EN NAZARET

 


 

#Jesús contempla su ciudad tan querida y tan hostil   

#Se dirigen a la casa de María   

#El manantial de aguas frescas que salen con ímpetu del monte hermoso, y que da el Agua de Vida a la tierra y brota con su belleza perfumada hacia el cielo" dice Jesús.   

#¿Cómo ves Tú a María? ¿Como a madre o como a súbdita? Es tu madre, pero es mujer y Tú eres Dios..." dice Tadeo   

#¿no temes ponerla en las manos de los hombres, que son indignos de guardarla? pregunta Tomás.   

#"¡Mamá!" "¡Hijo mío! ¡Bendito! ¡Entra! ¡Y la paz y el amor estén contigo!"   

#Áurea no me pertenece como tal. Su alma es mía, su cuerpo es de Valeria. Por ahora permanecerá aquí mientras olvida...   

#"La paz sea contigo, María de Alfeo, y con vosotras, Mirta y Noemí. Está durmiendo la niña"   

#Jesús cura a Aurea

 


 

Jesús contempla su ciudad tan querida y tan hostil

 

Viniendo de la parte de Séforis, se entra en Nazaret por la parte noroeste, esto es, por la parte más alta y pedregosa. Cuando se llega a la cima de la colina, se comprueba cómo Nazaret está extendida y escalonada. Esta colina es la última viniendo de Séforis y se precipita escarpada por las hondonadas hacia la pequeña ciudad. Si veo bien el lugar en que ahora está Jesús, porque el tiempo ha pasado y muchos lugares se parecen entre sí, es el punto preciso donde sus conciudadanos trataron de apedrearlo y los detuvo con su poder, pasando entre ellos (Luc.4).

Jesús se detiene a contemplar su ciudad tan querida y tan hostil. Una sonrisa de felicidad brilla en su rostro. Qué bendición jamás conocida y jamás merecida por los nazaretanos es esta sonrisa divina que se convierte ciertamente en gracias sobre la tierra que lo acogió de pequeño, que lo vio crecer y donde nació su Madre.

También los dos primos admiran su ciudad con alegría manifiesta, aunque la de Tadeo parece ser más seria, más reservada. La de Santiago es más franca, más dulce, más semejante a la de jesús.

 

Se dirigen a la casa de María

 

Tomás, aunque no sea su ciudad, está ardiendo de  gozo, y señalando la casita de María, de cuya chimenea sale humo, dice: "Mamá está en casa y está cociendo pan..." Y parece como si hablase de su madre propia, pues ha dicho estas palabras con mucho amor.

Zelote, más sosegado por la edad y por su educación, sonríe diciendo: "Sí. Y su paz llega ya hasta nuestros corazones."

"Vamos pronto" dice Santiago. "Tomemos esta vereda para que los nazaretanos no nos vean. Nos entretendrían..."

"Pero os alejáis de vuestra casa... También vuestra madre desea veros."

"¡Oh! Puedes estar seguro, Simón, que nuestra madre está en casa de María. Casi siempre está allí... Y debe de estar, porque hacen el pan. Y por la niña enferma."

"Sí, vámonos. Pasaremos por detrás del huerto de Alfeo para llegar a la valla de nuestro huerto" dice Jesús.

Rápidos bajan por el escarpado sendero. Cuando están ya cerca de la ciudad, caminan un poco más despacio. pasan por entre los olivos, luego por pequeños campos labrantíos desiertos. Tocan ya los primeros huertos de la ciudad. Las altas vallas que los rodean y sobre las que los árboles descansan sus melenas y sus ramas cargadas de fruta, o los pequeños muros sobre los que se echan las ramas de los jardines, hacen que pasen inobservados, y que las personas que hay por allí, que van y vienen o las que lavan la ropa y la extienden sobre el pasto, no los vean...

La valla que limita una parte del huerto de María, que en invierno no es más que un montón de espinas, y se convierte en denso follaje en verano, después de que floreció al espino en primavera, y que en otoño se pone rojo con sus frutos pequeños, aparece ahora embellecida de frondosos jazmines con sus cálices en flor que se balancean suavemente al viento. Un pájaro curruca canta dentro del follaje de la valla. Y se oye que dentro conversan los palomos.

"También arreglaron el cercado. Y ahora todo está cubierto de ramas en flor" dice Santiago que se adelantó corriendo, para mirar el rústico cancel situado detrás del huerto, que durante muchos años no fue empleado , y por el que hizo entrar y salir Padreo su carruaje en que irían Juan y Síntica.

"Pasaremos por la vereda y tocaremos a la puerta. A mi Madre no le gustaría ver destruido este vallado" le dice Jesús

"Su huerto cerrado" exclama Judas de Alfeo.

"Sí. Ella es su rosa" dice Tomás.

"El lirio entre espinas" agrega Santiago.

"La fuente sellada" dice Zelote.

 

El manantial de aguas frescas que salen con ímpetu del 

monte hermoso, y que da el Agua de Vida a la tierra

 y brota con su belleza perfumada hacia el cielo" dice Jesús.

 

¿Cómo ves Tú a María? ¿Como a madre o como a súbdita? 

Es tu madre, pero es mujer y Tú eres Dios..." dice Tadeo

 

"Mejor: El manantial de aguas frescas que salen con ímpetu del monte hermoso, y que da el Agua de Vida a la tierra y brota con su belleza perfumada hacia el cielo" dice Jesús.

"Dentro de poco se sentirá feliz de vernos" dice Santiago.

"Hermano mío, dime algo que hace tiempo deseo saber. ¿Cómo ves Tú a María? ¿Como a madre o como a súbdita? Es tu madre, pero es mujer y Tú eres Dios..." dice Tadeo

"Como a hermana, como delicia, descanso y consuelo del Dios-Hombre. Todo lo veo y todo lo tengo en María, como Dios y como Hombre. La que era la Delicia de la Segunda Persona, de la Trinidad en el cielo, Delicia del Verbo como del Padre y del Espíritu, es Delicia del Dios encarnado, y lo será del Hombre-Dios glorificado."

"¡Qué misterio! ¿Dios pues, se ha privado dos veces de sus delicias, que tiene en Ti y en María, y se las dio a la tierra..." medita Zelote.

"¡Qué amor! Esto es lo que deberías decir. El amor empujó a la Trinidad a dar a María y a Jesús a la tierra" dice Santiago.

 

¿no temes ponerla en las manos de los hombres, que son

 indignos de guardarla?" pregunta Tomás.

 

"Y, no por Ti que eres Dios, sino por su Rosa, ¿no temes ponerla en las manos de los hombres, que son indignos de guardarla?" pregunta Tomás.

"Tomás, te responde el Libro: "El Pacífico tenía una viña y la confió a los viñadores, los cuales, provocados por el Profanador, habrían entregado muchas sumas de plata para poseerla, esto es, para engañarla con todas sus seducciones, pero la hermosa Viña del Señor se guardó por sí, y no quiso dar sus frutos sino al Señor y abrirse a El generando al Tesoro sin precio: al Salvador"."

Han llegado a la puerta de la casa. Judas de Alfeo comenta, mientras Jesús llama: "Se podría decir ahora: "Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma, hermosa"..."

 

"¡Mamá!" "¡Hijo mío! ¡Bendito! ¡Entra! 

¡Y la paz y el amor estén contigo!"

 

Cuando se abre la puerta y se dejar ver el dulce rostro de la Virgen, Jesús pronuncia solo la palabra más dulce, al abrir sus brazos para estrecharla: "¡Mamá!"

"¡Hijo mío! ¡Bendito! ¡Entra! ¡Y la paz y el amor estén contigo!"

"Y también con mi Mamá y con la casa y con quien en ella esté" dice Jesús entrando y seguido por los demás.

"Allí está vuestra madre. Las dos discípulas hacen el pan y lavan la ropa..." explica María después de haber saludado a los apóstoles y sobrinos y después de que ellos hicieran lo mismo. Se retiran discretamente para dejar solos a la Madre y al Hijo.

"Heme de nuevo aquí, Mamá. Estaremos juntos por un poco de tiempo... ¡Qué dulce es regresar... a la casa y sobre todo a donde estás, después de haber estado entre los hombres!..."

"Que siempre te conocen más y por haberte conocido se dividen en dos ramas: la de los que te aman... y la de los que te odian... Y la rama más gruesa es esta última..."

"El Mal presente que va a ser derrotado y está furioso... y vuelve a otros furiosos... ¿Cómo está la niña?"

"Un poco mejor... Estuvo a morir... Pero las palabras que repetía en medio de su delirio, corresponden en cierta forma a las que dice ahora que ya no lo está. Diríamos una mentira si asegurásemos que no hemos reconstruido su historia... ¡Infeliz!..."

"Cierto es. Pero la Providencia veló por ella."

"¿Y ahora?..."

 

Áurea no me pertenece como tal. Su alma es mía, su cuerpo 

es de Valeria. Por ahora permanecerá aquí mientras olvida...

 

"Y ahora... No sé. Áurea no me pertenece como tal. Su alma es mía, su cuerpo es de Valeria. Por ahora permanecerá aquí mientras olvida..."

"Mirta la quiere."

"Lo sé... pero no tengo el derecho de obrar sin el permiso de la romana. No sé ni siquiera si la compraron con dinero o se valieron sólo del arma de las promesas... Cuando la romana la busque..."

"Iré en tu lugar, Hijo mío. No está bien que vayas... Deja que lo haga tu Mamá. A nosotras las mujeres... seres de ninguna valía en Israel, no se nos observa tanto si hablamos con los gentiles. Tu Mamá es desconocida al mundo. Nadie parará mientes en la campesina hebrea que, envuelta en su manto, va por las calles de Tiberíades y llama a la puerta de una dama romana..."

"Podrías ir a la casa de Juana... y hablar allí con la dama..."

"Así lo haré, Hijo mío. Y que tu corazón descanse. Estás muy afligido, Jesús mío... Lo comprendo... ¡y cuánto quisiera hacer por Ti!"

"Y sí que lo haces, Mamá. Gracias por todo lo que haces..."

"¡Oh! es muy poco lo que te ayudo, Hijo mío, porque no logro alcanzar que te amen, no logro darte... alegría... cuando se te permite gozar de ella un poco... ¿Qué soy, pues? Una pobrecita discípula..."

"¡Mamá! ¡Mamá! ¡No digas eso! Mis fuerzas nacen de tus oraciones. Mi corazón descansa pensando en ti. Y, ahora, encuentra consuelo teniendo así mi cabeza apoyada sobre tu corazón... ¡Mamita!..." Jesús sentado sobre la banca de la pared atrae hacia sí a su Madre que está de pie, y apoya su frente sobre el pecho de María, que le acaricia los cabellos con suavidad...

Un momento de amor filial, de amor materno.

Después Jesús alza su cabeza y se pone en pie. Dice: "Vamos adonde están los otros, y adonde está la niña" y sale con su Madre al huerto.

Las tres discípulas, en el dintel de la habitación donde está la niña enferma, hablan animadamente con los apóstoles, pero cuando ven a Jesús se callan y se arrodillan.

 

"La paz sea contigo, María de Alfeo, y con vosotras, Mirta 

y Noemí. ¿Está durmiendo la niña?"

 

"La paz sea contigo, María de Alfeo, y con vosotras, Mirta y Noemí. ¿Está durmiendo la niña?"

"Sí. La fiebre sigue. La debilita. La consuma. Si continúa así, morirá. Su cuerpecito no puede resistir  a la enfermedad y su memoria se ve turbada con los recuerdos" dice María de Alfeo.

"Sí... y no reacciona porque dice que quiere morir para no ver más romanos..." asegura Mirta.

"Es un dolor para nosotros que la amamos ya..." dice Noemí.

"¡No temáis!" contesta Jesús y va a la habitación, levanta la cortina...

Sobre el lecho que está contra la pared, enfrente de la puerta, se ve la carita demacrada con un color rojizo en las mejillas, blanco en el resto de ella, sumergida en la abundancia de sus cabellos dorados. Duerme con ansia. Masculla palabras que no pueden comprenderse y con la mano que tiene fuera de las mantas, hace de vez en vez un gesto como si rechazase algo.

Jesús no se acerca a ella. La mira con ojos de piedad, luego en voz alta dice: "¡Áurea! ¡Ven! Está tu Salvador."

La niña se sienta de pronto sobre el lecho, lo ve, y con un grito baja y corre con su larga túnica suelta y descalza a Jesús, se echa a sus pies diciendo: "¡Señor! Ahora sí que me has librado."

 

Jesús cura a Aurea

 

"Está curada. ¿Lo veis? No podía morir porque antes tenía que conocer la Verdad." Y le dice a ella que le besa los pies: "Levántate, y vive tranquila." Le pone la mano sobre la cabeza. No tiene ya más fiebre.

Áurea, con su largo vestido de lino, tal vez uno de la Virgen, con quien se tropieza, con los cabellos sueltos como un velo sobre su delgada persona, con los ojos azules brillantes todavía por la fiebre que le acaba de pasar, con la alegría que ahora experimenta, parece un ángel.

"¡Hasta pronto! Nos retiramos al taller mientras pensáis en la niña y en la casa..." dice el Maestro y seguido de los cuatro entra en el antiguo lugar de trabajo de José. Se sienta con los suyos sobre los bancos que ya no se ocupan...

VIII. 7-11

A. M. D. G.