AL OTRO LADO DE YABES GALAAD 

 

EN CASA DE MATÍAS

 

 


 

#Felipe y Mateo acordándose que tienen piernas echan una buena carrera para salvarse de un perrazo que un pastor les echó encima, cuando fueron a pedir a la puerta del redil que les permitiera pasar la noche   

#Los apóstoles están malhumorados al encontrarse sin dinero, alimentos y no tener donde descansar.   

#"Busquemos por los campos. ¿Juan te atreves a subir en aquel olmo? Desde lo alto puedes ver mejor."   

#Juan se queda atrás. Se va a un alto árbol, se pone a subir. Ha llegado casi a la cresta. Escudriña Finalmente la alegría le brota de sus pupilas "¡Una choza, Señor!... ¡Una choza hacia el oriente!...   

#Llegan a una empalizada que sirve de patio rodea la cabaña y dentro se ven verduras que gotean agua.   

#"Quitaos las sandalias. Les quitaré el fango las colgaré para que se sequen. Os daré agua caliente para que os quitéis el lodo de los pies. El petate está limpio y es grueso. Será mejor que el suelo frío."   

#Yo era un leproso que me curé. Mi familia murió y mi casa fue arrasada. Después, poco a poco, empecé a trabajar hasta llegar a lo que tengo.   

#Rento un borrico. Me doy prisa, hago lo que debo y regreso. Jamás me ha faltado ni siquiera una hoja. Dios es bueno."   

#"¿Cómo te llamas?" "Matías." "Tengo sólo seis trastos entre platos y tazones. Os turnaréis."   

#"Cuando estaba en Betabara, solía ir donde el Bautista. ¿No sabes nada del Mesías? Dicen que está ya y que Juan lo señaló. Cuando voy a Jerusalén espero siempre de verlo, pero no lo he logrado.   

#Empiezan a comer, y están para terminar cuando afuera se oye un grito.   

#"¿Entre vosotros está el Mesías? Decidlo, que los de Pela lo buscan para adorarlo, por un gran milagro que hizo.   

#"No. A Yabes" gritan otros, que han de ser de allá. "¡Queremos tenerte! ¡Estamos arrepentidos de haber(te) arrojado!" gritan.   

#Me encontraréis en Jerusalén. Idos y sed constantes.   

#"Te habría recompensado sólo con bendiciones. Ahora puedo agregar a ellas un poco de dinero por los gastos que hiciste..." "No, Señor Jesús... No acepto. Lo hice de buen corazón. Y ahora lo hago sirviendo al Señor. El Señor no paga. No está obligado. Soy yo quien tengo que pagar, no Tú. ¡Oh, este día jamás se borrará de mi memoria ni aun en la otra vida!"

 


 

El valle profundo y boscoso donde se levanta Yabes Galaad siente hasta en sus entrañas el ruido y cacareo que un arroyo bastante hinchado de aguas va haciendo en su camino hacia el Jordán. Como el día y los contornos se han vestido de color gris, el que llega tiene la impresión de que la población no tiene corazón hospitalario.

Tomás, cuyo buen humor jamás se agota, pese a que trae los vestidos salpicados de lodo hasta la cintura, exclama: "¡Umh, no quisiera que después de tantos siglos, fuesen acordarse de la jugada que les hicieron los nuestros y se quisieran vengar!. ¡Faltaría más! ¡Pero, vamos a sufrir por el Señor!"

 

Felipe y Mateo echan una buena carrera para 

salvarse de un perrazo que un pastor les echó 

encima, cuando fueron a pedir a la puerta 

del redil que les permitiera pasar la noche

 

No los matan. No. Pero los arrojan de todas partes, gritándoles ladrones y cosas peores. Felipe y Mateo acordándose que tienen piernas echan una buena carrera para salvarse de un perrazo que un pastor les echó encima, cuando fueron a pedir a la puerta del redil que les permitiera pasar la noche "al menos bajo el tejado de los animales".

"¿Qué hacemos ahora?"

"No tenemos pan."

"Ni dinero. ¡Sin ello no hay ni pan, ni alojo!"

·¡Y estamos muertos de frío, de lodo, de hambre!"

"La noche se nos echa encima. ¡Qué bien nos veremos mañana, después de una noche en el bosque!"

 

LOS APÓSTOLES ESTÁN MALHUMORADOS 

AL ENCONTRARSE SIN DINERO, ALIMENTOS 

Y NO TENER DONDE DESCANSAR

 

De los doce que son, siete muestran su malhumor, tres no lo dicen pero lo han escrito en sus caras y puede leerse. Simón Zelote con la cabeza baja, parece una efigie. Juan parece gato sobre ascuas. Se vuelve a los malcontentos, se vuelve a a Jesús, que continúa caminando y personalmente va a llamar a las puertas de las casas, pues los apóstoles o no quieren, o tienen miedo. De este modo recorre las callejuelas empantanadas de lodo y suciedades. En ninguna parte lo admiten.

Han llegado a la parte extrema del poblado donde el valle se alarga en los pastizales de la llanura transjordánica. Una que otra casa se ve... pero es lo mismo. No se les da alojo.

 

"Busquemos por los campos. 

Juan ¿te atreves a subir en aquel olmo? 

Desde lo alto puedes ver mejor."

 

"Busquemos por los campos. Juan ¿te atreves a subir en aquel olmo? Desde lo alto puedes ver mejor."

"¡Sí, Señor mío!"

"El olmo está resbaloso. ¡No va a poder y se puede lastimar! Y además de esto tendremos a un herido" rezonga Pedro.

Jesús con toda dulzura responde. "¡Entonces subiré Yo!"

"¡Eso no!" gritan todos. Los que más protestan son los pescadores: "Si es peligroso para nosotros los pescadores ¿cómo no lo va a ser para Ti que no estás acostumbrado a trepar por los cantos y cuerdas?"

"Lo hacía por vosotros, para buscaros donde os alojéis. ¡Por mí soy indiferente! ¡No es el agua la que me molesta!"

¡Cuánta tristeza! ¡Qué timbre tan doloroso resuena en sus palabras! Algunos se callan. Otros, como Bartolomé y Mateo dicen: "Ya es muy tarde para encontrar algo. Debíamos de haberlo pensado antes."

"¡Claro! y no haberte encaprichado en haber salido de Pela, cuando empezaba a llover. Has sido terco e imprudente. Ahora lo pagamos todos. ¿Qué cosa quieres encontrar ahora? Si tuviéramos una bolsa llena, habrías visto, las puertas abiertas. ¡Pero Tú! ... ¿Por qué no haces un milagro, al menos un milagro para tus apóstoles, Tú que los haces para los que ni aún se los merecen?" grita Judas de Keriot con tono agresivo, agrio, en tal forma que los demás aunque en el fondo estén de acuerdo con él, se ven precisados a llamarlo al orden.

Jesús parece el Condenado que dulcemente mira a sus verdugos. Calla. Este callarse que va acentuándose en Jesús desde hace tiempo, es como un preludio de su "gran silencio" ante el Sanedrín, ante Pilatos y Herodes y me causa tristeza. Me parece como si fueran esas pausas silenciosas que se escuchan en los lamentos de un agonizante, que no son la ausencia del dolor, sino la antesala de la muerte. Me parece que estos silencios de Jesús gritan más que cualquier palabra, que revelan todo su dolor ante la incomprehensión de los hombres y ante su falta de amor. Su mansedumbre que no reacciona, el quedarse con la cabeza un poco baja, me lo representan como ya atado, como si ya hubiera sido entregado a la rabia de los hombres.

"¿Por qué no hablas?" le preguntan.

"Porque diría algo que en estos momentos vuestro corazón no puede comprender... ¡Vámonos! Caminemos para no congelarnos... Y perdonad.."

Se vuelve rápido. Se pone a la cabeza del grupo del cual algunos lo compadecen, otros lo acusan y otros dan la razón a sus compañeros.

 

Juan se queda atrás. Se va a un alto árbol,  

se pone a subir. Ha llegado casi a la cresta. 

Escudriña Finalmente la alegría le brota 

de sus pupilas 

"¡Una choza, Señor!... ¡Una choza hacia el oriente!...

 

Juan se queda atrás. Hace de modo que nadie caiga en la cuenta. Se va a un alto árbol, creo que un álamo o fresno. Se quita el manto y el vestido, y, semidesnudo, con mucho trabajo se pone a subir. Resbala, no obstante sigue trepando como un gato. Resbala, pero es menos. Ha llegado casi a la cresta. Escudriña el horizonte que despide sus últimos rayos, que en la llanura abierta, y por un reflejo de las plomizas nubes, parecen dar más luz. Se esfuerza por descubrir algo donde quiera que sea. Finalmente la alegría le brota de sus pupilas. Se deja resbalar rápidamente hasta tierra. Vuelve a vestirse. Corre. Pasa a sus compañeros. Alcanza al Maestro. Con el aliento entrecortado: "¡Una choza, Señor!... ¡Una choza hacia el oriente!...

"Voy con Juan por este lado. Si queréis venir está bien, si no, continuad hasta el último poblado cercano al río. Nos encontraremos allá" dice Jesús serio y cortante.

Lo siguen por los campos.

"¡Si se regresa a Yabes!"

"No veo ninguna casa..."

"¡Quién sabe qué cosa habrá visto el muchacho!"

"Tal vez un pajar."

"¡O la choza de algún leproso!"

"Y así acabaremos por empaparnos. Estos campos parecen esponjas" refunfuñan los apóstoles.

 

Llegan a una empalizada que sirve de patio 

rodea la cabaña y dentro se ven verduras 

que gotean agua.

 

Pero no se trata de una choza de algún leproso ni de un pajar lo que se ve detrás de una hilera tupida de troncos. Es una choza, no cabe duda, larga, baja, que parece un redil, con el techo de paja, con paredes de lodo que a duras penas sostienen los cuatro pilastras de toscas piedras. Una empalizada que sirve de patio rodea la cabaña y dentro se ven verduras que gotean agua.

Juan llama. Un hombre de edad se asoma. "¿Quién es?"

"Peregrinos que vamos a Jerusalén. ¡Un refugio en nombre de Dios!" responde Jesús.

"¡Por qué no! Es un deber. Pero no estaréis cómodos. No hay mucho espacio y no tengo camas."

"No importa. Tendrás por lo menos fuego."

El hombre mete la llave y abre. "Entrad y la paz sea con vosotros."

 Atraviesan la pequeña hortaliza. Entran a la única habitación que es cocina, recámara y todo. Hay fuego. Hay orden y pobreza. Ni un utensilio que no sea necesario.

"¡Ved! No tengo más que un corazón que es honrado. ¡Si os acomodáis!... ¿Traéis pan?"

"¡No! ¡Un puñado de aceitunas!"

"No tengo pan para todos, pero os haré algo con leche. Tengo dos ovejas. Me bastan. Voy a ordeñarlas. Dadme vuestros mantos. Los extenderé en el redil, aquí detrás. Se secarán un poco y mañana el fuego hará lo restante."

El hombre sale con los mantos. Todos se acercan a la alegre llama.

 

"Quitaos las sandalias. Les quitaré el fango 

las colgaré para que se sequen. 

Os daré agua caliente para que os quitéis 

el lodo de los pies. 

El petate  está limpio y es grueso. 

Será mejor que el suelo frío."

 

Vuelve el hombre con un petate. Lo extiende. "Quitaos las sandalias. Les quitaré el fango, las colgaré para que se sequen. Os daré agua caliente para que os quitéis el lodo de los pies. El petate  está limpio y es grueso. Será mejor que el suelo frío."

Quita un caldero lleno de agua verduzca, porque tiene verduras que hierven, echa una parte de agua en un lavamanos y la otra en una especie de concha. Hecha agua fría y dice: "Tomad. Os restablecerá. Lavaos. Aquí tenéis una toalla limpia."

Entre tanto mueve el fuego, lo sopla, echa leche en otro caldero, lo pone al fuego. Apenas empieza a hervir, echa algo que me parece cebada molida o mijo descascarado con su papilla.

Jesús, que ha sido uno de los primeros en lavarse, se le acerca: "Dios te de su gracia por tu caridad."

 

Yo era un leproso que me curé. 

Mi familia murió y mi casa fue arrasada.

Después poco a poco empecé a trabajar 

hasta llegar a lo que tengo

 

"No hago más que devolver lo que me ha dado. Era ya un leproso. De los treinta y siete hasta los cincuenta y uno. Después me curé. Cuando regresé encontré que habían muerto mis familiares, mi mujer, y que mi casa había sido arrasada. Era yo "el leproso"... Me vine aquí. Me he hecho un nido con mis esfuerzos y con los de Dios. Primero una choza de hierbas. Luego una de madera. Luego de paredes... Y cada año una cosa más. El año pasado acomodé a las ovejas. Las compré haciendo petates que vendo, y otras cosas de madera. Tengo un manzano, un peral, una higuera, una vid. Detrás tengo un campo pequeño de cebada. Enfrente uno de verduras. Cuatro pares de palomas y dos ovejas. Dentro de poco tendrán sus corderitos. Esperamos que sean hembras esta vez. Bendigo al Señor y no pido más. ¿Quién eres?"

"Un galileo. ¿Tienes prejuicios?"

"Ninguno, aunque soy de raza judía. Si hubiera tenido hijos, uno de ellos sería como Tú... Los míos son ahora los palomos... Me he acostumbrado a vivir solo."

"¿Y para las fiestas?"

 

Rento un borrico. Me doy prisa, hago lo que debo 

y regreso. 

Jamás me ha faltado ni siquiera una hoja. 

Dios es bueno."

"Lleno las bateas y me voy. Rento un borrico. Me doy prisa, hago lo que debo y regreso. Jamás me ha faltado ni siquiera una hoja. Dios es bueno."

"Tienes razón. Con los buenos y con los que no lo son tanto. Los buenos están bajo sus alas."

"Lo dice también Isaías... Me ha protegido."

"Estuviste leproso ¿o no?" pregunta Tomas.

"Sí. Empobrecí y me quedé solo. ¡Pero mira que si no es un favor de Dios volver a la vida humana, tener un techo y pan! Mi modelo en mi desventura fue Job. Espero merecer como él la bendición de Dios, no tanto con riquezas, como con gracia."

"La tendrás. Eres un justo. ¿Cómo te llamas?"

 

¿Cómo te llamas?" 

"Matías." 

"Tengo sólo seis trastos entre platos y tazones. 

Os turnaréis."

 

"Matías." Saca el caldero, lo pone sobre la mesa, agrega mantequilla y miel, revuelve, lo torna a poner al fuego y dice: "Tengo sólo seis trastos entre platos y tazones. Os turnaréis."

"¿Y tú?"

"Quien hospeda se sirve el último. Primero los hermanos que Dios envía. Bueno. ¡Está listo! Hace bien." Echa unas cucharadas de papilla en cuatro platos y en dos tazones. Las cucharas son de palo.

Jesús dice a los más jóvenes que empiecen a comer.

"¡No! ¡Tú, primero!" dice Juan.

"¡No, no! Que Judas se llene y vea que siempre hay comida para los hijos."

Iscariote cambia de color, pero come.

"¿Eres un rabí?"

"Sí. Estos son mis discípulos."

 

"Cuando estaba en Betabara, solía ir donde 

el Bautista. 

¿No sabes nada del Mesías? 

Dicen que está ya y que Juan lo señaló. 

Cuando voy a Jerusalén espero siempre de verlo, 

pero no lo he logrado.

 

"Cuando estaba en Betabara, solía ir donde el Bautista. ¿No sabes nada del Mesías? Dicen que está ya y que Juan lo señaló. Cuando voy a Jerusalén espero siempre de verlo, pero no lo he logrado. Hago lo que debo, pero no tengo tiempo de detenerme. Esta será la razón por la que no lo veo. Me he aislado aquí y luego... Hay gente no buena en Perea. He hablado con algunos pastores que vienen a apacentar sus animales. Lo han visto. Me han hablado de El ¡Cuántas cosas no habrá dicho!"

Jesús no se descubre. Le toca ahora comer y lo hace con mucha tranquilidad, sentado junto al anciano.

"¿Y ahora? ¿Cómo vamos hacer para dormir? Os dejaré mi cama. Es una... Yo me iré con las ovejas."

"No. Iremos nosotros. El heno es bueno para el que está cansado."

La cena ha terminado y piensan reposar para partir a la aurora. Pero el anciano insiste y Mateo que está acatarrado, va a dormir en su cama.

 

Empiezan a comer, y están para terminar 

cuando afuera se oye un grito.

 

La aurora es un diluvio. ¿Cómo partir con esta agua torrencial? Hacen caso al anciano y se quedan. Entre tanto cepillan los vestidos, secos ya, limpian las sandalias. El hombre cuece cebada con leche para todos, luego mete unas manzanas entre la ceniza. Empiezan a comer, y están para terminar cuando afuera se oye un grito.

"¿Otro peregrino? ¿Cómo haremos?" dice el anciano. Se levanta y envolviéndose en una gruesa manta, como impermeable, sale. En la cocina hay fuego, pero no buen humor. Jesús no dice nada.

 

"¿Entre vosotros está el Mesías? 

Decidlo, que los de Pela lo buscan 

para adorarlo, por un gran milagro que hizo.

 

Vuelve el anciano con los ojos llenos de sorpresa. Mira a Jesús, mira a los demás. Parece como si tuviera miedo... parece como si... como si escudriñara. Finalmente pregunta: "¿Entre vosotros está el Mesías? Decidlo, que los de Pela lo buscan para adorarlo, por un gran milagro que hizo. Desde ayer noche lo han venido buscando por todas las casas hasta el río, hasta el primer poblado... Ahora al regresar se acordaron de mí. Alguien les habrá señalado mi casa. Están afuera, con carros. ¡Mucha gente!"

Jesús se levanta. Los doce dicen: "No vayas. ¡Si dijiste que  era conveniente no haberse quedado en Pela, es inútil salir ahora!"

"¡Pero entonces!... ¡Oh, bendito, bendito Tú y quien te envió! Y yo también que te hospedé. Tú eres el Rabí Jesús, el... ¡Oh!" El hombre se arrodilla y pone su frente contra el suelo.

"Soy Yo, pero permíteme ir donde están los que me buscan después vengo contigo." Se zafa de las manos del anciano que le tiene asidas las rodillas y sale al huertecito lleno de agua.

"¡Vedlo! ¡Vedlo! ¡Hosanna!"

Bajan de los carros. Hay hombres, mujeres, el ciego jovenzuelo de ayer, su madre y la gerasena. Sin importarles el lodo se arrodillan y suplican: "Regresa. Regresa con nosotros. A Pela"

 

"No. A Yabes" 

gritan otros, que han de ser de allá. 

"¡Queremos tenerte! ¡Estamos arrepentidos de 

haber(te) arrojado!" gritan.

 

"No. A Yabes" gritan otros, que han de ser de allá. "¡Queremos tenerte! ¡Estamos arrepentidos de haber(te) arrojado!" gritan.

"¡No! ¡No! Con nosotros. Ven a Pela donde tu milagro te proclama. A ellos les has dado la luz de los ojos, a nosotros la del alma."

"No puedo. Voy a Jerusalén. Allá me encontraréis de nuevo."

"Estás enojado porque te arrojamos."

"Estás disgustado porque sabes que dimos oído a las calumnias de un pecador."

La madre de Marcos se cubre la cara bañada en lágrimas.

"Pídeselo tú, Yaia, pues que te quiere mucho."

 

Me encontraréis en Jerusalén. 

Idos y sed constantes. 

 

"Me encontraréis en Jerusalén. Idos y sed constantes. No queráis ser como los vientos que circulan en todas direcciones. Adiós."

"No. Ven. Te llevaremos por la fuerza si no vienes."

"No levantéis la mano contra Mí. Esto sería idolatría, no una fe verdadera. La fe cree aun sin ver. Persevera aunque se le combata. Crece aun sin milagros. Me quedo con Matías que supo creer sin haber visto algo, y que además es justo."

"Acepta por lo menos nuestros dones. Dinero, pan. Nos dijeron que diste todo lo que tenías a Yaia y a su madre. Toma una carreta. Viajarás en ella. La dejarás en Jericó en casa de Timón el fondero. Tómala. Llueve y continuará lloviendo. No te mojarás tanto, y lo harás más pronto. Danos una prueba de que no nos guardar rencor."

Los del otro lado de la empalizada meten mucho ruido. Detrás de Jesús está el viejo Matías de rodillas, con la boca abierta, y detrás de él los apóstoles.

Jesús extiende su mano y dice: "Acepto los regalos para los pobres, pero la carreta, no. Soy pobre entre los pobres. No insistáis. Yaia, y tú, y tú de Gerasa, acercaos para que os bendiga de un modo especial."

Mateo abre la puerta. Se acercan. Los acaricia y bendice. Luego bendice a los demás que se han acercado hasta el umbral. Dan a los apóstoles dinero y víveres. Jesús se despide de todos. Regresa dentro...

"¿Por qué no les dijiste algo?"

"El milagro hecho en los dos ciegos está hablando."

"¿Por qué no aceptaste la carreta? "

"Porque es mejor ir a pie."

 

"Te habría recompensado sólo con bendiciones.

 Ahora puedo agregar a ellas un poco de dinero 

por los gastos que hiciste..." 

 

"No, Señor Jesús... No acepto. 

Lo hice de buen corazón. 

Y ahora lo hago sirviendo al Señor. 

El Señor no paga. No está obligado. 

Soy yo quien tengo que pagar, no Tú. 

¡Oh, este día jamás se borrará de mi memoria 

ni aun en la otra vida!"

 

Se vuelve a Matías: "Te habría recompensado sólo con bendiciones. Ahora puedo agregar a ellas un poco de dinero por los gastos que hiciste..."

"No, Señor Jesús... No acepto. Lo hice de buen corazón. Y ahora lo hago sirviendo al Señor. El Señor no paga. No está obligado. Soy yo quien tengo que pagar, no Tú. ¡Oh, este día jamás se borrará de mi memoria ni aun en la otra vida!"

"Has dicho bien. Tu misericordia que tuviste para con los peregrinos la encontrarás escrita en el cielo como tu fe pronta en creer... Tan pronto aclare nos vamos. Podrían regresar aquellos. Son pertinaces mientras el milagro lo tienen ante sus ojos, pero luego... se olvidan, o se convierten en enemigos. Me voy. Hasta ahora he tratado de convertirlos quedándome con ellos. Ahora llego y paso sin quedarme. Voy a mi destino. Dios y el hombre me empujan. No puedo más detenerme. Me impele el amor. Me impele el odio. Quien me ama puede seguirme. Pero el Maestro no va a correr detrás de las ovejas que no quieren."

"¿No te aman, Maestro divino?" pregunta Matías.

"No me comprenden."

"Son malos."

"La concupiscencia los tiene ciegos."

El anciano no se atreve a mostrarse más confianzudo. Parece como si estuviera ante un altar. Jesús, por el contrario, ahora que no es más el Desconocido, se muestra franco y habla con el anciano como si fuera un pariente.

Así pasan las horas hasta que llega casi el mediodía. Las nubes se deshilan. Dicen que no echarán más agua. Jesús ordena que se parta. El anciano corre a traer los mantos secos. Entre tanto pone en una cajita el dinero y en una artesa pan y queso.

Vuelve el anciano. Jesús lo bendice. Emprende el camino, volviéndose una vez más a ver esa cabeza blanca que se asoma entre la mugrienta empalizada.

VI. 301-308

A. M. D. G.