"LOS QUE ME AMAN SE VAN"

 


 

#Se van en barca cerca de Betabara   

#Persecuciones tras persecuciones. Es mejor quedarse en la ciudad   

#Para mi dolor me basta vuestro amor... Por lo que respecta al odio... no hay más que soportarlo... Es una cosa que termina con la vida terrena...  

#Mi madre está sola y ha de llorar. Tú vas a ir le dirás que le mando saludar y que la espero para después de las Encenias. No añadirás otra cosa, Marziam.  

 #El primer pecado que debes prometerme que no cometerás es el de desobediencia.   

#Todo cerrado... El cancel está bien amarrado y asegurado. Mira, hasta hay un grueso clavo. Las ventanas están cerradas 

  #"Ha muerto... Ananías ha muerto... no se puede entrar en la casa porque todavía no está purificada...  

 #Los que me aman se van y se quedan los que me odian... ¡Padre mío, hágase siempre tu voluntad! ¡Siempre sea bendita!..."

 


 

 

Se van en barca cerca de Betabara

 

"Alzaos y partamos. Vamos de nuevo al río y busquemos una barca. Pedro, ve con Santiago. Que nos lleve hasta cerca de Betabara. Nos quedaremos un día en casa de Salomón y luego..."

"¿Ya no vamos a Nazaret?"

"No. Lo pensé, anoche. Me desagrada por vosotros. Pero debo regresar."

"¡Soy feliz!" exclama Marziam. "¡Estaré todavía contigo!"

"Sí, aunque, pobre niño, te encontrarás con días muy tristes al estar a mi lado."

"Por esto quiero quedarme contigo, para darte cariño. Es lo único que quiero. No pido más."

Jesús lo besa en la frente.

"¿Volvemos a pasar por Betabara?" pregunta Mateo.

"No. Atravesamos el río con la barca de algún pescador."

Regresan Pedro y Santiago. "Ni una barca, Maestro, hasta el atardecer... Y ... ¿debo decirlo?"

"Dilo."

"Pasaron algunos por aquí... Debieron haber pagado bien o haber hecho fuertes amenazas... No creo que ni en la noche encontrarás barca alguna... Son despiadados..." Pedro lanza un suspiro.

"No importa. Pongámonos en camino... y el Señor nos ayudará."

La estación es mala. Llueve. Hay lodo. El camino está cenagoso, pero continúan su camino por el estrecho espacio que hay al lado de la vía, que está menos cenagoso, donde la lluvia, que continúa, es menor, gracias a una hilera de álamos que defienden por un tiempo, hasta que el viento no sacude sus ramas y el agua cae en abundancia.

"¡Qué le hemos de hacer! ¡Es la temporada!" dice filosóficamente Tomás levantándose el vestido.

"¡Es el tiempo!" repite Bartolomé y suspira.

"Ya nos secaremos en alguna parte. No todos... están contra de nosotros" dice Pedro.

"Siempre habrá oportunidad de encontrar una barca... ¡No siempre habrá mala suerte!" añade Santiago de Alfeo.

"Si tuviésemos mucho dinero, se tendría todo. Pero no quiso que fuese yo a Jericó para vender" dice Judas de Keriot.

"Cállate. Te lo ruego. El Maestro está muy afligido. Cállate" suplica Juan.

"Me callo. Hasta me alegro de sus órdenes. Así no se podrá decir que yo envié a aquellos saduceos de Jericó"  mira a Pedro. Este que está distraído, no responde.

Caminan, siguen caminando bajo la llovizna, que se desprende de un cielo grisáceo. De vez en vez hablan entre sí, pero más bien parece que hablen consigo mismos, pues las palabras parecen conclusiones de un diálogo con un  interlocutor invisible.

"Tendremos que detenernos en algún lugar."

"Todo es igual, porque por todas partes llegan ésos."

 

Persecuciones tras persecuciones. 

Es mejor quedarse en la ciudad

 

"Persecuciones tras persecuciones. Es mejor quedarse en la ciudad. Al menos no se moja uno."

"¿A dónde querrán llegar?"

"¡Pobre María! ¡Si supiese esto!"

"¡Que el Dios Altísimo proteja a sus siervos!" y así de este modo hablan... Luego se juntan, discuten en voz baja.

Jesús va adelante, solo... ¡Solo! Después se le unen Marziam y Zelote.

"Los otros han bajado hacia la arena, para ver si hay alguna barca... Se avanzaría más rápido. ¿Nos permites que vengamos contigo?"

"¡Oh, sí! ¿De qué veníais hablando antes?"

"De lo que sufre."

"Y del odio de los hombres. ¿Qué cosa podemos hacer para consolarte y para detener este odio" pregunta Zelote.

 

Para mi dolor me basta vuestro amor... Por lo que respecta 

al odio... no hay más que soportarlo... 

Es una cosa que termina con la vida terrena... 

 

"Para mi dolor me basta vuestro amor... Por lo que respecta al odio... no hay más que soportarlo... Es una cosa que termina con la vida terrena... y este pensamiento brinda paciencia y fortaleza para soportarlo. ¡Marziam! ¡Muchacho! ¿Por qué estás turbado?"

"Porque esto me trae al recuerdo la figura de Doras..."

"Tienes razón. Es tiempo de que te envíe a casa..."

"¡No, Jesús, no! ¿Por qué quieres castigarme de un mal que no cometí?"

"No quiero castigarte, sino defenderte... No quiero que recuerdes a Doras. ¿Qué cosa surge en tu mente ante tal recuerdo? Dímelo..."

Marziam llora con la cabeza inclinada, luego levanta su cara y dice: "Tienes razón. Mi corazón no es capaz de ver y perdonar, todavía no lo es. Pero, ¿por qué me alejas? Si Tú sufres, con mayor razón debo estar cerca de ti. ¡Siempre me has consolado Tú! Ya no soy el niño necio que el año pasado te decía: "No me hagas ver que sufres". Soy un hombre en verdad, ahora. ¡Deja que me quede, Señor! ¡Díselo, Simón!"

"El Maestro sabe lo que es bueno para nosotros. Tal vez... El quiere darte un encargo... No lo sé... Dije lo que pensaba..."

 

Mi madre está sola y ha de llorar. Tú vas a ir  le dirás 

que le mando saludar y que la espero para después 

de las Encenias. No añadirás otra cosa, Marziam.

 

"Dijiste bien. Lo hubiera tenido conmigo hasta después de las Encenias con mucho gusto, pero... mi Madre está sola allá. El rumor del odio es muy grande. Podría llenarse de miedo más de lo que es necesario. Mi madre está sola y ha de llorar. Tú vas a ir  le dirás que le mando saludar y que la espero para después de las Encenias. No añadirás otra cosa, Marziam."

"¿Y si me pregunta?"

"Oh, puedes decir sin mentir... que la vida de su Jesús es como este cielo de etamín. Nubecillas y lluvia, y de vez en vez alguna que otra tempestad, pero que no deja de haber días con sol. Como ayer, como tal vez mañana. Callar no es mentir. Le referirás los milagros que has visto. Le dirás que Elisa está conmigo. Que Ananías me ha acogido cual un padre. Que en Nobe estuve en casa de un buen israelita. Lo demás... Sobre lo demás habrá silencio. Y luego irás a ver a Porfiria, y estarás allí hasta que te mande llamar."

Marziam llora fuertemente.

"¿Por qué lloras así? ¿No estás contento de ir a la casa de María? Ayer sí que estaba..." dice Simón.

"Ayer sí, porque íbamos todos. Pero lloro por el temor de no volverte a ver más... ¡Señor, Señor, jamás volveré a tener días felices como estos en que he estado contigo!"

"Nos volveremos a ver, Marziam. Te lo prometo."

"¿Cuándo? No antes de Pascua. ¡Falta mucho tiempo!" Jesús guarda silencio. "¿De veras que no me quieres antes de la Pascua?"

Jesús pone un brazo sobre sus flacas espaldas y lo atrae hacia Sí. "¿Por qué quieres saber el futuro? Estemos en el día de hoy. Mañana no lo estaremos. El hombre, aun el más rico y poderoso, no puede añadir un día a su vida. Como todo el futuro, está en manos de Dios..."

"Para Pascua debo ir al Templo. Soy israelita. No puedes hacerme pecar."

 

El primer pecado que debes prometerme que no cometerás 

es el de desobediencia.

 

"No cometerás ningún pecado. El primer pecado que debes prometerme que no cometerás es el de desobediencia. Obedecerás y siempre. Ahora a Mí, después a quien habla en mi Nombre. ¿Me lo prometes? Recuerda que Yo, tu Maestro y Dios, he obedecido a mi Padre y lo obedeceré hasta el fin... de mis días." Jesús toma un aire grave al decir estas últimas palabras.

Marziam, como fascinado al verlo, dice: "Obedeceré. Lo juro. Delante de Ti y del Dios eterno."

Un silencio. Luego Zelote pregunta: "¿Va ir sólo?"

"No. Con los discípulos. Encontraremos otros además de Isaac."

"¿Mandas también a Isaac a Galilea?"

"Sí. Regresará con mi Madre."

Llaman desde el río. Los tres se separan, atraviesan el camino y se acercan al río.

"Mira, Maestro. Hemos encontrado. Y no quieren nada. Son familiares de uno que curaste. Acarrean arena a aquel poblado. Hay que ir hasta allá a pie, luego nos toman."

"Que Dios se lo pague. Esta noche estaremos en casa de Ananías.

Pedro, contento, sube al camino y ve que Marziam está afligido.  "¿Qué te pasa? ¿Qué hiciste?"

"Nada malo, Simón. Le dije que cuando lleguemos al primer lugar donde encontraremos a unos discípulos, le diré que vaya a casa. Él se ha entristecido con ello."

"A casa... ¡Bueno!... Ya es justo... La estación..." reflexiona Pedro. Luego mira a Jesús y le tira de la manga haciéndole inclinarse hasta cerca de su boca. Le habla al oído: "Maestro, pero ¿por qué lo mandas sin esperar..."

"Por la estación, como tú mismo has dicho."

"¿Y luego?"

"Simón, no quiero mentirte. Porque es bueno para Marziam que se vaya y no se envenene su corazón..."

"Tienes razón, Maestro. Que se envenene su corazón... Es lo que puede suceder en lo futuro..." Levanta su voz: "El Maestro tiene mucha razón. Irás... y nos veremos en Pascua. No tarda mucho. Pasado Casleu...¡Oh, en un santiamén ha llegado el bello nisam! ¡Sí, claro! Tiene mucha razón... " La voz de Pedro es segura. Repite lentamente pero con tristeza: "Tiene mucha razón..." y hablando consigo mismo: "¿Qué habrá pasado de aquí a nisam?" Se golpea la frente con ademán de tristeza.

Continúan caminando en este día húmedo. Torna a llover cuando, llenos de lodo hasta las rodillas, suben a cinco barquichuelas cargadas de arena, y que vuelven a bajar siguiendo la corriente. Llovizna. Al caer las goticas sobre la superficie tranquila del río que refleja un cielo de nubes grises, forman circulitos que se alargan, que se alargan cada vez como un juego de perlas sin fin.

Parece un lugar desierto. Sobre las calzadas, en las insignificantes aldeas, no se ve ser viviente. La lluvia hace que se cierren las casas, que los caminos estén solitarios, de modo que cuando al atardecer desembarcan donde vive Salomón, encuentran todo silencioso y sin nadie en el camino. Llegan a la casa sin ser vistos. llaman. Nada. Sólo el arrullo de las palomas, el balido de las ovejitas y el ruido de la lluvia.

"No hay nadie. ¿Qué hacemos?"

"Id a las casas del poblado, a la del pequeño Miguel en primer lugar" ordena Jesús.

Y mientras los apóstoles más jóvenes se van prestos, Jesús con los de mayor edad se queda cerca de la casa, observan y hacen comentarios.

 

Todo cerrado... El cancel está bien amarrado y asegurado.

 Mira, hasta hay un grueso clavo. Las ventanas están cerradas

 

 "Ha muerto... Ananías ha muerto... no se puede entrar 

en la casa porque todavía no está purificada...

 

"Todo cerrado... El cancel está bien amarrado y asegurado. Mira, hasta hay un grueso clavo. Las ventanas están cerradas. ¡Qué tristeza! Y parece como si se quejaran los palomos y las ovejuelas. ¿No estará enfermo? ¿Qué piensas, Maestro?"

Jesús mueve la cabeza. Está cansado y triste...

Regresan corriendo los apóstoles. Andrés, el primero en llegar, grita cuando todavía está a unos cuantos metros: "Ha muerto... Ananías ha muerto... no se puede entrar en la casa porque todavía no está purificada... Hace pocas horas que lo enterraron... Si hubiéramos podido venir ayer... Ahora viene la mujer, la madre de Miguel."

"¿Pero qué cosa nos persigue?" prorrumpe Bartolomé.

"¡Pobre viejo! ¡Se sentía tan feliz! ¡Estaba también! ¡Pero cómo! ¿Cuándo enfermó?" todos hablan al mismo tiempo.

Llega la mujer y sin acercarse dice: "Señor, la paz sea contigo. Mi casa está abierta para Ti. Pero... yo no sé... Preparé el cadáver. Por eso no me acerco. Te puedo señalar casas que os pueden acoger."

"Está bien, mujer. Dios te lo pague y a quien tiene piedad de los viajeros... ¿Cómo murió?"

"No lo sé. No estaba enfermo. Antier estaba bien. Sí, estaba bien. Miguel había venido en la mañana a traer las dos ovejas para juntarlas con las nuestras. Se había pensado en ello. Yo le traje a la hora de sexta (Las horas de prima, tercia, sexta, y nona corresponden respectivamente más o menos a nuestras horas de 7, 9, 12 y 3 de la tarde) sus vestidos que le había lavado. Estaba a la mesa comiendo, completamente sano. Por la tarde Miguel trajo las ovejas y les dio a beber, él le regaló dos tortas de pan que había hecho. Ayer por la mañana, mi hijo vino por las ovejas. Todo estaba cerrado como ahora y nadie respondió a sus gritos. Empujó el cancel, pero no logró abrirlo. Estaba bien cerrado. Miguel se espantó y corrió a verme. Yo y mi marido vinimos corriendo con otros. Abrimos el cancel, llamamos a la cocina... forzamos la puerta... Estaba todavía sentado junto al horno con la cabeza reclinada sobre la mesa, con la lámpara todavía cerca, pero apagada como él, un cuchillo pequeño a sus pies, una escudilla de madera, medio labrada... La muerte lo sorprendió en esta posición... Sonreía... Estaba en paz... ¡Oh, qué cara de justo tenía! Parecía hasta más hermoso... Yo... Poco era lo que lo atendía... pero le había cobrado cariño... y lloro..."

"Está en paz. Lo has dicho. ¡No llores! ¿Dónde lo pusisteis?"

"Sabíamos que lo amabas mucho  por eso lo pusimos en el sepulcro que Leví se hizo hace poco. El único, porque Leví es rico. Nosotros no lo somos. Allá al fondo, al otro lado del camino. Ahora, si quieres, purificaremos todo y..."

"Sí. Te llevarás las ovejas y los palomos y lo demás guárdalo para Mí y mis amigos, para que pueda venir algunas veces a quedarme. Dios te bendiga, mujer. Vamos al sepulcro."

"¿Lo quieres resucitar?" pregunta sorprendido Tomás.

"No. No sería un placer para él. Allí donde está, se encuentra más feliz. Lo deseaba tanto..."

Pero Jesús está muy abatido, parece como si todo se juntase para aumentar su tristeza. En las puertas de las casas las mujeres miran y saludan haciendo comentarios.

 

Los que me aman se van y se quedan los que me odian... 

¡Padre mío, hágase siempre tu voluntad! 

¡Siempre sea bendita!..."

 

Llegan pronto al sepulcro: un pequeño cubo construido recientemente. Jesús ora cerca de él. Luego se vuelve con lágrimas en los ojos y dice: "Vámonos... a las casas del poblado... En nuestra casita no hay ya nadie que nos espere para bendecirnos... ¡Padre mío!... La soledad envuelve a tu Hijo, el vacío se va haciendo cada vez más extenso y más tenebroso. Los que me aman se van y se quedan los que me odian... ¡Padre mío, hágase siempre tu voluntad! ¡Siempre sea bendita!..."

Vuelven al poblado, y dos aquí, tres allá, entran en las casas de los que no han tocado el cadáver, para buscar refugio y descanso.

IX. 459-464

A. M. D. G.