LA RELIGIÓN ES AMOR Y DESEO 

DE IR A AQUEL EN QUIEN CREEMOS

 


 

#"Es mejor esperar un poco. La niña no ve y está cansada" dice Jesús.   

#Habla con sencillez como si hablases a un infante. Ella te entenderá como no lo haría un adulto."   

#Las religiones, las ideas religiosas son el amor, el pensamiento, el deseo de ir a donde está aquel o aquellos en quienes creemos, a quienes amamos, a quienes deseamos ver."   

#Dios no es hombre. El es como una luz, una mirada, un sonido, tan grande que llena cielo y tierra y todo lo ilumina, todo lo ve, todo lo ordena y en todas cosas manda...   

#"¡Mucho! Me puso por nombre Áurea Gala porque el oro es precioso y Galia es mi patria, y decía que me amaba más que el oro que un tiempo tuvo y más que a la patria..."  

 #Bien has comprendido, niña. Crecerás en la Luz. Yo te lo aseguro. Cree en el Dios verdadero. Escucha la voz de tu alma en la que no existe todavía una sabiduría, pero en la que tampoco existe mala voluntad, y encontrarás en Dios a un Padre   

#Mi dueño me llamaba en la isla Áurea Quintilia porque nos separaban por colores y por el número y yo era la quinta, rubia...   

#Caminan pensando a quien dejar la niña    

#Áurea se acuerda de algo. "Tengo una bolsa. Me dijeron las señoras: "La darás cuando empiecen los montes". Saca la bolsa y la entrega a Jesús.   

#"Maestro, la niña tiene fiebre y está agotada. ¿Qué hacemos?" llegar al camino principal que lleva a Sicaminón para pedir ayuda a algún viajero que vaya cabalgando o de algún carruaje.   

Es la providencia que nos socorre!" exclama Jesús. Y ordena que todos se detengan   

#Id primero a Nazaret, os lo pido por caridad. Llevad a donde mi Madre a la niña y decidle que dentro de dos o tres días estaré en casa  

 #Pido a vuestro corazón un sacrificio. Nos separaremos antes de llegar a Nazaret, y vosotros, los del lago, iréis con Judas a Cafarnaum, mientras Yo con mis hermanos, Tomás y Simón, iré a Nazaret

 


 

La aurora en los días de verano aparece pronto, de modo que desde el momento en que la luna se oculta hasta el de los primeros albores, el espacio de tiempo es muy breve. Por más que hayan caminando ligeros, todavía la oscuridad se cierne sobre ellos en las cercanías de Cesarea, y de muy poco sirve la luz que arroja una rama encendida de espino. Hay que tenerse un poco, porque la niña, que no está acostumbrada a caminar de noche, tropieza frecuentemente con las piedras que hay bajo el polvo del camino.

 

"Es mejor esperar un poco. 

La niña no ve y está cansada" 

dice Jesús.

 

"Es mejor esperar un poco. La niña no ve y está cansada" dice Jesús.

"No, no; sí puedo... Vámonos lejos, lejos, lejos... Podría venir. Por aquí pasamos para ir a esa casa" responde castañeteando los dientes, mezclando hebreo y latín para hacerse entender.

"Vamos detrás de aquellos árboles, y nadie nos verá. No tengas miedo" le dice Jesús.

"No tengas miedo. A estas horas ese romano es una sopa de vino bajo la mesa..." dice Bartolomé para darle ánimos.

"Y estás con nosotros. Todos te queremos. No permitiremos que te hagan daño. Oh, somos doce hombres robustos..." dice Pedro, que apenas es un poco más alto que ella: él la robustez, ella la delicadeza; él quemado por el sol, ella blanca como la nieve, pobre florecita que creció a la sombra para ser más admirada y más preciosa.

"Eres una hermanita nuestra, y los hermanos defienden a sus hermanos" dice Juan.

La niña, a quien roza muy de cerca la improvisada antorcha, levanta sus ojos claro grises con tintes de azul, dos pupilas hermosas, límpidas por el llanto que hace poco derramaron, hacia sus amigos... No sabe qué hacer, sin embargo se fía de ellos. Pasa con todos el riachuelo seco, y de allí entra a un campo que domina una arboleda.

Se sientan en la oscuridad y aguardan. Los hombres se dormirían gustosos, pero cualquier rumor que se oye hace prorrumpir a la niña en un grito y el galope de un caballo la hace amarrarse al cuello de Bartolomé que tal vez porque ya es de mucha edad atrae su confianza. Y así no es posible dormir.

"¡No tengas miedo! Cuando uno está con Jesús, nunca sucede una desgracia" dice Bartolomé.

"¿Por qué?" pregunta la niña, temblando y todavía asida al cuello del apóstol.

"Porque Jesús es Dios, y Dios es más fuerte que los hombres."

"¿Dios? ¿Qué cosa es Dios?"

"¡Pobre criatura! Pero ¿cómo te han educado? ¿Nada te enseñaron?"

"Sí, a conservar blanco el cutis, brillante la cabellera, a obedecer a los patrones... a decir siempre sí... Pero yo no podía decir sí al romano... era feo y me daba miedo... Durante todo el día miedo... siempre allí... en el baño... en los vestidores... unos ojos... esas manos... ¡Oh! Y si alguien no decía "sí" era apaleado..."

"No lo serás más. Ya no está el romano, ni están sus manos... Sólo la paz..." le dice Jesús.

Los otros comentan: "¡Es una crueldad! Como a bestias... y peor todavía... porque una bestia al menos sabe que le enseñan a arar a llevar la silla y el freno, porque este es su oficio. Pero a esta creatura se le echó allí sin saber..."

"Si hubiera sabido, me hubiera arrojado al mar. Había dicho: "Te haré feliz"..."

"De hecho te hizo feliz, de una manera que nunca imaginó. Feliz en la tierra y feliz en el cielo. Porque conocer a Jesús es felicidad" dice Zelote.

Un silencio durante el que cada uno medita en las crueldades del mundo. Luego, en voz baja, la niña pregunta a Bartolomé: "¿Me puedes decir qué es Dios? ¿Y por qué El es Dios? ¿Porqué es hermoso y bueno?"

"Dios... ¿Como haré para enseñarte a ti que no tienes ninguna idea de religión en tu cabeza?"

"¿Qué cosa es religión?"

"¡Oh, que ésto no me esperaba! Estoy ahora como uno que se ahoga en el mar. ¿Qué puedo hacer ante el abismo?"

 

Habla con sencillez como si hablases a un infante.

 Ella te entenderá como no lo haría un adulto."

 

"Es muy sencillo, Bartolomé, lo que te parece difícil. Es un abismo, sí, pero vacío, y puedes llenarlo con la Verdad. Peor es cuando los abismos están llenos de fango, veneno, sierpes... Habla con sencillez como si hablases a un infante. Ella te entenderá como no lo haría un adulto."

"Maestro ¿pero no podrías hacerlo Tú?"

"Podría, pero la niña aceptará más fácilmente las palabras de un semejante suyo que las mías de Dios. Y por otra parte... Os encontraréis en lo futuro ante estos abismos y los llenaréis de Mí. Debéis, pues, aprender a hacerlo."

"Es verdad. Lo probaré. Oye, niña... ¿Te acuerdas de tu mamá?"

"Sí, señor. Hace siete años que las flores han florecido sin ella. Antes estaba con ella Antes estaba con ella."

"Está bien. ¿La recuerdas? ¿La amas?"

"¡Oh!" un sollozo junto a un pequeño grito.

"No llores, pobre niña... Oye... El amor que tienes por tu mamita..."

"... y por mi papá... y por mis hermanos..." dice entre sollozos la niña.

"Sí... por tu familia, el amor por tu familia. El pensamiento que abrigas por ella, el deseo que tienes de regresar a ella..."

"¡Nunca más!..."

 

Las religiones, las ideas religiosas son el amor, 

el pensamiento, el deseo de ir a donde está aquel 

o aquellos en quienes creemos, 

a quienes amamos, 

a quienes deseamos ver."

 

"Pero... Todo es una... algo que podría llamarse religión de la familia. Las religiones, las ideas religiosas son el amor, el pensamiento, el deseo de ir a donde está aquel o aquellos en quienes creemos, a quienes amamos, a quienes deseamos ver."

"Si yo creo en ese Dios que está allí, tendré una religión... ¡Es fácil!"

"¡Bien! ¿Fácil qué cosa? ¿Tener una religión o creer en ese Dios que está allí?"

"En ambas cosas, porque fácilmente se cree en un Dios bueno, como el que está allí. El romano me nombraba muchos y juraba. Decía: "¡Por la diosa Venus!", "¡Por el dios Cupido!" Han de ser dioses malos porque el hacía cosas malas cuando los invocaba."

"No es tan tonta la niña" comenta Pedro en voz baja.

"Pero yo todavía no sé qué cosa sea Dios. Veo que es un hombre como tú... Entonces es un hombre Dios. ¿Y cómo se hace para comprenderlo? ¿En qué aspecto es más fuerte que todos? No tiene ni espada, ni siervos..."

"Maestro, ayúdame..."

"No, Natanael. Enseñas muy bien..."

 

Dios no es hombre. El es como una luz, una mirada, 

un sonido, tan grande que llena cielo y tierra 

y todo lo ilumina, todo lo ve, todo lo ordena 

y en todas cosas manda...

 

"Lo dices porque eres bueno... Busquemos otro modo de seguir adelante. Oye, niña... Dios no es hombre. El es como una luz, una mirada, un sonido, tan grande que llena cielo y tierra y todo lo ilumina, todo lo ve, todo lo ordena y en todas cosas manda..."

"¿También al romano? Entonces no es un Dios bueno. ¡Tengo miedo!"

"Dios es bueno y da buenas órdenes. A los hombres les ha prohibido armar guerras, hacer esclavos, arrebatar las hijitas a sus madres, y espantar a las niñas. Pero los hombres no escuchan siempre las órdenes de Dios."

"Pero tú, sí..."

"Yo sí.!

"Si es más fuerte que todos ¿por qué no se hace obedecer? ¿Y cómo habla si no es un hombre?"

"Dios... ¡Oh, Maestro!..."

"Sigue, sigue, Bartolomé. Eres un maestro muy competente. Sabes decir con gran simplicidad pensamientos muy profundos ¿y ahora ya no quieres seguir? ¿No sabes que el Espíritu Santo está en los labios de los que enseñan la Justicia?"

"Parece fácil cuando se te escucha... todas tus palabras están aquí dentro... pero sacarlas afuera cuando hay que hacer lo que haces... ¡Oh, miseria de nosotros los humanos! ¡Maestros inútiles!"

"El reconocer la nulidad propia, dispone al corazón a la enseñanza del Espíritu Paráclito..."

"Está bien. Oye, niña. Dios es fuerte, fortísimo, más que César, más que todos los hombres juntos con sus ejércitos y máquinas de guerra, pero no es un señor sin compasión que quiera siempre que se le diga que sí, so pena de azotarlo. Dios es un padre. ¿Te quería mucho tu padre?"

 

"¡Mucho! 

Me puso por nombre Áurea Gala 

porque el oro es precioso y Galia es mi patria, 

 

y decía que me amaba más que el oro que un tiempo tuvo 

y más que a la patria..."

 

"¡Mucho! Me puso por nombre Áurea Gala porque el oro es precioso y Galia es mi patria, y decía que me amaba más que el oro que un tiempo tuvo y más que a la patria..."

"¿Te azotó tu padre?"

"No. Jamás. Cuando no me portaba bien, me decía: "¡Pobrecita hija mía!" y lloraba..."

"Bueno, pues así hace Dios. Es padre, nos ama y llora si somos malos, pero no nos obliga a obedecerle... Pero el que sea malo, un día será castigado con suplicios horribles..."

"¡Oh, qué bueno! El dueño que me arrebató de mi madre y me llevó a la isla, y también el romano, irán a los suplicios. ¿Y lo veré?"

"Tú verás de cerca a Dios, si creyeres en El y fueres buena. Y para ser buena no debes odiar ni siquiera al romano."

"¿No? ¿Cómo lograrlo?"

"Rogando por él."

"¿Qué es rogar?"

"Hablar con Dios diciéndole que lo queremos..."

"Pero ¡yo quiero que mis dueños tengan una mala muerte!" dice con fuerza la niña llevada de su coraje.

"No, no debes. Jesús no te amará, si dices así..."

"¿Por qué?"

"Porque no se debe odiar a quien nos ha hecho el mal."

"No puedo amarlos, pero."

"Pero puedes por ahora olvidarlos. Trata de olvidarlos. Luego, cuando Dios... te instruya más, rogarás por ellos... Decíamos, pues, que Dios es poderoso, pero deja a sus hijos en libertad de obrar."

"¿Soy yo hija de Dios? ¿Tengo dos padres? ¿Cuántos hijos tiene?"

"Todos los hombres son hijos de Dios porque los creó. ¿Ves esas estrellas allá arriba? El las hizo. ¿Ves estas plantas? El las hizo. La tierra en la que estamos sentados, el pájaro que canta, el mar inmenso, todo; y a todos los hombres los creó El. Y los hombres son más hijos suyos que todo lo demás porque tienen algo especial que se llama alma y que es luz, sonido, mirada, ojos, no tan grandes como los de Dios que ven Cielo y tierra, pero hermosos y que jamás se mueren, como Dios no muere."

"¿Dónde está el alma? ¿tengo yo también alma?"

"Sí. En tu corazón. Es la que te hizo comprender que el romano era malo y que ciertamente no te dejará que desees ser como él. ¿O no es verdad?"

"Sí..." La niña reflexiona detrás de este "sí" que no es muy seguro... Luego con firmeza dice: "¡Sí! Era como una voz que estuviese adentro y como una necesidad de tener quien me ayudase... y con otra voz, que era mía, llamaba a mi mamita... porque no sabía yo que existiese Dios, que existiese Jesús... Si lo hubiera sabido, lo habría llamado a El con esa voz que estaba dentro..."

 

Bien has comprendido, niña. 

Crecerás en la Luz. Yo te lo aseguro. 

Cree en el Dios verdadero. 

Escucha la voz de tu alma 

en la que no existe todavía una sabiduría, 

pero en la que tampoco existe mala voluntad,

 y encontrarás en Dios a un Padre

 

"Bien has comprendido, niña. Crecerás en la Luz. Yo te lo aseguro. Cree en el Dios verdadero. Escucha la voz de tu alma en la que no existe todavía una sabiduría, pero en la que tampoco existe mala voluntad, y encontrarás en Dios a un Padre, y en la muerte, que es un paso de la tierra al cielo para los que creen en el Dios verdadero y son buenos, encontrarás un lugar en el cielo, cerca de tu Señor" dice Jesús poniendo su mano sobre la cabeza de la niña, que cambia de posición y se arrodilla diciendo"

"Cerca de Ti. ¡Qué bien se siente uno al estar contigo! No te separes de mí, Jesús. Ahora sé quién eres y me arrodillo. En Cesarea tuve miedo de hacerlo... Me parecías un hombre. Ahora sé que eres un Dios escondido en un hombre y que para mí eres un Padre y un protector."

"Y Salvador, Áurea Gala."

"Y Salvador. Me salvaste."

"Y te salvaré cada vez más. Tendrás un nombre nuevo..."

 

Mi dueño me llamaba en la isla Áurea Quintilia 

porque nos separaban por colores y por el número 

y yo era la quinta, rubia... 

 

"¿Me quitas el nombre que me dio mi padre? Mi dueño me llamaba en la isla Áurea Quintilia porque nos separaban por colores y por el número y yo era la quinta, rubia... Pero ¿por qué no me dejas el nombre que me dio mi padre?"

"No te lo voy a quitar. Junto a tu nombre antiguo tendrás otro nuevo, eterno."

"¿Cuál?"

"Cristiana. Porque Cristo te salvó. Bien. Comienza a alborear. Vámonos... ¿Ves, Natanael, que es fácil hablar de Dios a los abismos vacíos?... Hablaste muy bien. La niña se instruirá fácilmente en la Verdad... Sigue adelante con mis hermanos, Áurea..."

La niña obedece, pero con temor. Preferiría quedarse con Bartolomé, el cual comprende todo y le dice. "Voy enseguida. Vete. Obedece..." Y quedándose con Jesús, Pedro, Simón y Mateo, advierte: "Está mal que la tenga Valeria. Es pagana."

 

Caminan pensando a quien dejar la niña

 

"No puedo decirle a Lázaro que la tome..."

"Está Nique, Maestro" sugiere Mateo.

"Y Elisa..." dice Pedro.

"Y Juana... Es amiga de Valeria, y Valeria se la cede con gusto. Estaría en una casa buena" dice Zelote.

Jesús piensa y calla...

"Haz lo que te parezca... La niña con frecuencia vuelve atrás su cara. Voy con ella. Se fía de mí porque estoy ya viejo... Me gustaría quedarme con ella... una hija más... Pero no es de Israel..." y se va, el buen Natanael, pero demasiado Israelita.

Jesús lo mira y sacude su cabeza.

"¿Por qué eso, Maestro?" pregunta Zelote.

"Porque me causa dolor ver que aun los prudentes son esclavos de prejuicios..."

"Pero... lo digo entre nosotros. Bartolomé tiene razón... y aún más... debe tomar sus providencias... Acuérdate de Síntica y Juan... Que no vaya a suceder cosa semejante... Envíala a donde está Síntica..." dice Pedro que se acuerda de las dificultades que hubo por la pagana.

"Dentro de poco Juan habrá muerto... Síntica no está del todo instruida para ser maestra de una niña como Áurea... No es un ambiente propicio..."

"Y con todo no puedes tenerla. Piensa que Judas pronto se habrá reunido con nosotros. Y Judas, permíteme que te lo diga Maestro, es un lujurioso y un... uno que fácilmente habla con la condición de recabar  alguna utilidad... y tiene muchos amigos entre los fariseos..." insiste Zelote.

"Exacto, Simón ha dicho la verdad. También yo pensaba en lo mismo" exclama Pedro. "Haz lo que dice él, Maestro."

Jesús piensa y calla... Luego añade: "Oremos, y el Padre nos ayudará..." y todos oran fervorosamente...

El alba se ha teñido de colores... Atraviesan un poblado, toman el camino que va por la campiña... El sol se siente más fuerte. Se sientan a comer a la sombra de un nogal gigantesco.

"¿Estás cansada?" pregunta Jesús a la niña que come sin ganas. "Dínoslo y nos detendremos."

"No, no... Vámonos..."

"Se lo hemos preguntado varias veces, pero siempre dice que no..." responde Santiago de Alfeo.

"Puedo. Todavía tengo fuerzas. Vámonos lejos..."

 

Áurea se acuerda de algo. 

"Tengo una bolsa. 

Me dijeron las señoras: 

"La darás cuando empiecen los montes". 

Saca la bolsa y la entrega a Jesús.

 

Tornan a caminar. Áurea se acuerda de algo. "Tengo una bolsa. Me dijeron las señoras: "La darás cuando empiecen los montes". Y los montes están aquí." Busca en la alforja en que Lidia le puso algunos vestidos... Saca la bolsa y la entrega a Jesús.

"El óbolo... No quisieron quedarse sin dar las gracias. Son mejores que muchos de los nuestros. Toma, Mateo. Guarda este dinero. Nos servirá para hacer limosnas secretas.

"¿Debo decirlo a Judas de Keriot?"

"No."

"El va a ver a la niña..."

Jesús no responde... continúan caminando con fatiga, debido al mucho calor, al polvo y al reverbero. Comienza la subida a las primeras estribaciones del monte Carmelo, según me parece. Aunque aquí hay más sombra y está más fresco, Áurea va tropezando frecuentemente.

 

"Maestro, la niña tiene fiebre y está agotada. 

¿Qué hacemos?" 

 

llegar al camino principal que lleva a Sicaminón

 para pedir ayuda a algún viajero que vaya cabalgando 

o de algún carruaje.

 

Bartolomé vuelve atrás, a Jesús. "Maestro, la niña tiene fiebre y está agotada. ¿Qué hacemos?"

Deliberan. ¿Detenerse? ¿Llevarla en brazos y continuar? Sí. No. Al fin deciden que hay que llegar al camino principal que lleva a Sicaminón para pedir ayuda a algún viajero que vaya cabalgando o de algún carruaje. Quisieran cargarse en los brazos a la niña, pero ella, decidida completamente a alejarse, repite siempre lo mismo: "¡Puedo, puedo!" Y quiere caminar por sí misma. Está colorada, con los ojos de fiebre, agotada realmente. Pero no cede... Camina poco a poco. Acepta que Bartolomé y Felipe le ayuden... pero continúa caminando... Todos en realidad están cansados. Pero comprenden que es menester caminar e irse...

Pasan la colina. Están al otro lado... la llanura de Esdrelón, allá abajo, y más allá las colinas entre las que está Nazaret...

"Si no encontramos nada, nos detenemos con los campesinos..." dice Jesús.

Continúan caminando, caminando... Casi a los pies de la colina distinguen a un grupo de discípulos. Están Isaac, Juan de Efeso con su madre, Abel de Belén con la suya y otros cuyo nombre no conozco. Para las mujeres hay una carreta de la que tira un fuerte mulo. Están Daniel y Benjamín pastores, José el barquero y otros.

 

"¡Es la providencia que nos socorre!" exclama Jesús. 

Y ordena que todos se detengan

 

"¡Es la providencia que nos socorre!" exclama Jesús. Y ordena que todos se detengan, mientras va a hablar a los discípulos y sobre todo a las discípulas.

Las lleva aparte junto con Isaac y les cuenta algo de lo sucedido a Áurea: "La arrebatamos a un patrón inmundo... Quisiera llevarla a Nazaret para curarla porque está enferma de miedo y de cansancio. Pero no tengo en que llevarla. ¿A dónde vais vosotros?"

"A Belén de Galilea, a la casa de Mirta. Es imposible tolerar el calor de la llanura" responde Isaac.

 

Id primero a Nazaret, os lo pido por caridad.

 Llevad a donde mi Madre a la niña 

y decidle que dentro de dos o tres días estaré en casa

 

"Id primero a Nazaret, os lo pido por caridad. Llevad a donde mi Madre a la niña y decidle que dentro de dos o tres días estaré en casa. La niña tiene fiebre, por esto no debéis creer en sus delirios. Os lo contaré después..."

"Sí, Maestro. Lo que Tú quieras. Partimos al punto. ¡Pobrecita niña! ¿La azotaba?" preguntan los tres.

"Quería violarla."

"¿Cuántos años tiene?"

"Mas o menos trece..."

"¡Un vil! ¡Inmundo! Nosotros la cuidaremos con cariño. Con razón somos madres, ¿verdad Noemí?"

"Cierto, Mirta. ¿Señor, es tu discípula?"

"No lo sé todavía."

"Si es tuya, nosotros la cuidamos. No regreso a Efeso. He mandado a varios amigos míos a liquidar todo. Me quedo con Mirta. Acuérdate de nosotras por la niña. Nos salvaste a nuestros hijos. Queremos salvar a ésta."

"Pronto pensaremos en ello..."

"Maestro, las dos discípulas son en realidad buenas..." dice Isaac. 

"No depende de Mí... Rogad mucho y no digáis nada a nadie. ¿Entendisteis? A nadie."

"Así lo haremos."

"Venid con el carruaje." Jesús retrocede. Isaac guía el carro, lo siguen Jesús y las mujeres.

La niña se ha echado sobre la hierba en busca de frescura entre los tallos...

"¡Pobre criatura! Pero no se va a morir ¿verdad?"

"¡Qué hermosa niña!"

"Querida, no tengas miedo. Soy una mamá ¿sabes? Ven... Levántala, Mirta... No tiene fuerzas... Ayúdanos, Isaac... Aquí debe de tener los golpes... La alforja bajo la cabeza... Envolvámosla en nuestros mantos... Isaac, humedece estos paños para ponerlos sobre la frente... ¡Qué calentura!... ¡Pobre hija!..."

Las dos mujeres muestran sus cuidados maternales. Áurea parece no caer en la cuenta de lo que le pasa, por la fiebre...

Todo está arreglado... El carruaje puede partir... Isaac antes de levantar el látigo, se acuerda. "Maestro, si vas al puente encontrarás a Judas de Keriot. Te está esperando como un mendigo... El fue quien nos dijo que pasarías por aquí. ¡La paz sea contigo, Maestro! Al anochecer estaremos en Nazaret."

"¡La paz sea contigo, Maestro!" dicen las discípulas.

"¡La paz sea con vosotros!..."

El carruaje parte rápido...

"¡Dense gracias al Señor!..." dice Jesús.

"Suerte para la niña, suerte para Judas... Es mejor que no sepa nada..."

 

Pido a vuestro corazón un sacrificio. 

Nos separaremos antes de llegar a Nazaret, 

y vosotros, los del lago, iréis con Judas a Cafarnaum,

 

 mientras Yo con mis hermanos, Tomás y Simón, 

iré a Nazaret

 

"Así es. Pido a vuestro corazón un sacrificio. Nos separaremos antes de llegar a Nazaret, y vosotros, los del lago, iréis con Judas a Cafarnaum, mientras Yo con mis hermanos, Tomás y Simón, iré a Nazaret".

"Lo haremos, Maestro. ¿Y qué dirás a estos que te esperan?"

"Que teníamos premura de avisar a mi Madre mi llegada... Vámonos..." y reúne a los discípulos que, muy felices por estar con el Maestro, no hacen ninguna clase de preguntas.

VII. 734-742

A. M. D. G.