LA CURACIÓN 

DEL CIEGO DE NACIMIENTO

 


 

#"Ni él ni sus padres pecaron más de lo que cualquiera peca, o quizás menos. La pobreza frecuentemente es un freno en el pecar. Si él nació así es para que una vez más se muestren en él el poder y las obras de Dios. Yo soy la Luz que vino al mundo   

#Ve y tráeme al ciego aquí Jesús ha escupido sobre un puñado de tierra y con el dedo está mezclando su saliva, formando así una bolita de lodo Jesús se la coloca en los índices   

#El ciego recobra la vista y admira la belleza de la creación   

#un escriba, un sacerdote y otro y tratan de entrar en la casa rodeada de gente "Que cómo se me abrieron los ojos Ese hombre que se llama Jesús me embadurnó los ojos con tierra mojada y me dijo: "Ve a lavarte en la fuente de Siloé." Fui, me lavé, se me abrieron los ojos y vi."  

 #Decid a ese hombre que salga. Queremos interrogarlo" gritan los cinco   

#Forzado sigue a los interrogadores que lo llevan al Templo   

#José de Arimatea habla a la multitud   

#José, con sus elegantes vestidos, pone una mano sobre la espalda del joven y se ponen en camino   

#José guía al joven a una sala, no al Sanedrín, donde hay muchos fariseos y escribas. José entra y con él Bartolmai y los cinco   

#"Honrar el sábado con un milagro es gracia de Dios y de su bondad. Es su día. ¿No podrá el Omnipotente celebrarlo con un milagro que haga brillar su poder?"  

 #"¿Tú qué dices del que te abrió los ojos?" "Para mí es un profeta. Más grande que Elías que resucitó al hijo de la viuda de Sarepta. Porque Elías hizo volver el alma al cuerpo del niño. Pero este Jesús me ha dado lo que yo nunca había perdido, porque nunca lo había tenido: la vista.   

#Corred a llamar al ciego. Traedlo nuevamente aquí. Que vayan otros a la casa de sus padres y que los traigan aquí" aúlla Elquías

 


 

Jesús sale junto con sus apóstoles y José de Séforis en dirección a la sinagoga. El cielo límpido y sereno, como promesa de primavera, después de varios días de ventarrones fríos y nubes, alegra la tierra. Se ve, pues, a muchos jerosolimitanos por las calles. Algunos van a las sinagogas, otras regresan ya de ellas o de otros lugares; algunos con sus familias que piensan salir de la ciudad para recrearse con el sol y con la campiña. Se ve que sale gente por la puerta de Herodes, que se divisa desde la casa de José de Séforis, y que se dirige más allá de las murallas para dar un paseo por el verde y espacioso campo, fuera de las estrechas casas sumergidas en medio de altos edificios. Me imagino que la especie de parque que había alrededor de Jerusalén lo hicieron por propia iniciativa los ciudadanos, que quisieron juntar el precepto del sábado con su deseo de aire y sol, y no tan sólo en las terrazas de sus casas.

Jesús no se dirige a la puerta de Herodes; más bien dándole las espaldas, hacia el centro de la ciudad. No ha dado más que unos cuantos pasos en la calle más larga, en la que viene parar la callejuela donde está la casa de José de Séforis, que Judas de Keriot le llama la atención para que vea a un joven que avanza en dirección suya, tocando las murallas con un bastón, levantando su cara sin ojos hacia lo alto, a la manera como suelen hacerlo los ciegos. Sus vestidos son pobres, pero limpios. Debe ser muy conocido en Jerusalén porque muchos le dicen desde lejos y otros hasta se le acercan para decirle: "Oye. Hoy equivocaste el camino. Los caminos del Moria están ya detrás. Estás ahora en Bezeta."

"No pido hoy limosna de dinero" responde con una sonrisa, y continúa siempre con esa sonrisa hacia el norte de la ciudad.

"Míralo, Maestro, tiene los párpados pegados. Creo que ni siquiera los tuviera. La frente se une con las mejillas sin huevo alguno, y parece que debajo ellas no estuvieran los globos de los ojos. Ha nacido de infeliz, y así morirá sin haber visto ni siquiera una vez la luz del día, ni la cara de un hombre. Dime, pues, Maestro. Si nació así, ¿no habrá pecado? Pero, ¿cómo pudo haber pecado antes de nacer? ¿Habrán pecado acaso sus padres y Dios los castigó haciendo que él naciese ciego?"

Los demás apóstoles, Isaac y Marziam se estrechan a Jesús para oír su respuesta. Y acelerando el paso, como atraídos por la altura de Jesús, que sobresale, corren dos jerosolimitanos que no visten lujosamente y que han seguido al ciego. Con ellos viene José de Arimatea que no se acerca, sino que aproximándose a un portón de dos gradas, vuelve su mirada tratando de observar a todos.

 

Ni él ni sus padres pecaron más de lo que cualquiera peca, 

o quizás menos. 

 

La pobreza frecuentemente es un freno en el pecar. 

Si él nació así es para que una vez más se muestren en él 

el poder y las obras de Dios. Yo soy la Luz que vino al mundo

 

Jesús responde. Sus palabras repercuten claras en el silencio que le rodea: "Ni él ni sus padres pecaron más de lo que cualquiera peca, o quizás menos. La pobreza frecuentemente es un freno en el pecar. Si él nació así es para que una vez más se muestren en él el poder y las obras de Dios. Yo soy la Luz que vino al mundo para que los que han olvidado a Dios, o perdido su efigie espiritual, la vean y recuerden; y para que los que buscan a Dios, o pertenecen ya a Él, se confirmen en la fe y en el amor. El Padre me envió para que, en el día que todavía se concede a Israel, logre Yo completar el conocimiento de Dios tanto en él como en todo el mundo. Esta es la razón por la que debo realizar las obras que me ordenó, para dar testimonio de que puedo hacer lo que Él puede, porque soy Uno solo con Él. Que el mundo sepa y vea que el Hijo no es desemejante al Padre y crea en Mí por lo que soy. Después vendrá la noche en la que no se puede trabajar, las tinieblas, y quien no tuviere grabadas en sí mi señal y no tuviere la fe en Mí no podrá hacerlo en las tinieblas y en la confusión, dolor, desolación y destrucción que cubrirán estos lugares y los corazones de los hombres quedarán como entorpecidos con la angustia. Pero mientras esté en el mundo, soy su Luz y testimonio, Palabra, Vida, Sabiduría, Poder y Misericordia. Ve y tráeme al ciego aquí." 

 

Ve y tráeme al ciego aquí. Jesús ha escupido sobre un puñado 

de tierra y con el dedo está mezclando su saliva, formando

 así una bolita de lodo Jesús se la coloca en los índices

 

"Ve tú, Andrés. Prefiero quedarme aquí y ver lo que hace el Maestro" dice Judas, señalando a Jesús que se ha inclinado sobre el camino polvoriento, ha escupido sobre un puñado de tierra y con el dedo está mezclando su saliva, formando así una bolita de lodo. Mientras Andrés siempre condescendiente se va a traer al ciego que está para dar vuelta en la callejuela por donde está la casa de José de Séforis, Jesús se la coloca en los índices. Judas se retira de su lugar diciendo a Mateo y Pedro: "Venid aquí, vosotros que sois de poca estatura y veréis mejor." Se pone detrás de todos, como ocultándose detrás de los hijos de Alfeo y de Bartolomé que son altos.

Andrés regresa trayendo de la mano al ciego que no cesa de decir: "No quiero dinero. Déjame ir. Sé dónde está a quien llaman Jesús. Voy a pedirle..."

"Este es Jesús, el que está delante de ti" dice Andrés deteniéndose ante el Maestro.

Contrariamente a lo que suele hacer, Jesús no le pregunta nada al ciego. Le pone inmediatamente el poco de lodo que tiene entre los dedos sobre los párpados cerrados y le dice: "Ahora ve lo más pronto que puedes a la cisterna de Siloé, sin detenerte a hablar con nadie."

El ciego, con los párpados enlodados, se queda por un instante perplejo y abre sus labios como para decir algo, pero los cierra y obedece. Sus primeros pasos son lentos, como los de quien se siente dudoso o desilusionado. Luego se da prisa, tocando con su bastón el muro. Cada vez va más rápido, como lo puede hacer un ciego, tal vez hasta más, como si sintiese que alguien lo guiara...

Los dos jerosolimitanos sarcásticamente se echan a reír sacudiendo su cabeza, y se van. José de Arimatea -y me sorprende lo que hace- los sigue sin saludar siquiera al Maestro, volviendo sobre sus pasos, esto es, en dirección al Templo, de donde había venido. De este modo tanto el ciego como los dos y José de Arimatea se dirigen hacia el sur de la ciudad. Jesús da vuelta hacia el occidente y lo pierdo de vista, porque es voluntad del Señor que siga al ciego y a los que lo siguen.

Pasada Bezeta todos entran en el valle que está entre el monte Moria y Sión -me parece haber oído otras veces que le llaman Tiropeo- lo siguen hasta Ofel, le dan vuelta, salen por el camino que va a la fuente de Siloé y siempre en este orden: primero el ciego a quien muy probablemente todos los de esta parte conocen, luego los otros, finalmente y a cierta distancia, José de Arimatea.

 

El ciego recobra la vista 

y admira la belleza de la creación

 

Este se detiene cerca de una pobre casucha, semioculto por un grupo de bojes que rodea el huertecillo de la casucha. Los dos siguen hasta la fuente y miran que el ciego se acerca cauteloso al vasto estanque, y tocando la pared húmeda tiende una mano hacia dentro y la saca con agua. Se lava los ojos, una, dos, tres veces. A la última aprieta su cara también con la otra mano, dejando caer el bastón y echando un grito como de dolor. Luego aparta lentamente las manos y su grito anterior de dolor se transforma en uno de alegría: "¡Oh, Altísimo! ¡Yo veo!" y se echa a tierra como vencido de la emoción, con las manos apretadas a sus sienes, para que sus ojos, que tienen ansias de ver, no se muevan, ni tampoco sufran al contacto de la luz. Grita: "¡Veo, veo! ¡Esta es, pues, la tierra! ¡Esta la luz! ¡Esta la hierba que conocía sólo por su frescura..." Se pone de pie, e inclinado como uno que lleva un peso, su peso de alegría, va al arroyuelo que arrastra lo demás de agua, lo mira correr parlanchín, alegre, y murmura: "¡Y esta es el agua!... Así la sentía entre los dedos  (mete la mano) fría, que no puede apresarse, pero no la conocía... ¡Qué bella, qué bella! ¡Qué bello es todo!" Levanta su cara y ve un árbol... se acerca, lo toca, extiende una mano, toma una ramita, la mira y ríe, ríe. Se pone la mano sobre la frente y mira el firmamento, el sol, y dos lágrimas bajan por sus virginales párpados abiertos para contemplar el mundo...  Baja los ojos a la hierba donde se balancea un tallo, se ve a sí mismo reflejado en el agua del arroyuelo, se mira y dice: "¡Así soy!" y admirado contempla una tórtola que ha venido a beber un poco más allá, una cabra que arranca las últimas hojas de un rosal silvestre y a una mujer que viene a la fuente con su hijito en el pecho. Aquella mujer le recuerda a su madre, su madre cuya cara no ha conocido, y levantando los brazos al cielo grita: "Te bendigo, ¡oh Altísimo!, por la luz, por mi madre, y por Jesús" y corre, dejando en tierra su bastón que ya no necesita...

Los dos no han esperado a ver esto. Apenas visto que el joven ve, ligeros se fueron a la ciudad.

José por su parte se queda hasta el fin, y cuando el ciego, que ya no lo está, pasa rápido delante de él y entra en el dédalo de callejuelas del suburbio de Ofel, deja su lugar y vuelve sobre sus pasos dirigiéndose a la ciudad, pensativo...

El suburbio de Ofel, siempre lleno de ruido, está ahora en efervescencia. Quién corre a la derecha, quién a la izquierda. Preguntas, respuestas.

"Os habréis equivocado con otro..."

"No. Que te lo digo. Le hablé diciéndole: "¿Eres tú en realidad Sidonia, llamado Bartolomai?" y él me contestó: "Lo soy". Quería preguntarle que qué le había pasado, pero se fue a la carrera."

"¿Dónde está ahora?"

"En casa de su madre con seguridad."

"¿Quién? ¿Quién lo ha visto?" preguntan otros que llegan.

"¡Yo, yo!" responden varios.

"¿Cómo sucedió?"

"... Lo he visto correr sin bastón con dos ojos en la cara y me dije: "Mira, así sería Bartolmai si"..."

"Te digo que todavía tiemblo de emoción. Al entrar gritó: "¡Madre, te veo!". "

"Una gran alegría para sus padres. Ahora podrá ayudar a su padre a ganar el sustento diario..."

"¡Pobre de su madre! Se sintió mal del júbilo. ¡Espera, espera! Había yo ido a que me diese un poco de al y ..."

"Vamos a oírlo..."

José de Arimatea se encuentra en medio de toda esta algazara, y no sé si por curiosidad o por espíritu de imitación, sigue la corriente y va a dar a una vereda cerrada, que de continuar llevaría al Cedrón, donde la gente se amontona apagando con sus voces el rumor de las aguas que arrastra el torrente, y que aumentaron con las lluvias otoñales.

 

un escriba, un sacerdote y otro y tratan de entrar 

en la casa rodeada de gente

 "¿Que cómo se me abrieron los ojos? 

Ese hombre que se llama Jesús me embadurnó los ojos

 con tierra mojada y me dijo: 

"Ve a lavarte en la fuente de Siloé." 

Fui, me lavé, se me abrieron los ojos y vi."

 

José llega cuando, por otro vericueto que desemboca en éste, vienen los dos de antes con otros tres: un escriba, un sacerdote y otro que no puedo identificar por su vestido. Se abren paso con garbo y tratan de entrar en la casa rodeada de gente. La casa consta de una cocina amplia y negra como el carbón. Un ángulo está separado por madera rústica. Más allá hay un lecho y una puerta que da a otra habitación con un lecho más grande. Se ve una puerta abierta en la pared de enfrente y a través de ella un huertecillo de cuantos metros cuadrados. Eso es todo.

El ciego apoyado sobre la mesa responde a quien le pregunta, a toda la gente pero como él, al pueblo insignificante de Jerusalén, al que vive en este barrio, que tal vez es el más pobre de todos. Su madre, de pie junto a él, lo mira y llora secándose las lágrimas con su velo. Su padre, un hombre acabado en el trabajo, se restriega la barba con mano temblorosa.

Es imposible entrar dentro, aun para la autoridad judía. Debe escuchar las respuestas desde fuera.

"¿Que cómo se me abrieron los ojos? Ese hombre que se llama Jesús me embadurnó los ojos con tierra mojada y me dijo: "Ve a lavarte en la fuente de Siloé." Fui, me lavé, se me abrieron los ojos y vi."

"¿Pero cómo hiciste para encontrar al Rabí? Siempre andabas diciendo que eras un infeliz porque nunca lo encontrabas, ni siquiera cuando pasaba por aquí para ir de la casa de Jonás a Getsemaní. Y hoy, ahora que nadie sabe dónde esté..."

"¡Eh! ayer por la tarde vino un discípulo suyo y me dio dos monedas diciéndome: "¿Por qué no tratas de ver?" Le respondí: "He tratado, pero no encuentro nunca a Jesús que hace los milagros. Lo  ando buscando desde que curó a Analía, que es del mismo  barrio. Cuando voy a buscarlo, Él ya no está..." y él me dijo: "Yo soy un apóstol suyo y hace lo que yo digo. Ven mañana a Bezeta y busca la casa de José el galileo, el que vende pescado seco, José de Séforis, cerca de la puerta de Herodes y el arco de la plaza, de la parte oriental, y sabrás que antes o después Él pasará de allá o entrará en casa y yo te señalaré al Maestro". Dije: "Pero mañana es sábado". Quería yo decir que Él no haría nada en sábado. El replicó: "Si quieres curarte, es la oportunidad, porque después abandona la ciudad y no lo encontrarás más". Volví a decir: "Sé que lo persiguen. Lo oí en las puertas de la muralla del Templo, a donde suelo ir a mendigar, y por esto digo que ahora que lo persiguen así, mucho menos me querrá curar en sábado para no ser perseguido". Y él insistió: "Haz lo que te digo y en sábado verás el sol". Yo fui ¿Quien no hubiera ido? ¡Si lo decía un apóstol suyo!. También me dijo: "Yo soy al que más hace caso y he venido a propósito porque me das compasión y porque quiero que brille su poder ahora que lo han despreciado. Tú, ciego de nacimiento, lo harás brillar. Sé lo que me digo. Ven mañana y verás". Fui, pues, y todavía no había llegado a la casa de José, cuando un hombre me tomó por la mano, pero no era la voz del que me había hablado el día anterior. Me dijo: "Ven conmigo, hermano" y yo no quería ir, creía que me quería dar pan y dinero, tal vez algunos vestidos. Le decía que me dejara ir en paz porque sabía yo dónde encontraría a quien llaman Jesús. Él me dijo: "Este es Jesús. Estás delante de Él". Yo no vi nada, porque era ciego. Sentí dos dedos que me tocaban y me ponían tierra mojada aquí y aquí, y oí una voz que me decía: "Ve presto a Siloé y lávate y no hables con nadie". Así lo hice. Pero sentí desconsuelo porque esperaba ver inmediatamente. Casi llegué a creer que se trataba de una burla de jóvenes sin corazón, y ya no quería ir, pero oí dentro algo así como una voz que me decía: "Ten paciencia y obedece". Fui, pues, a la fuente, me lavé y vi." El joven se detiene extático al volver a recordar la alegría que experimentó cuando por vez primera  vio...

 

Decid a ese hombre que salga. Queremos interrogarlo"

 gritan los cinco

 

Decid a ese hombre que salga. Queremos interrogarlo" gritan los cinco.

El joven se abre paso y sale al umbral.

"¿Dónde está el que te curó?"

"No lo sé" dice el joven al que un amigo en voz baja le ha dicho: "Son escribas y sacerdotes."

"¿Cómo que no lo sabe? Decías hace unos instantes que sabías. ¡No mientas a los doctores de la ley y al sacerdote! ¡Ay de quien trata de engañar a los magistrados del pueblo!"

"No engaño a nadie. Aquel discípulo me había dicho: "Está en esa casa" y era verdad porque no estaba lejos de ella cuando me tomaron y me llevaron a donde estaba. Pero en dónde esté ahora, no lo sé. El discípulo me había dicho que partirían. Puede ser que haya salido ya por las puertas."

"¿A dónde se dirigía?"

"¡Yo qué me sé! Se irá a Galilea... pues de la manera como lo tratan aquí..."

"¡Tonto e irrespetuoso! ¡Ten cuidado en hablar así, hez del pueblo! Te pregunté que por qué camino se iba."

"¿Y cómo queréis que lo sepa si estaba yo ciego? ¿Puede un ciego decir a dónde va alguien?"

"Está bien. Síguenos."

"¿A dónde me queréis llevar?"

"A donde los fariseos principales."

"¿Por qué? ¿Qué tienen que ver ellos conmigo? ¿Acaso me curaron para que les vaya a dar las gracias? Cuando era ciego y pedía limosna, jamás mis manos supieron lo que eran sus monedas; jamás mis oídos oyeron una palabra suya de piedad y mi corazón nunca experimentó la menor prueba de su amor. ¿Qué debo decirles? No tengo a nadie otro que darle las "gracias" después de mi padre y madre que por muchos años me han amado a mí que era infeliz, sino a Jesús que me curó, que me ha amado con su corazón, como mis padre lo han hecho. Yo no voy a donde están los fariseos. Me quedo con mi madre y padre. Quiero gozar en ver sus caras, y ellos en ver mis ojos que acaban de nacer, después de aquella primavera de hace muchos años en que nací, pero en que no vi la luz."

"Déjanos de charlatanerías. Ven y síguenos."

"¡Que no voy! ¡Que no voy! ¿Acaso alguno de vosotros secó una lágrima o una gota de sudor de mi madre que se moría por mi desgracia, o de mi padre que moría de cansancio? Ahora puedo hacerlo con mi presencia, ¿y voy a dejarlos para seguiros?"

 

Forzado sigue a los interrogadores 

que lo llevan al Templo

 

"Te lo ordenamos. No eres tú quien mandas, sino el Templo y los jefes del pueblo. Si la soberbia de haber sido curado ofusca tu inteligencia para no recordar que somos los que mandamos, te lo recordamos nosotros. ¡Adelante! ¡Camina!"

"¿Pero por qué debo ir? ¿Qué queréis de mí?"

"Que des testimonio de lo que pasó. Es sábado. Se ha hecho algo en sábado. Se le considera como pecado. Pecado tuyo y de ese satanás."

"¡Vosotros sois los satanases! ¡Vosotros sois pecado! ¿Debo ir a acusar al que me curó? ¡Estáis borrachos! Iré al Templo a bendecir al Señor, y no a otra cosa. Por tantos años he vivido en la oscuridad de la ceguera. Mis cerrados párpados no hacían más que sombra a mis ojos. Pero mi inteligencia ha estado siempre en la luz, en la gracia de Dios y ella me dice que no debo hacer daño al Único Santo que hay en Israel."

"¡Basta! ¿No sabes que hay castigos para quienes resisten a los magistrados?"

"Yo no sé nada. Aquí estoy y aquí me quedo. No os conviene hacerme daño. Ved que todo Ofel está de mi parte."

"¡Sí, sí! ¡Dejadlo, chacales! ¡Dios está con nosotros, vosotros que matáis a otros de hambre, vosotros hipócritas!" La gente aúlla y amenaza con una de esas espontáneas manifestaciones populares que son la explosión de ira de los humildes contra sus opresores, o de amor para su protector. Grita: "¡Ay de vosotros si hacéis mal a nuestro Salvador! Al Amigo de los pobres. Al Mesías tres veces Santo. ¡Ay de vosotros! No hemos tenido miedo a la rabia de Herodes, ni a la de los Jefes extranjeros, cuando ha sido necesario. No tenemos miedo a la vuestra, hienas viejas, hienas desdentadas! ¡Chacales de uñas corvas! Roma no quiere tumultos y no oprime al Rabí porque Él es paz. Os conoce. ¡Largaos! ¡Largaos de los lugares que oprimís con diezmos pesadísimos para sus fuerzas. Y los queréis para saciar vuestra hambre y hacer negocios sucios. ¡Descendientes de Jasón! ¡De Simón! Verdugos de los verdaderos Eleazares, de los santos Onías. ¡Vosotros que aplastáis a los profetas! ¡Largo, largo de aquí!" La gritería comienza a subir de punto.

José de Arimatea, apoyado sobre una pared no muy alta, hasta ahora ha sido un atento pero inactivo espectador de los hechos. Con agilidad maravillosa para su edad, y pese a tantos vestidos y mantos como lleva, sube sobre la pared y grita: "Silencio, ciudadanos. ¡Escuchad a José el Anciano!"

 

José de Arimatea habla a la multitud

 

Una, dos, diez cabezas se vuelven en dirección a la voz. Ven a José. Gritan su nombre. Debe ser muy conocido, y el pueblo lo ha de querer, porque los gritos de ira se cambian en gritos de júbilo: "¡Es José el Anciano! ¡Viva! ¡Paz y larga vida al justo! ¡Paz y bendición al bienhechor de los miserables! ¡Silencio que va a hablar! ¡Silencio!"

El silencio llega despacio. Por algunos minutos se oye el ruido del Cedrón más allá del suburbio. Todas las cabezas están vueltas hacia José, olvidadas de los cinco mal afortunados e imprudentes que suscitaron el tumulto.

"Ciudadanos de Jerusalén, hombre de Ofel, ¿por qué queréis dejaros cegar de la sospecha y de la ira? ¿Por qué faltar al respeto y a las costumbres, vosotros que siempre habéis sido fieles a las leyes de los padres? ¿A quién teméis? ¿Teméis acaso que el Templo sea un Moloc que no devuelva lo que llega a él? ¿Acaso que vuestros jueces sean todos unos ciegos, más que vuestro amigo, ciegos en el corazón y sordos a la justicia? ¿No ha sido costumbre que un hecho prodigioso sea declarado, escrito y conservado por quien tiene obligación de cuidar de las Crónicas de Israel? Aun por amor al Rabí que amáis, dejad que vaya el que ha sido favorecido con el milagro a declarar lo que Él hizo. ¿Dudáis todavía? Pues bien, yo salgo garante de que ningún mal acaecerá a Bartolmai. Sabéis que no miento. Lo acompañaré como a un hijo hasta allá arriba y lo os traeré después aquí. Tened confianza en mí. Y no hagáis del sábado un día de pecado al rebelaros contra vuestros jefes."

"Tiene razón. No se debe. Podemos creerle. Él es un hombre recto. En las deliberaciones buenas del Sanedrín siempre está su voz." La gente se intercambia pareceres y termina gritando: "A ti sí te creemos. Te confiamos a nuestro amigo." Y se vuelve al joven: "¡Ve! No tengas miedo. Puedes estar seguro con José de Arimatea como si fuese tu padre o más" y se abre paso para que el joven pueda ir a donde está José que ha bajado del pequeño muro y mientras pasa le dicen: "También nosotros vamos. ¡No tengas miedo!"

 

José, con sus elegantes vestidos, pone una mano sobre 

la espalda del joven y se ponen en camino 

 

José, con sus elegantes vestidos, pone una mano sobre la espalda del joven y se ponen en camino. La túnica gris y pobre del joven, su pequeño manto, contrastan con al rica vestidura roya y el elegante manto de color oscuro de viejo sanedrista. Detrás de ellos vienen los cinco, y detrás muchos y muchos de Ofel...

Han llegado al Templo, después de que atravesaron las calles principales llamando la atención de muchos que señalan al ciego diciendo: "¡Ese es el ciego que mendigaba! ¡Ahora ya ve! ¡Tal vez sea uno que se le parezca! No. Es él y lo llevan al Templo. Vamos a oír" y la fila aumenta cada vez más.

 

José guía al joven a una sala, no al Sanedrín, donde hay

 muchos fariseos y escribas. 

 

José entra y con él Bartolmai y los cinco

 

José guía al joven a una sala, no al Sanedrín, donde hay muchos fariseos y escribas. José entra y con él Bartolmai y los cinco. A los de Ofel les echan las puertas sobre las narices.

"Aquí está. Yo mismo lo he traído. Yo asistí a su encuentro con el Rabí y a su curación. Os puedo afirmar que fue del lodo casual por parte del Rabí. Como oiréis de él mismo, fue llevado, o mejor, invitado a ir a donde estaba el Rabí por Judas de Keriot, a quien conocéis. Yo escuché, y también estos dos porque estaban presentes, cómo fue Judas el que tentó (a) Jesús de Nazaret a hacer el milagro. Ahora yo declaro aquí que si hay alguien que deba castigarse, no lo será ni el ciego, ni el Rabí, sino el hombre de Keriot, que -Dios sabe que no miento al decir lo que imagino- es el único responsable del hecho, porque él a propósito lo buscó. Eso es todo."

"Tus palabras no quitan la culpa al Rabí. Si un discípulo suyo pecó no debería pecar Él. Pero pecó curando en sábado. Hizo una obra servil."

"Escupir en tierra no es hacer una obra servil. Tocar los ojos de otro no lo es tampoco. Yo también toco a un hombre y no creo haber cometido un pecado."

"Él realizó un milagro en sábado. En esto está el pecado."

 

"Honrar el sábado con un milagro es gracia de Dios y de su

 bondad. 

Es su día. ¿No podrá el Omnipotente celebrarlo con un

 milagro que haga brillar su poder?"

 

"Honrar el sábado con un milagro es gracia de Dios y de su bondad. Es su día. ¿No podrá el Omnipotente celebrarlo con un milagro que haga brillar su poder?"

"No estamos aquí para escucharte. Tú no eres el acusado. A éste queremos interrogar. Responde, tú, ¿cómo obtuviste la vista?"

"Ya lo dije. Estos me escucharon. El discípulo de aquel Jesús ayer me dijo: "Ven y haré que te cure". Fui, pues. Sentí que me ponían lodo aquí y oí una voz que me ordenaba que fuera a Siloé a lavarme. Lo hice y veo."

"¿Pero sabes quién te curó?"

"¡Claro que lo sé! Fue Jesús. Ya lo he dicho."

"¿Sabes exactamente quién es Jesús?"

"Yo no sé nada. Soy un pobre y un ignorante. Hasta hace poco fui un ciego. Esto es lo que sé. Sé que Él me ha curado. Si lo ha podido hacer, no cabe duda que Dios esté con Él."

"¡No blasfemes! Dios no puede estar con quien no observa el sábado" gritan algunos.

José, los fariseos Eleazar, Juan y Joaquín hacen notar: "Tampoco un pecador puede hacer tales prodigios."

"¿También vosotros os habéis dejado engañar por ese poseso?"

"No. Somos justos. Y decimos que si Dios no puede estar con quien obra en sábado, tampoco puede el hombre sin Dios hacer que un ciego de nacimiento vea" dice con calma Eleazar, y los demás asienten a sus palabras.

"¿Y dónde metéis el demonio?" objetan airados y de mal talante.

"No puedo creer, ni tampoco vosotros lo creéis, que el demonio pueda hacer obras con las que se alaba al Señor" replica Juan el fariseo.

"¿Y quién lo alaba?"

"El joven, sus padres, todo Ofel y yo con ellos y conmigo todos los que son justos y santamente temen a Dios" objeta José.

 

"¿Tú qué dices del que te abrió los ojos?" 

"Para mí es un profeta. 

Más grande que Elías que resucitó 

al hijo de lA viuda de Sarepta. 

 

Porque Elías hizo volver el alma al cuerpo del niño. 

Pero este Jesús me ha dado lo que yo nunca había perdido,

 porque nunca lo había tenido: la vista.

 

Los contrarios, que no encuentran ya más argumentos, se dirigen a Sidonia, llamado Bartolmai: "¿Tú qué dices del que te abrió los ojos?"

"Para mí es un profeta. Más grande que Elías que resucitó al hijo de la viuda de Sarepta. Porque Elías hizo volver el alma al cuerpo del niño. Pero este Jesús me ha dado lo que yo nunca había perdido, porque nunca lo había tenido: la vista. Si me ha hecho los ojos en un instante sin nada, fuera de un poco de lodo, mientras en nueve meses mi madre con carne y sangre no logró hacérmelos, debe ser grande como Dios que con el lodo hizo al hombre."

"¡Lárgate, lárgate! ¡Blasfemo! ¡Mentiroso!" y echan fuera al joven como si fuese un condenado.

"El hombre miente. No puede ser verdadero. Todos están de acuerdo que quien nace ciego, no puede curarse. Será uno que se asemeje a Bartolmai, y que el Nazareno preparó... o bien... Bartolmai nunca lo ha estado."

Ante esta sorprendente afirmación, protesta: "Que el odio ciegue a uno, es cosa que se sabe desde Caín. Pero que haga estúpidos es cosa que no se había visto. ¿Os parece que alguien llegue a la flor de la juventud fingiéndose ciego para... esperar un posible suceso que meta ruido y un suceso muy futuro? ¿O que los padres de Bartolmai no conozcan a su hijo o se presten a una patraña igual?"

"El dinero lo puede todo. Ellos son pobres."

"El Nazareno es más que ellos."

"¡Mientes! Sumas de sátrapa pasan por sus manos."

"Pero no se detienen ni un instante en ellas. Esas sumas de dinero son para los pobres. Las emplea para hacer el bien, no para urdir mentiras."

"¡Cómo lo defiendes! ¡Y eres uno de los Ancianos!"

"José tiene razón. La verdad hay que decirla, cualquiera que sea el cargo que uno tenga" dice Eleazar.

 

Corred a llamar al ciego. Traedlo nuevamente aquí. 

Que vayan otros a la casa de sus padres 

y que los traigan aquí" aúlla Elquías

 

"Corred a llamar al ciego. Traedlo nuevamente aquí. Que vayan otros a la casa de sus padres y que los traigan aquí" aúlla Elquías, abriendo la puerta y ordenando a algunos que estaban esperando afuera. De su boca corre espuma de ira que lo ahoga.

Se le obedece. El primero que regresa es Sidonia llamado Bartolmai, sorprendido y de mal humor. Le ordenan que se quede en un ángulo y lo miran como una jauría de perros mirara su presa...

Después de algún tiempo, llegan los padres rodeados de gente. 

"Pasad. Los demás que se queden fuera."

Los dos entran espantados y ven a su hijo en el rincón, sano, pero como si estuviera arrestado. La madre gime: "¡Hijo mío! ¡Hoy debería ser un día de fiesta para nosotros!"

"Escuchadnos. ¿Es vuestro hijo ese joven?" les pregunta ásperamente un fariseo.

"¡Claro que es nuestro hijo! ¿Y quién queréis que sea sino él?"

"¿Estáis seguros de ello?"

El padre y la madre están tan atolondrados con la pregunta que se miran antes de responder.

"¡Responded!"

"Noble fariseo, ¿puedes pensar que un padre y una madre se engañen acerca de su hijo?" contesta con humildad el padre.

"Pero... podéis jurar que... Sí, que por ninguna suma de dinero se os pidió que dijeseis que este es vuestro hijo, cuando no es sino uno que se le asemeja?"

"¿Que nos hayan pedido? ¿Y quién? ¿Jurar? ¡Mil veces y por el altar y por el Nombre de Dios, si te place!" Es tan clara la afirmación capaz de convencer aun al más obstinado.

Pero los fariseos no quieren dar su brazo a torcer. Preguntan: "¿No nació ciego vuestro hijo?"

"Sí. Así nació. Con los párpados cerrados y dentro nada..."

"¿Y cómo es entonces que ahora ve, que tiene sus ojos y que sus párpados están abiertos? ¡No vais a querer afirmar que los ojos puedan nacer así, como flores de primavera, y que un párpado se abra como se abre el cáliz de una flor!..." dice otro fariseo y ríe sarcástico.

"Sabemos que este es verdaderamente nuestro hijo desde hace casi treinta años, que nació ciego. Cómo vea ahora, no lo sabemos, ni sabemos quién le haya abierto los ojos. Por otra parte, peguntádselo a él. No es ni un tonto, ni un niño. Ya tiene sus años. Preguntadle a él y os responderá."

"Mentís. Él, en vuestra casa, os contó cómo fue curado y quién lo curó. ¿Por qué habéis dicho que no sabéis?" grita uno de los dos que siempre habían seguido al ciego.

"Estábamos tan atolondrados con la sorpresa que no caímos bien en la cuenta" se excusan ambos.

Los fariseos se vuelven a Sidonia, llamado Bartolmai: "Acércate y ¡da gloria a Dios si puedes! ¿No sabes que quien te tocó los ojos es un pecador? ¿No lo sabías? Te lo decimos para que lo tengas en cuenta."

"¡Bueno! Será como decís. Yo no sé si es pecador o no. Lo único que sé es que antes estaba yo ciego y que ahora veo, y muy claro."

"¿Que cosa te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?"

"Ya os lo he dicho y me escuchasteis. ¿Queréis oírlo nuevamente? ¿Para qué? ¿Tal vez queréis haceros sus discípulos?"

"¡Bruto! Sé tú discípulo de ese hombre. Nosotros lo somos de Moisés. Y sabemos todo referirte de Moisés y cómo Dios le habló. Pero de este hombre no sabemos nada, ni de dónde venga, ni quién sea, y ningún prodigio del cielo nos lo señala por profeta."

"¡En esto está lo maravilloso! Que no sabéis de dónde sea y decís que ningún prodigio os lo señala como a un hombre justo. Él me abrió los ojos y ningún israelita de entre nosotros lo ha hecho jamás, ni siquiera el amor de una madre y los sacrificios de mi padre. Pero todos sabemos una cosa, tanto yo como vosotros, y es que Dios no escucha al pecador sino al que le teme y hace su voluntad. Jamás se ha sabido que alguien en cualquier parte del mundo haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento, fuera de este Jesús que sí lo hizo. Si Él no fuese de Dios, no lo hubiera podido haber hecho."

"Naciste sumido en el pecado, deforme en el espíritu, mucho más de lo que fuiste en tu cuerpo, ¿y pretendes enseñarnos a nosotros? ¡Lárgate, maldito aborto! Hazte satanás con el que te seduce. ¡Fuera, fuera, plebe estúpida y pecadora!" y arrojan afuera al joven, a sus padres, como si fueran tres leprosos.

Estos se van ligeros, seguidos de sus amigos. Llegados fuera de la muralla Sidonia y dice: "Decid lo que se os ocurra. ¡A mí que me importa! La verdad es que veo y alabo por ello a Dios. Vosotros sois unos satanases, y no el Bueno que me ha curado."

"¡Cállate, hijo! ¡Cállate! ¡No nos vayan a hacer algún mal!..." suplica su madre.

"¡Oh, mamita mía! ¿Te envenenó el alma el aire de esta, tú que cuando yo sufría me enseñaste a alabar a Dios, y ahora que te has encontrado con la alegría no sabes darle gracias? ¿Temes a los hombres? Si Dios me ha amado tanto y te ha amado que nos concedió un milagro, ¿no podrá defendernos de un puñado de hombres?"

"Tiene razón él, mujer. Vamos a nuestra sinagoga a alabar al Señor, porque de este Templo nos han arrojado. Vámonos aprisa antes de que termine el sábado...."

Y apresurando el paso se pierden entre las callejuelas del valle.

IX. 500-512

A. M. D. G.