26-5-46

Domingo 5.º después de Pascua

 

 

La Virgen le da las razones de lo que le pasa

 

 


 

Se aparece la Virgen Inmaculada

  Haz tú lo que sabes que es mejor

  Y la Madre Purísima me contesta:

   te puso bajo la tutela de los Siervos de María porque, hija mía, no puedes estar sola con tu gran Tesoro

  yo te acogí bajo el negro manto de Servita,..., lloraba porque veía ...de qué manera se contravenían los decretos de mi Jesús sobre la Obra, sobre el instrumento y sobre el trato que se daba a aquella y a éste. 

  Nuestro Juan expresa una gran verdad acerca de estas repulsas 

  Somos mal vistas, perseguidas, despreciadas e incomprendidas porque llevamos la Palabra que el mundo no quiere acoger. 

  El incienso de nuestra amorosa y secreta adoración es bastante a sustituir a todo otro honor que se nos niega tributar al Verbo depositado en nosotras

 


 

Se aparece la Virgen Inmaculada

 

La explicación de Azarías, que seguramente se producirá, viene precedida este domingo por la sonrisa de la Virgen Inmaculada puesto que aparece como tal vestida de blanco igual que en las apariciones de Lourdes y Fátima, aunque sin cinta azul o cordón dorado sino con un simple cordón blanco lo mismo que el vestido al que ciñe por la cintura; y, al no llevar velo ni manto, se hace visible el dorado suave de sus cabellos. Es la Dulce vestida de blanco, como lo estaba frecuentemente en Nazaret por el verano, con la diferencia de que ahora su vestido supera en esplendidez a todos los tejidos de la tierra, siendo, al parecer, de un lino verdaderamente ultraterreno.

Está desde ayer noche confortando y sonriéndome y en mis dolores, que me impiden por completo conciliar el sueño que podría ser la evasión por algún tiempo de las numerosas cruces que me oprimen, la vuelvo a encontrar siempre presente a la salida de cada duermevela intermitente que es el único descanso para mi cuerpo postrado y acabado que no puede reposar con un sueño de verdad. Su candor, la blanca emanación de su Cuerpo glorificado y la inexplicable expresión de su Rostro irradian, como lo hace una estrella, en la oscuridad de mi estancia y en mi corazón afligido. Transcurre así la noche y la dulce Madre ahí está todavía al amanecer y más tarde también durante las horas que preceden al día. A solas con Ella, la venero con las mudas palabras de mi espíritu y nada le pregunto porque sé que lo sabe todo, pues comprendo que se encuentra aquí para consolarme, no siendo necesario que yo le pregunte porque la Madre se adelanta a las preguntas de quienes sabe que son sus hijos... En estos pensamiento paso las horas.

 

"Haz tú lo que sabes que es mejor"

 

Muchos dirán: "Yo le habría preguntado esto y aquello". Pues yo, de tener algo que preguntar, le diría tan sólo: "Haz tú lo que sabes que es mejor". Yo, por mi parte, no pregunto nada de nada. Dios sabe qué es lo mejor; María sabe qué es lo mejor. Por eso digo yo: "Haced vosotros lo que juzguéis mejor..." pero esto es la paz completa, una paz que sobrenada por encima de todo cuanto los hombres desencadenan con sus maldades, egoísmos, vilezas, mentiras y otras infamias semejantes, insuflando todo esto sobre el reducido mar de mi espíritu que, de suyo, es plácido por reflejar el Cielo. Y pienso yo: "¿Qué castigo tendrán aquellos que turban los espíritus entregados por completo al servicio de Dios?"

 

Y la Madre Purísima me contesta:

 

Y la Madre Purísima me contesta:

"El que Jesús te ha explicado en numerosos dictados y que, en tu caso, has visto verificarse muchas veces. Porque es en vano atribuir otros nombres a lo que sucede a éste o a aquel que faltó a la misión que tenía encomendada a tu lado o te causó dolor y turbación. Su nombre es el que sabes.

Hija mía, ¿te acuerdas de aquella ocasión de melancólica paz en que me aparecí a ti en hábito de Servita y te atraje a Mí bajo el manto negro para protegerte al tiempo que lloraba mirando al septentrión?. Ahora te voy a explicar el significado de aquella visión profética. (El 15 de octubre de 1944)

 

te puso bajo la tutela de los Siervos de María porque, hija mía,

no puedes estar sola con tu gran Tesoro

 

Mi Hijo –y por ahora no puedo aclarar las razones de ello– te puso bajo la tutela de los Siervos de María porque, hija mía, no puedes estar sola con tu gran Tesoro. También a mí me proporcionó el Eterno la tutela de un esposo que, si bien resultaba inútil para el acto de engendrar, era, en cambio, necesario para tutelar cuando estaba a punto de descender a mí el Tesoro del Cielo y del mundo. Mi Divina Maternidad podía muy bien haberse llevado a efecto sin José. Mas, debido al escándalo de una no desposada que engendra un hijo, por el indicio que tal maternidad en una inocente habría proporcionado a ese incansable escrutador de almas que es Satanás y, finalmente, por la necesidad que el párvulo tiene de un padre que le proteja, la Sabiduría Santísima me impuso el esposo.

Todas estas razones se me aclararon a partir del momento en que se me infundió el Espíritu Santo haciéndome Madre. Entonces comprendí la justicia de mi matrimonio que, hasta entonces, sólo por obediencia había aceptado.

 

yo te acogí bajo el negro manto de Servita,..., lloraba porque veía ...

de qué manera se contravenían los decretos de mi Jesús

 sobre la Obra, sobre el instrumento

y sobre el trato que se daba a aquella y a éste.

 

Pues bien, hija mía, también a ti Jesús te proporcionó una tutela. Esa tutela. No pretendas indagar por qué fue ésa y no otra. A tanto equivaldría asimismo querer indagar, por ejemplo, por qué Judas de Keriot fue el duodécimo apóstol y no uno de aquellos santos y humildes pastores. Así pues, yo te acogí bajo el negro manto de Servita, yo que, con aquel hábito, lloraba porque veía –y puedes comprender a dónde miraba– porque veía de qué manera se contravenían los decretos de mi Jesús sobre la Obra, sobre el instrumento y sobre el trato que se daba a aquella y a éste.

Para que tú no sintieses demasiado el vacío allí donde mi Jesús, por un especial y siempre adorable motivo suyo habíate colocado, yo, para hacerte sentir toda la protección de la Reina de esa Orden y de los hijos de la misma que, por su vida perfecta, están conmigo en el Cielo, te atraje a mí, junto a mi corazón, protegiéndote con mi manto a la vez que lloraba por aquellos que faltaban a su deber.

Mas no te aflijas, hija mía. Ten presente a tu Madre, aun en esta coyuntura, pues te asemejas a ella cuando, forastera en Belén y cargada con la Palabra encarnada, llamó en vano a las puertas en demanda de ayuda, de hospedaje y de piedad. Piedad, más para la Palabra que llevaba, que no para sí, pobre mujer gravada con la maternidad y cansada del largo camino...

 

Nuestro Juan expresa una gran verdad acerca de estas repulsas

 

Nuestro Juan expresa una gran verdad acerca de estas repulsas, de esta sordera en comprender y de esta tibieza, o mejor, hielo en acoger la Palabra: "El Verbo –la Luz– brilló en las tinieblas; mas éstas no la comprendieron. El Verbo –la verdadera Luz– estaba en el mundo; mas éste no la conoció. Vino a su casa y los suyos no le recibieron" (Jn 1, 5 y 9-11).

Y, al no recibirle a El, rechazaron también a Aquella que lo portaba y que, a los ojos de Israel, era tan sólo una pobre mujer a la que "era imposible que Dios hubiérasele confiado". Era, por tanto, una estafadora, una mentirosa que buscaba arteramente protecciones y honores inmerecidos...

 

Somos mal vistas, perseguidas, despreciadas e incomprendidas

porque llevamos la Palabra que el mundo no quiere acoger.

 

Siempre es así, hija mía. Somos mal vistas, perseguidas, despreciadas e incomprendidas porque llevamos la Palabra que el mundo no quiere acoger. Y vamos, cansadas y doloridas, de corazón en corazón, suplicando: "¡Acogednos, por piedad! Por piedad, no tanto de nosotras cuanto de vosotros. Porque nosotras, en este don que llevamos, tenemos, es cierto, nuestro peso y nuestra cruz de criaturas, mas también nuestra paz y nuestra gloria de espíritu, no ambicionando nada más. Ahora bien, nuestra solicitud y nuestro afán son únicamente por la Palabra que os llevamos a fin de que, al ser Vida, sea dada a aquellos por quienes fue depositada en nosotras.

¡Cuántos en Belén, tras haberse manifestado la gloria del Señor con su Resurrección y difundirse su Doctrina por el mundo, no habrían querido haber acogido a la Portadora de la Palabra en aquella gélida noche de Casleu (Casleu o Kisleu es el noveno mes del año hebreo que corresponde a nuestro noviembre-diciembre) para poder decir: "Nosotros la acogimos"! Mas ¡era ya tarde! El momento de Dios llega y pasa no reparando los lamentos tardíos el error. Esto debiera hacérsele presente a quien se debe.

 

El incienso de nuestra amorosa y secreta adoración es bastante

 a sustituir a todo otro honor que se nos niega tributar al Verbo

 depositado en nosotras

 

Mas tú no te aflijas, pues estás justificada a los ojos de Dios, lo mismo que lo estuve yo de dar a luz al Rey de los reyes en una cueva fétida. No es nuestra la culpa de no honrar dignamente al Verbo que se derrama sino de quienes nos impiden honrarle públicamente. El incienso de nuestra amorosa y secreta adoración es bastante a sustituir a todo otro honor que se nos niega tributar al Verbo depositado en nosotras.

Alégrate, hija mía, y espera recordando que el Omnipotente hasta de las piedras puede suscitar hijos de Abraham y no te dejará sin el consuelo y la ayuda de guías sacerdotales, suscitando a quien, por obligación, se encargue de ese cometido, lo mismo que ahora, en el momento preciso, te ha concedido el maestro angélico para acrecer tu consuelo..."

Y María resplandece gloriosa y dulce más que nunca mientras recibe el saludo angélico de Azarías cuya luminosa presencia parece tenue respecto de la luminosidad de la Virgen.

Y Azarías habla, estando arrodillado, con los brazos cruzados sobre el pecho, inclinada la cabeza, y de frente a María cual si estuviese delante de un altar.

236-239

A. M. D. G.