16 de enero, a las 6 de la mañana

 

 

La ordenación sacerdotal de San Valentín

por el Pontífice Marcelo

 

 


 

Descripción de la iglesia catacumbal DE sAN vALIENTE 

  Descripción de la pintura del Buen Pastor DEL ÁBSIDE DE LA IGLESIA 

  Se está celebrando la Santa Misa donde se ordena de sacerdote a Valentín

   Homilía del Pontífice Marcelo en la ordenación de Valentín. Parábola del joven rico

   Murió el pagano resucitando del agua lustral el cristiano.

   Y vino a un pobre anciano, al Pontífice perseguido y le dijo: ¡Dame la Luz, dame la Ciencia, dame la Vida! ¡Dame un alma para este cuerpo mío de bruto!, y lloraba

 


 

Escribo a la luz de una vela. No sé cómo resultará el escrito. Mas no quiero sufrir lo que ayer. Al tiempo de recitar el  "Veni, Sancte Spiritus", se me hace presente esta visión de forma tan avasalladora que comprendo la inutilidad de mi pretensión de continuar rezando. La sigo, por tanto, y, una vez completada, la escribo como puedo al amor de esta luz.

Estoy segura de hallarme en las catacumbas. Pero ¿en cuál?; ¿en qué siglo? No lo sé. Me veo en una iglesia catacumbal hecha así: (Tiene forma de una raqueta)

 

Descripción de la iglesia catacumbal DE sAN vALIENTE

 

Resumiendo: Al final del rectángulo hay una amplia sala redonda en cuyo centro está el altar consistente en una tabla rectangular que sale de la pared, cubierta con un verdadero mantel, o sea, con una tela de lino con orlas primorosas en sus cuatro lados aunque sin encajes ni bordados.

En la pared del ábside aparece pintada una escena evangélica: la del Buen Pastor. No es ciertamente una obra maestra. Se reduce a un camino campestre que parece de polvo amarillo; al otro lado del camino, a la izquierda del que mira, una mancha verdosa que vendría a ser el prado; siete ovejas apiñadas de tal forma que semejan un bloque del que tan sólo se ve el hocico de las dos primeras mientras las demás parecen piporros panzudos que marchan por el camino, en dirección al que mira, hacia las lindes del prado. El Buen Pastor, que se ve al fondo vestido de blanco y con el manto rojo descolorido, va al lado de ellas. Lleva sobre sus hombros una corderita a la que sujeta por las paticas.

 

Descripción de la pintura del Buen Pastor DEL ÁBSIDE DE LA IGLESIA

 

El pintor o mosaista hizo cuanto pudo... Mas no se puede decir que Jesús resultara favorecido. Tiene el característico rostro chato, más ancho que alargado, pegado a la frente, con los cabellos extendidos y apelmazados, oscuros y opacos en extremo, tal como muestran los cuadros y mosaicos cristianos primitivos. Ni siquiera tiene barba. Con todo, dentro de su rusticidad, tiene un mirar triste y amoroso que atrae y en su boca un esbozo de sonrisa doliente que da que pensar.

En el punto marcado con una crucecita se encuentra una estrecha abertura, pero tan baja que sólo un niño podría pasar sin chocar con la cabeza. Encima de ella hay una lápida de la dimensión de un hombre que identifica a un nicho. Sobre la lápida aparece escrito el "Pax" que entonces se usaba y debajo en latín: "Restos mortales del bienaventurado mártir Valiente". A uno y otro lado de esta inscripción están grabadas una ampolla y una palma.

Al fondo de la iglesia, en el punto marcado con un círculo, otra angosta abertura junto a la cual veo cuatro robustos fosores, armados con palas y picos, que están cerca de dos montones de piedra arenisca excavada. Deduzco que sean tiempos de persecución y que se apresten a derrumbar la pared y a ocultar la iglesia con los escombros y los montones de piedra arenisca dispuestos para ello.

Se aprecia en la iglesia la acostumbrada trémula claridad amarillo-rojiza de las lámparas de aceite. En la parte del altar la luz es más viva. En el fondo, en cambio, la claridad es tan tenue que se pierden en ella los contornos de las personas vestidas, en su mayor parte, de oscuro.

 

Se está celebrando la Santa Misa donde se ordena de sacerdote

a Valentín

 

Sobre el altar está el cáliz todavía cubierto. Mas la Misa debió ya comenzar. Al altar hay un anciano de rostro ascético y palidísimo. Parece tallado en marfil viejo. La tonsura se pierde en su calvicie que presta tan sólo una corona de mórbidos cabellos blancos en torno a la cabeza hasta encima de las orejas. En lo demás está calvo y así la frente parece inmensa. Debajo de ella dos ojos claros azulados, apacibles y tristes, pero diáfanos como los de un niño. Nariz alargada y fina; boca hundida, característica de los viejos, con las mandíbulas muy desdentadas. Rostro enjuto y austero propio de un santo. Lo veo perfectamente pues tiene su rostro vuelto hacia mí estando celebrando el rito del otro lado del altar. Viste la casulla de entonces, o sea, a modo de manteleta y sobre la misma el palio además de la estola.

Delante del altar (donde he puesto los tres puntos) hay tres jóvenes arrodillados. Los que están a los lados llevan la casaquilla de los diáconos con las mangas anchas y alargadas hasta más abajo de los codos. El del centro viste ya casulla con las mangas formadas por una manteleta que va de los costados a los omoplatos y la estola en bandolera.

Viendo la estola que, si bien recuerdo, no vi en las Misas primitivas, deduzco que la escena que contemplo no pertenece a los primeros tiempos. Pienso si no será de finales del siglo segundo o principios del tercero. Pero, en fin, podría equivocarme ya que ésta es una deducción mía y en arqueología cristiana y ceremonias de aquellos tiempos soy una analfabeta.

El Pontífice –debe ser tal por llevar palio– pasa por delante del altar y viene a ponerse frente a los tres jóvenes arrodillados. Impone sus manos al primero y al tercero pronunciando oraciones en latín. A continuación se coloca frente al del centro, el de la estola en bandolera, y le impone asimismo sus manos sobre la cabeza. Acto seguido ayudado por uno vestido de diácono, moja los dedos en un vaso de plata y unge la frente y las palmas de las manos del joven, le alienta en el rostro, o mejor, primero alienta y después unge las manos que las liga juntas con un extremo de la estola que el ayudante le desata del cuerpo, pasándole el resto de la misma por el cuello a modo de yugo. Seguidamente hace que se levante y, teniéndole por las manos ligadas, le obliga a subir los tres escalones que conducen al altar haciendo que lo bese, lo mismo que algo que supongo sea el Evangelio: un rollo voluminoso atado con una cinta roja. Después lo besa a su vez y le hace ir consigo por la parte contraria continuando la Misa.

Entiendo ahora, por tanto, que hacía poco que había comenzado porque en seguida (la Misa es casi igual a la nuestra y esto me hace entender que nos encontramos al menos a finales del siglo segundo) se llega al Evangelio Lo canta el nuevo sacerdote (pienso que sea ésta una ordenación sacerdotal). Marcha de nuevo delante del altar y se levantan los dos que estaban de rodillas. Uno de ellos toma una lamparilla y el otro el rollo del Evangelio que le entrega el que estaba sirviendo al altar. El diácono desenvuelve el rollo y lo mantiene abierto en el punto preciso, estando frente al nuevo sacerdote que tiene a su lado al de la lámpara. El nuevo sacerdote, que es alto, moreno, de cabellos más bien ondulados, como de unos treinta años, de rostro característicamente romano, canta con una hermosa voz el Evangelio de Jesús en el pasaje del joven que le pregunta qué ha de hacer para seguirle (Mt 19, 16-30; Mc 10, 17; Lc 18, 18-30). Tiene una voz segura y fuerte, muy bien entonada, con la que llena la iglesia. Canta con firme entonación y una sonrisa luminosa en su rostro. Y cuando llega al "Vade, quaecumque habes vende et da pauperibus et habebis thesaurum in coelo et veni sequere Me", su voz es un repique de gozo y de amor.

Besa el Evangelio y torna al lado del Pontífice que escuchó de pie el Evangelio, vuelto hacia el pueblo y con las manos unidas en oración. El neosacerdote se arrodilla ahora y el Pontífice, a su vez, pronuncia su homilía.

 

Homilía del Pontífice Marcelo en la ordenación de valentín.

Parábola del joven rico

 

"Bautizado en el día natalicio del mártir Valiente, el nuevo hijo de la Iglesia Apostólica Romana y hermano nuestro, ha querido tomar el nombre de ese bienaventurado mártir, aunque con la modificación que la humildad extraída del Evangelio –la humildad que es una de las raíces de la santidad– le dictaba. Y no Valiente sino Valentín quiere que se le llame.

¡Oh!, mas ¡qué Valiente tan verdadero es él! Ved qué camino tan dilatado ha recorrido el pagano cuya religión no era otra que el vicio y la prepotencia. Vosotros le conocéis tan sólo como ahora es dentro del seno de la Iglesia. Algunos de vosotros –y en especial quienes con la palabra y el ejemplo fueron para él de verdad padres y madres contribuyendo a que la Santa Madre Iglesia lo concibiera y diese a luz para el altar y para el Cielo– saben lo que él era, no como cristiano Valiente sino como el pagano de antes, cuyo nombre, tanto él como nosotros no queremos ni recordar.

 

Murió el pagano resucitando del agua lustral el cristiano.

 

Murió el pagano resucitando del agua lustral el cristiano. ¡Qué camino, qué camino tal largo! De las orgías a los ayunos; de los triclinios a la iglesia; de la dureza, de impureza y de la avaricia al amor, a la castidad y a la absoluta generosidad.

Él era el joven rico y un día, llevado hasta Él por el corazón de los santos que, aun sin palabras, dan a conocer a Cristo –puesto que Él se trasluce de su conducta– encontró a Jesús, Señor nuestro bendito. Los ojos dulcísimos del Maestro se fijaron en el rostro del pagano. Y el pagano experimentó una seducción que placer alguno habíale hasta entonces proporcionado. Una emoción nueva de nombre desconocido y de indescriptible sensación. Un no sé qué suave como caricia de madre; un no sé qué honesto como fragancia de pan recién cocido; un no sé qué puro como alborear de primavera; y un no sé qué sublime cual sueño ultraterreno.

Cuando el Sol Jesús besa a un llamado suyo, caéis vosotras, larvas del mundo y del Olimpo, cual nieblas os disipáis y como íncubos demoníacos desparecéis. ¿Qué queda de vosotras que tanta esplendidez aparentáis? Un inmundo montón de escombros a medio incinerar, fétidos aún por la corrupción.

"Maestro bueno, ¿qué debo hacer para seguirte y poseer la vida eterna?" preguntó. Y el dulce y divino Maestro, con pocas palabras, le proporcionó la enseñanza de Vida: "Observa estos mandamientos". ¡Oh!, no le podía decir: "Sigue la Ley", pues el pagano no la conocía. Díjole entonces: "No matar, no hurtar, no jurar en falso, no ser lujurioso, honra a los padres y ama a Dios y al prójimo como a ti mismo". ¡Palabras nuevas, jamás pensadas; horizontes infinitos, plenos de luz, de su luz!

 

Y vino a un pobre anciano, al Pontífice perseguido y le dijo:

"¡Dame la Luz, dame la Ciencia, dame la Vida!

¡Dame un alma para este cuerpo mío de bruto!",

y lloraba

 

El pagano no podía dar la respuesta del joven rico. No podía porque el paganismo encierra todos los pecados y todos ellos los tenía en el corazón. Con todo, quiso poderla dar. Y vino a un pobre anciano, al Pontífice perseguido y le dijo: "¡Dame la Luz, dame la Ciencia, dame la Vida! ¡Dame un alma para este cuerpo mío de bruto!", y lloraba.

Y el pobre viejo, que soy yo, tornó al Evangelio y en él encontró la Luz, la Ciencia y la Vida para el mendigo lloroso. Todo lo encontré para él en el Evangelio de Jesús, nuestro Señor. Y le pude dar el alma al evocar a la vida su alma muerta y decirle: "Aquí tienes tu alma, guárdala para la vida eterna".

Blanco él entonces con el baño bautismal, diose de lleno a buscar al Maestro bueno y, encontrado que lo hubo, díjole: "Ahora es cuando puedo decirte que hago lo que me indicaste. ¿Qué otra cosa falta para seguirte?" Y el Maestro bueno le respondió: "Ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres. Entonces es cuando serás perfecto y podrás seguirme".

¿Oh!, entonces Valentín superó al joven de Palestina. No se ausentó como él, incapaz de despojarse de todos sus bienes sino que me los trajo para los pobres de Cristo y, libre ya del yugo de las riquezas, yugo pesado que impide el seguimiento de Cristo, me pidió el yugo luminoso, alado y paradisíaco del Sacerdocio.

Ahí le tenéis. Le habéis visto bajo ese yugo, con las manos ligadas, prisionero de Cristo, subir hasta su altar. Ahora os partirá el Pan eterno y apagará vuestra sed con el Vino Divino. Pero él, al igual que yo, para ser perfectos a los ojos del Maestro bueno, queremos algo más. Queremos hacernos a nosotros mismos pan y vino: inmolarnos, trocearnos, exprimirnos hasta la última gota y reducirnos a harina para ser hostias. Vender la última, la única riqueza que nos resta: la vida. La mía, vida caduca de viejo, y la suya, vida florida de joven.

¡Oh, no nos defraudes, Pontífice eterno! ¡Concédenos el feliz martirio! Queremos con nuestra sangre escribir tu Nombre: Jesús Salvador nuestro. Otro bautismo es el que queremos para nuestra estola a la que la imperfección humana siempre descompone: el de la sangre; y de este modo subir hasta Ti, Cordero de Dios que lavas los pecados del mundo, que los lavaste con tu Sangre. Bienaventurado mártir Valiente en cuya iglesia nos encontramos, recaba del Pontífice eterno para tu Pontífice Marcelo y para tu hermano Sacerdote tu misma palma y tu misma corona".

Y nada más hay.

10-15

A. M. D. G.