EL SÁBADO EN CAFARNAUM

 


 

#Jesús y Bartolomé van junto a los enfermos a curarlos   

#"Este día Jairo os va a hablar. Yo seré uno de sus oyentes. Tenéis un sinagogo sabio..."  

 #Antes estabais como sumergidos en un crepúsculo, ahora veis la Luz en vosotros. Jesús les hace la comparación del cielo cuando el alba lo ilumina a cuando está el sol en su apogeo   

#se anda diciendo a media voz que consientes al pueblo para que te pueda servir en caso de sedición. Vinimos a preguntarte si es verdad. Pero voy a responderos a vosotros y a quien os envió   

#José de Alfeo, el hijo mayor de la familia, cree que es su obligación salir a la defensa de Jesús y se vuelve a Simón el fariseo   

#"Está dicho: "No hay nadie mayor que Yo. No hay delante de Mí otro dios". Obedeceré siempre a lo que Dios quiera."   

#Jesús y José de Alfeo hablan entre sí   

#Jesús ordena a Pedro: "Procura que la barca esté pronta al atardecer. Acompañaremos hasta Tiberíades a las dos Marías y Simón las acompañará a casa.   

#María pide a Jesús que le prometa algo

 


 

"¿No llevas el niño a su mamá?" pregunta Bartolomé a Jesús que está en la terraza absorto en profunda oración.

"No. Espero a que regrese de la sinagoga..."

"¿Esperas que allí dentro le hable el Señor... y que ella... comprenda su obligación? Piensas sabiamente, pero no así ella. Otra madre que no fuese ella desde ayer hubiera venido a tomar a su hijo. Bueno... tuvimos un mar muy picado... ella no sabía de dónde veníamos... ¿Acaso se preocupó por saber si a su hijo le había pasado algo? ¿Acaso vino esta mañana? Mira cuántas madres ya se han levantado, pese a que es muy temprano, cómo extienden los vestidos de fiesta para que se sequen y sus hijos se los pongan limpios para el día dedicado al Señor. Un fariseo diría que están haciendo una obra servil porque extienden los vestiditos, yo diría que hacen una obra de amor, para con Dios y para con sus hijos. Casi todas son mujeres pobres. Mira allá a María de Benjamín y a Rebeca de Miqueas. En aquella pobre terraza está Juana que suelta el dobladillo del vestido pobre de su hijo para que se vea menos pobre en la función sagrada. Y más allá, en la ribera que pronto el sol calentará, Selida extiende la tela todavía tosca para que lo aparezca menos, y que es bella sólo por el sacrificio que le ha costado: cuántos pedazos de pan quitados al estómago hambriento para que se cambiasen en madejas de cáñamo. Y allá Adina que frota el vestido de su hijita con hierbas para que se vea más verde. Pero ella no se ve..."

"¡Qué el Señor le cambie el corazón! No hay otra cosa qué decir..."

Siguen apoyados sobre el borde de la terraza contemplando la naturaleza que la tempestad limpió de su polvo y la envolvió en una atmósfera pura. El lago que todavía se mueve y no está azul del todo como suele estarlo, porque el agua que bajó de los montes, que arrastró tierra quemada del sol, se metió en él. No obstante es hermoso, pese al color ocre que en él entró. Parece un inmenso lapislázuli salpicado con perlas. Sonríe a un sol que surge detrás de los montes de occidente y da vida a todas las gotas de agua que quedaron prisioneras entre las ramas. Golondrinas y palomas jugueteando cruzan el aire limpio y en el ramaje, pájaros de todas clases trinan, cantan y ríen.

"El calor se acabó. Esta es la mejor estación. Rica y hermosa. Como la edad madura. ¿No es así, Maestro?"

"Hermosa... sí..." pero se nota que Jesús está lejos con su pensamiento.

Bartolomé lo mira... luego pregunta: "¿En qué estás pensando? ¿En lo que vas a decir hoy en la sinagoga?"

"No. Pienso que los enfermos me esperan. Vamos los dos a curarlos."

"¿Nosotros dos?"

"Simón, Andrés, Santiago y Juan fueron a sacar las nasas que Tomás puso previendo nuestro regreso. Los otros están durmiendo. Vamos nosotros dos."

 

Jesús y Bartolomé van junto a los enfermos a curarlos

 

Bajan dirigiéndose a la campiña, a las casuchas que hay aquí y allí entre hortalizas, entre campos, en busca de enfermos que se han acogido a las casas de pobres, siempre hospitalarios. No falta quien corra delante, al adivinar a dónde va el Maestro, y no falta quien le diga: "Espera aquí, en mi huerto. Te los traeremos aquí..."

Y en poco tiempo, de diversas partes, como aguas de riachuelos que se juntan en un solo charco, llegan los enfermos o los traen cargando a donde está el que los puede curar.

Los milagros se realizan. Jesús se despide, diciendo: "No digáis, si se os pregunta, que quién os curó. Volved a las casas donde estabais antes. Este discípulo mío, antes de que anochezca llevará socorro a los más pobres."

"Si. No digáis. Le haríais un mal. Recordad que es sábado y que muchos lo odian" les encarece Bartolomé.

"No haremos ningún mal a quien nos ha hecho el bien. Lo diremos a los de nuestras tierras, sin decir en qué día fuimos curados" dice uno que antes era paralítico.

"Me parece que sería mejor que nos fuésemos por la campiña hasta que atardezca. Los fariseos saben dónde estábamos hospedados y podrían venir a ver..." dice uno que antes estaba enfermo de los ojos.

"Dices bien, Isaac. Ayer pedíamos muchas, muchas cosas. Pensarán que cansados de esperar nos fuimos antes del crepúsculo."

"Pero ayer en la tarde nos vio el apóstol" dice uno que era ciego.

"¿No era acaso el que habló?"

"No. Era un hermano del Señor. No nos traicionará."

"Decidme sólo a dónde os vais para poder encontraros cuando venga" dice Bartolomé.

Los enfermos hablan entre sí. algunos querrían ir en dirección de Corozaín, otros en la de Mágdala. Se vuelven a Jesús. El dice: "Id por los campos que hay en el camino que lleva a Mágdala. Seguid el segundo arroyo, y luego encontraréis una casa. Id allá y decid: "Nos manda Jesús". Os acogerán como a hermanos. Id y Dios esté con vosotros y vosotros con Dios, no pecando en lo futuro."

Jesús regresa, pero no por el mismo camino que lo trajo, sino dando una vuelta entre las hortalizas, y que lo lleva al manantial cercano al lago, manantial que las mujeres han tomado por asalto para proveerse de agua mientras está fresca y el sol no muy arriba.

"¡El Rabbí! ¡El Rabbí!"

Es un acudir de mujeres, de niños y hasta de hombres, viejos ya en su mayoría, y que en el sábado no tienen nada qué hacer.

"Una palabra, Maestro, para que este día sea un día de contento." dice un viejo que trae de la mano a un niño, tal vez su bisnieto, porque si el viejo tiene casi de seguro cien años, el niño no tendrá más de seis.

"Sí. Contenta al viejo Leví, y a nosotros con él."

 

"Este día Jairo os va a hablar. Yo seré uno de sus oyentes.

 Tenéis un sinagogo sabio..."

 

"Este día Jairo os va a hablar. Yo seré uno de sus oyentes. Tenéis un sinagogo sabio..."

"¿Por qué dices eso, Maestro? Tú eres el sinagogo de los sinagogos, el Maestro de Israel. no conocemos a nadie otro más que a Ti."

"No está bien. Los sinagogos están para que sean vuestros maestros, para encargarse del culto entre vosotros, dándoos ejemplo para que seáis unos fieles israelitas. Los sinagogos existirán aun cuando ya no viva Yo. Tendrán otro nombre, lo mismo las ceremonias, pero siempre serán los ministros del culto. Debéis amarlos y rogar por ellos. Porque donde hay un buen sinagogo, los fieles son buenos, y por lo tanto allí está Dios."

"Lo haremos, pero háblanos ahora. Nos dijeron que estás a punto de abandonarnos..."

"Tengo muchas ovejas esparcidas por Palestina. Todas esperan a su Pastor. Sin embargo tenéis discípulos siempre más numerosos y capacitados..."

"Tienes razón. Pero lo que dices podemos mejor captarlo nosotros que somos unos ignorantes."

"Qué os diré..."

"Jesús, te anduvimos buscando por todas partes" grita José de Alfeo que junto con su hermano Simón y un grupo de fariseos acaba de llegar.

"¿Y dónde puede estar el Hijo del hombre si no entre los pequeños y sencillos de corazón? ¿Me buscabais para algo? Aquí estoy. Pero dejadme que antes les diga a estos unas cuantas palabras...

Escuchadme. Alguien os dijo que estoy para dejaros. Es verdad. No lo puedo negar. Pero antes de que os deje, os doy esta orden: cuidaos mutuamente para conoceros mejor; acercaos siempre más a la Luz para que nos podamos ver mutuamente. Mi palabra es Luz. Conservadla en vosotros y cuando a su luz descubráis manchas o sombras. Arrojadas de vuestro corazón. Lo que erais antes de que os conociese, no debéis serlo más. Debéis ser mejores porque ahora sabéis mucho más.

 

Antes estabais como sumergidos en un crepúsculo, 

ahora veis la Luz en vosotros. Jesús les hace la comparación

 del cielo cuando el alba lo ilumina

 a cuando está el sol en su apogeo

 

Antes estabais como sumergidos en un crepúsculo, ahora veis la Luz en vosotros. Debéis, pues, ser hijos de la Luz. Mirad el cielo por la mañana, cuando el alba lo ilumina: puede parecer sereno tan sólo porque no hay nubes que amenacen tempestad, ni lo perturben; pero cuando la luz aumenta y la fuerte claridad del sol se asoma en el oriente, entonces sí que nos sorprendemos de ver manchas rojizas en el cielo azul. ¿Qué son? ¡Oh! nubecillas, tan leves que parecía que no estaban allí, porque la luz apenas si era fuerte, pero ahora que el sol da en ellas, parecen como espuma ligera en el campo del cielo. Y estarán allí hasta que el sol las disuelva, las haga desaparecer con su fulgor.

Haced lo mismo con vuestra alma. Llevadla siempre lo más cerca posible a la luz para descubrir cualquier niebla, aun la más leve, y ponedla baja el gran sol de la caridad. Esta acabará  con vuestras imperfecciones como el sol evapora la humedad ligera que se condensa en las nubecillas tan transparentes que el sol disipa al asomarse la bella aurora. Si permanecéis en la Caridad, ésta obrará en vosotros continuos prodigios. Idos ahora y sed buenos..."

Se despide de ellos. Va a donde están sus dos primos a quienes besa después de haber hecho profundas inclinaciones a los fariseos que están presentes, entre los que está Simón el fariseo de Cafarnaum. Los otros son caras nuevas.

"Te buscamos más bien por estos, que porque nosotros te necesitásemos. Fueron a buscarte a Nazaret y entonces..."

"La paz sea con vosotros. ¿Qué queríais?"

"Nada. Tan sólo verte. No más. Escucharte. Oír la sabiduría de tus palabras..."

"¿Estás solo?"

"También para darte algún consejo sincero... Eres muy bueno y el pueblo abusa de tu bondad. Este puesto no es bueno. Lo sabes. ¿Por qué no maldices a los pecadores?"

"Porque el Padre me ordena que salve, no que haga perecer."

"Vas derecho a la ruina..."

"No importa. No puedo dejar de cumplir las órdenes del Altísimo por algo humanamente útil."

 

se anda diciendo a media voz que consientes al pueblo para

 que te pueda servir en caso de sedición. Vinimos a

 preguntarte si es verdad. 

 

Pero voy a responderos a vosotros y a quien os envió 

 

"Y si... Sabes... se anda diciendo a media voz que consientes al pueblo para que te pueda servir en caso de sedición. Vinimos a preguntarte si es verdad." 

"¿Vinisteis porque así pensabais o porque alguien os envió?" 

"Para el caso es lo mismo."

"No. Pero voy a responderos a vosotros y a quien os envió que el agua que sale de mi cubo es agua de paz, que la semilla que esparzo es semilla de abnegación. Yo podo las altas ramas. Estoy pronto a arrancar las malas plantas, para que no dañen a las buenas, en el caso de que no acepten el injerto. Pero lo que llamo Yo "bueno" no es lo que vosotros llamáis con tal nombre. Porque Yo digo que la obediencia es buena lo mismo que la pobreza, la abnegación, la humildad, la caridad que se abaja a todo lo que es despreciable y es compasiva con todo. No tengáis miedo de nadie. El Hijo del hombre no ambiciona el poder de los hombres; sino que da fuerza a los espíritus. Id a decir que el Cordero jamás será un lobo."

"¿Qué quieres decir? Tú nos comprendes mal, o nosotros somos los que no te comprendemos bien."

"No. Yo y vosotros nos comprendemos muy bien..."

"Entonces, ¿sabes por qué vinimos?"

"Sí, para decirme que no debo hablar a las multitudes. Pero no pensáis que no podéis prohibirme entrar como cualquier israelita a donde se leen y se explican las Escrituras y donde cualquier circunciso tiene el derecho de hablar."

"¿Quién te lo dijo? Jairo ¿no es verdad? Lo diremos."

"Aun no he visto a Jairo."

"Mientes."

"Yo soy la Verdad."

Un hombre de entre la multitud que ha vuelto a formarse, grita: "El no miente. Jairo partió ayer antes del crepúsculo con su mujer y su hija. Las llevó, dejando aquí a su asistente, a las casa de su madre que muere y no regresará sino después de las purificaciones."

Los fariseos no tienen la satisfacción de poder decir que Jesús ha mentido, pero sí la de saber que le falta su mejor amigo en Cafarnaum. Se miran entre sí. Es toda una mímica de miradas.

 

José de Alfeo, el hijo mayor de la familia, cree que es su

 obligación salir a la defensa de Jesús 

y se vuelve a Simón el fariseo

 

José de Alfeo, el hijo mayor de la familia, cree que es su obligación salir a la defensa de Jesús y se vuelve a Simón el fariseo diciéndole: "Me has honrado al haber querido partir conmigo el pan y comer la sal, y el Altísimo tendrá cuenta de este honor que das a los descendientes de David. Tú has sido para mí un hombre bueno. Estos fariseos acusan a este hermano mío. Ayer me dijeron a mí, como cabeza de la familia, que su único dolor era que Jesús despreciaba la Judea, porque siendo el Mesías de Israel tenía la obligación de amar y evangelizar por igual a todo Israel. Juzgué que tenían razón y que lo diría a mi hermano. Pero ¿por qué hablan así ahora? Al menos que digan el porqué no debe de hablar. No veo en qué cosa diga algo contra la Ley y las Escrituras. Decid el porqué y yo persuadiré a Jesús a que hable de modo diferente."

"Tienes toda la razón. Responded a José..." dice Simón el fariseo. "¿Ha dicho acaso Jesús cosas... sacrílegas?"

"No. Pero el Sanedrín lo acusa de dividir, de querer dividir la Nación. El Rey debe ser de Israel, no sólo de Galilea."

"Toda la Patria es querida, y en medio de ella la "patria chica". Su amor por la Galilea no es una cosa tan grave que merezca castigo. Por lo demás nosotros somos descendientes de David, y por lo tanto..."

"Ven, pues, a Judea. No nos desprecies."

"¿Los oyes? Esto es una honra para ti y para la familia" dice medio severo, medio presumido José.

"Estoy oyendo."

"Te aconsejo que les cumplas su deseo. Se trata de una cosa buena y que honra. Dices que quieres paz. Pon, pues, fin a la rencilla que hay entre ambas partes, puesto que de un confín al otro eres amado. ¡Oh, ciertamente que lo hará! Os lo aseguro, pues sé que es obediente con sus mayores."

 

"Está dicho: "No hay nadie mayor que Yo. 

No hay delante de Mí otro dios".

 

 Obedeceré siempre a lo que Dios quiera."

 

"Está dicho: "No hay nadie mayor que Yo. No hay delante de Mí otro dios". Obedeceré siempre a lo que Dios quiera."

"¿Lo habéis oído? Id, pues tranquilos."

"Lo hemos oído. Pero, José, antes de partir queremos oír qué significa para El lo que Dios quiere."

"Lo que Dios quiere es que haga Yo su voluntad."

"¿Cuál? Dila."

"Que junte las ovejas de Israel en un solo rebaño. Y lo haré."

"Contamos con tus palabras."

"Haréis bien. Dios esté con vosotros." Jesús vuelve sus espaldas al grupo de los fariseos y se va a donde está hospedado.

 

Jesús y José de Alfeo hablan entre sí

 

José, su primo, se pone a su lado, medio contento, medio disgustado, y con aire de protector le hace notar que si supiera sobrellevarlos (como él lo hace), que si se apoyase en los parientes (como afortunadamente hoy ha sucedido),  que recuerde que si tiene derecho al trono (como descendiente de David)  así sucesivamente, también los fariseos serían buenos amigos.

Jesús lo interrumpe: "¿Lo crees tú? ¿Crees a sus palabras? En verdad, el orgullo y la lisonja son capaces de echar una tela sobre la mirada más perspicaz."

"Pero... yo les daría gusto. No puedes exigir que te lleven en triunfo, en medio de "vivas", de un momento a otro... Los debes conquistar... Un poco de humildad, Jesús. Un poco de paciencia. La honra merece algún sacrificio..."

"¡Basta! Tú hablas como uno de ellos y peor todavía. Dios te perdone, y te dé luz, hermano. Pero sepárate de Mí porque me causas dolor. Y a tu madre, a tus hermanos, a mi Madre no des ninguno de estos consejos necios."

"¡Te quieres perder! Eres causa de nuestra ruina y de la tuya."

"¿Por qué viniste si siempre eres el mismo? Todavía no he padecido por ti. Pero lo haré. Y entonces..."

José se va inquieto.

"Le has causado disgusto... Es como nuestro padre, sabes. Es el viejo israelita..." le dice en voz baja Simón.

"Cuando llegue a comprender, verá que mis acciones que ahora le disgustan, eran santas..."

 

Jesús ordena a Pedro: "Procura que la barca esté pronta al

 atardecer. Acompañaremos hasta Tiberíades 

a las dos Marías  y Simón las acompañará a casa.

 

Están ya a la puerta de la casa. Entran. Jesús ordena a Pedro: "Procura que la barca esté pronta al atardecer. Acompañaremos hasta Tiberíades a las dos Marías y Simón las acompañará a casa. Mateo y tus compañeros pescadores irán contigo. Los otros se quedarán aquí a esperarnos."

Pedro llama aparte a Jesús y le dice: "¿Y si llega el de Antioquia? Lo digo por Judas, no por otra cosa..."

"Tu Maestro te dice que lo encontraremos en el muelle de Tiberíades."

"¡Ah, entonces!" y con voz fuerte: "La barca está pronta."

"Madre, sube conmigo. Estaremos juntos estas horas."

María lo sigue sin decir nada. Suben a la habitación de arriba, que está fresca con sombra que le brinda la vid que la cubre, y con la de las mantas que han puesto.

"¿Te vas, Jesús mío?" María está muy pálida.

"Sí. Ya es tiempo."

"¿No puedo ir a los Tabernáculos, Hijo mío?..." María llora.

"Mamá, ¿por qué? ¡No es la primera vez que nos separamos!"

 

María pide a Jesús que le prometa algo

 

"No lo es, tienes razón. Pero... ¡Oh! recuerdo lo que me dijiste en el bosque cerca de Gamala... ¡Hijo mío! Perdona a una pobre mujer. Te obedeceré... Yo, con la ayuda de Dios, seré fuerte... Pero quiero que me prometas algo..."

"¿Qué cosa, Madre mía?"

"Que no me ocultarás la hora terrible. No por piedad, ni por desconfianza de mí... Sería muy grande el dolor... y muy grande la tortura... Dolor porque... lo sabría todo de improviso, y me lo diría quien no me ama como Tú amas a esta pobrecita Madre tuya... Y sería una tortura si pensase que en el momento en que estoy hilando, o tejiendo, o dando de comer a los palomos, tú, mi Hijo, estuvieses muriendo..."

"No te preocupes, Mamá. Lo sabrás... Pero este no es el último adiós. Nos volveremos a ver..."

"¿De veras?"

"Sí. Nos volveremos a ver."

"¿Y me dirás: "Voy a consumar el Sacrificio"? Oh..."

"No diré así. Pero lo comprenderás... Y luego vendrá la paz. Mucha paz... Piensa en esto: piensa en haber hecho todo lo que Dios ha querido de nosotros, sus hijos, para el bien de todos sus otros hijos. Mucha paz... La paz del amor perfecto..."

La ha atraído sobre su corazón y así la tiene sobre su brazo. El es mucho más alto y muy fuerte. Ella más pequeña de estatura, con ese tinte de juventud que pinta su rostro de virgen, que mana de la eterna juventud de su corazón inmaculado. Y ella, heroica repite: "Sí, sí. Lo que Dios quiere..."

No se oye ninguna palabra más. Los dos Perfectos consuman el sacrificio de la obediencia más difícil. No se ve ni siquiera una lágrima. Ni siquiera se dan el beso materno y filial. Son sólo Dos que aman perfectamente y depositan a los pies de Dios su amor.

VIII. 172-179

A. M. D. G.