaparecer María. Mas, con tal de que Ellos me ayuden y me amen...
629-636
A. M. D. G.