DIOS TE DARÁ UN ESPOSO Y SERÁ SANTO 

PORQUE HAS PUESTO TU CONFIANZA 

EN ÉL. 

TÚ LE DIRÁS TU VOTO

 


 

#María está en el Templo   

#Una maestra, le dice: "María, el Sumo Sacerdote te llama"   

#El Sumo Sacerdote le anuncia que según la ley tiene que casarse para poder presentar su hijo varón al Señor   

#"Entonces que Dios escoja."  

  #EN MI HUERTO HABÍA UNA GRUTA. A MÍ ME GUSTABA AQUELLA GRUTA PORQUE OÍA UNA VOZ QUE ERA MÁS SUAVE QUE EL CANTO DEL AGUA...Y ME DECÍA "VEN, AMADA MÍA"... ENTONCES DIJE: "SÍ. VOY. SOY TUYA. MI CUERPO NO CONOCERÁ OTRO SEÑOR MÁS QUE TÚ, ASÍ COMO MI CORAZÓN NO TIENE OTRO AMOR MÁS QUE EL TUYO"...   

#Obedezco Sacerdote. Pero dime que debo hacer

 


 

MARÍA ESTÁ EN EL TEMPLO

 

María está en el Templo. Ahora sale de él entre otras doncellas. Debe haber habido alguna ceremonia porque se siente el olor del incienso por el aire que parece allá lejos rojizo por el crepúsculo, que sin duda es de otoño porque el cielo es tan sosegado, y que se recarga sobre los jardines de Jerusalén, en los que el color amarillo ocre de las hojas que pronto caerán al suelo, forma manchas semirojizas entre el verde-plata de los olivos.

El cándido grupo de las vírgenes atraviesa el patio posterior, sube la escalinata, pasa un portal, entra en otro patio menos bello, cuadrado y que no tiene más que una entrada. Será en el que están las pequeñas habitaciones de las vírgenes empleadas en el Templo, porque cada jovencilla se dirige a su estancia como una palomita a su nido, y parece una bandada de palomas que se disperse después de haber estado junta. Muchas, mejor dicho, todas hablan entre sí, antes de separarse, en voz baja pero alegre, María guarda silencio. Sólo cuando se separa de las demás lo hace con cariño. Luego se dirige a su habitación, que está en un ángulo a la derecha.

 

UNA MAESTRA, LE DICE: "MARÍA, 

EL SUMO SACERDOTE TE LLAMA"

 

Una maestra, entrada en años, pero no tanto como Anna de Fanuel le dice: "María, el Sumo Sacerdote te llama."

María la mira un poco sorprendida, pero no le hace ninguna pregunta. Tan sólo responde: "Voy pronto."

No sé si la amplia sala en que entra pertenezca a la casa del Sumo Sacerdote o forme parte de las habitaciones contiguas al Templo. Veo que es amplia, bien arreglada, y que además del Sacerdote, majestuoso con sus vestiduras, están Zacarías y Anna de Fanuel.

María hace una profunda inclinación en la entrada, y no sigue hasta que el Sumo Sacerdote le dice: "Adelante, María. No tengas miedo." María se endereza y avanza lentamente, no por desgana, sino por algo de solemnidad que le hace aparentar más años.

Anna le sonríe para darle valor y Zacarías la saluda con: "La paz sea contigo, prima."

 

EL SUMO SACERDOTE LE ANUNCIA QUE SEGÚN LA LEY 

TIENE QUE CASARSE PARA PODER PRESENTAR 

SU HIJO VARÓN AL SEÑOR

 

 El Pontífice la mira atentamente, y luego dice a Zacarías: "¡Cómo se ve que sea de la estirpe de David y Aarón! Hija, conozco tu carácter y tu bondad. Sé que diariamente has crecido en ciencia y gracia a los ojos de Dios y de los hombres. Sé que la voz de Dios murmura en tu corazón sus más dulces palabras. Sé que eres la Flor del templo de Dios y que un tercer querubín está ante el Tabernáculo desde que estás aquí. Quisiera que tu perfume continuase subiendo con el incienso de cada día. Pero la Ley dice otra cosa. Tu no eres más una niña, sino una mujer. Y toda mujer israelita debe casarse para poder presentar su hijo varón al Señor. Tendrás que seguir la prescripción de la Ley. No tengas miedo. No te sonrojes. No olvido tu realeza. La Ley te protege, pues prescribe que el varón tome por esposa a una de su estirpe; pero aunque no lo prescribiese, yo lo haría, para no corromper tu sangre real. ¿No conoces a alguien de tu estirpe, María, que pueda ser tu esposo?"

María levanta su rostro completamente rojo de pudor. En sus pupilas brilla una lágrima. Con voz temblorosa responde: "A nadie."

"No puede conocer a nadie porque entró cuando era muy pequeña, y la estirpe de David se encuentra muy mal y dispersa para permitir que los diversos ramos se unan para formar de nuevo la palma real" dice Zacarías.

 

ENTONCES QUE DIOS ESCOJA

 

"Entonces que Dios escoja."

Las lágrimas que hasta ahora se avían contenido, brotan y le llegan hasta la boca. María manda una mirada suplicante a su maestra.

"María se ha prometido al Señor para gloria de Él y salvación de Israel. No era más que una niñita cuando ya había hecho esta promesa..." dice Anna.

"¿Y por esto lloras, no es verdad? No porque no quieras obedecer a la Ley."

"Por eso... no por otra cosa. Yo te obedezco, Sacerdote de Dios."

"Esto me confirma lo que siempre me dijeron de ti. ¿Cuántos años hace que prometiste tal cosa?"

"Siempre la he prometido. Todavía no había venido a este templo y ya me había entregado al Señor."

"¿Pero no eres tú la que hace unos 12 inviernos viniste a pedir que se te permitiese entrar?"

"La misma."

"Y cómo puedes decir que ya te habías prometido a Dios?"

 

EN MI HUERTO HABÍA UNA GRUTA. A MÍ ME GUSTABA AQUELLA GRUTA PORQUE OÍA UNA VOZ QUE ERA MÁS SUAVE QUE EL CANTO DEL AGUA...Y ME DECÍA "VEN, AMADA MÍA"... ENTONCES DIJE: "SÍ. VOY. SOY TUYA. MI CUERPO NO CONOCERÁ OTRO SEÑOR MÁS QUE TÚ, ASÍ COMO MI CORAZÓN NO TIENE OTRO AMOR MÁS QUE EL TUYO"...

 

"Si miro para atrás, me veo ya consagrada al Señor... No recuerdo la hora en que nací, ni en la que empecé a amar a mi madre y a decir a mi padre: "Yo soy tu hija"... ni tampoco recuerdo el momento en que entregué a Dios mi corazón. Tal vez fue con el primer beso que di, con la primera palabra que pronuncié, con el primer paso... Tal vez es así. Yo creo que mi primer recuerdo de amor lo encuentro con mi primer paso seguro que di... Mi casa... mi casa tenía un jardín lleno de flores... tenía un huerto y campos... y un manantial había allí, en el fondo, cerca del monte, y brotaba de una roca excavada en forma de gruta... estaba llena de musgos de largos tallos que parecían como cascadas verdes y como que llorasen, porque sus hojitas, cual un precioso bordado, tenían una gotica de agua que al caer sonaba como una campanita. También el manantial cantaba. Había pajaritos en los olivos y manzanos al borde del manantial, y palomas blancas venían a bañarse en sus aguas claras... Ya no me acordaba de esto, porque había puesto todo mi corazón en Dios, y fuera del recuerdo de mi padre y madre, a quienes siempre he amado, todas las otras cosas se me habían ido de mi corazón... Pero tú me has hecho volver a recordarlas... Debo buscar cuándo me entregué a Dios... y las cosas de los primero años regresan a mi mente...

A mí me gustaba aquella gruta, porque oía una voz que era más suave que el canto del agua y de los pajarillos, y que me decía: "Ven, amada mía". A mí me gustaban aquellas hierbas diamantinas de gotas sonoras, porque en ellas veía la señal de mi Señor y me extasiaba al decirme a mí misma: "Mira cuán grande es tu Dios, alma mía. El que hizo los cedros del Líbano para los vientos, hizo estas hojitas que se doblegan bajo el peso de un mosquito para que tus ojos se alegren y para que tu pie no se hiera". A mí me gustaba aquel silencio de cosas puras: la ligera brisa, la plateada agua, la limpieza de las montañas... me gustaba aquella paz que había en la gruta, cubierta con manzanos y olivos, llenos en flor, y luego cargados de sus frutos... Y no sé... me parecía que la voz descendía y que me decía: "Ven tú, hermoso olivo; ven tú, dulce manzana; ven, fuente sellada; ven, paloma mía"... Dulce era el amor de mi padre y de mi madre... dulce me era su voz cuando me llamaban... pero ¡esa! ¡esa! ¡Oh!, me imagino que así la oyó en el paraíso terrenal aquel que se hizo culpable; y no comprendo cómo pudo haberle gustado más el silbido de la serpiente que esta amorosa voz. cómo pudo desear otro conocimiento que no fuese Dios... Con mis labios que todavía tenían la leche materna, con el corazón ebrio de la miel celestial, entonces dije: "Sí. voy. Soy tuya. Mi cuerpo no conocerá otro señor más que Tú, así como mi corazón no tiene otro amor más que el tuyo"... Y al decirlo me parecía que decía palabras que ya antes había dicho, y que realizaba una ceremonia ya realizada; no me era desconocido el Esposo elegido de antemano, porque conocía su ansia, y mi mirada se había adaptado a su luz y mi capacidad de amar se había madurado entre sus brazos. ¿Cuándo?... No lo sé. Más allá de la vida, diría yo, porque me parece que siempre lo he tenido, y que Él siempre me ha poseído y que yo existo porque Él me ha querido para alegría de su Espíritu y mío...

 

OBEDEZCO SACERDOTE. PERO DIME QUÉ DEBO HACER.

 

Obedezco, Sacerdote. Pero dime qué debo hacer. No tengo padre ni madre. Tú eres mi guía."

"Dios te dará el esposo, y será un santo porque pones tu confianza en Dios. Le dirás la promesa que hiciste."

"¿Y la aceptará?"

"Así lo espero. Ruega, hija, para que él pueda comprender tu corazón. Vete ahora. Que Dios siempre te acompañe."

María se retira con Anna. Zacarías se queda con el Sumo Sacerdote.

La visión termina de este modo.

I. 63-66

A. M. D. G.