LOS JUDÍOS HABLAN CON MARTA 

Y MARÍA

 


#Marta atiende a las visitas y les da la bienvenida   

#Euqueria fue de nuestra estirpe. Una verdadera mujer judía que nos honró a todos   

#Quieren saludar a Lázaro y Marta trata de evitarlo   

#¿No será tal vez que nos quieras ocultar algo, y que por esto no quieres que veamos a Lázaro y no nos dejas entrar en su recámara?   

#Para quitaros cualquier duda, que venga conmigo uno de vosotros que venga, si es que la vista de uno que agoniza no le desagrada y el hedor de su cuerpo no le provoca náuseas   

#María contesta a los reproches que le dirigen   

#¿Quién viene a ver a Lázaro? "Iré yo" dice con un suspiro de víctima Elquías   

#Marta responde: "Dios le ha perdonado. Y basta. No necesita de que la perdone cualquier otro. La vida que lleva ahora, es ejemplo para todos".   

#"Mi hermano no está leproso" grita Marta fuera de sí   

#Aconsejan a Marta y a María a que llamen al Maestro   

#El Maestro dijo que debemos esperar contra lo imposible, y sólo en Dios. ¡Así lo haremos! grita Magdalena  

 #¡Largaos de aquí todos! Marta tendría que hacerlo, pero os teme. Yo sólo tengo miedo de ofender a Dios que me ha perdonado   

#Marta teme que se venguen de ellas


 

Marta atiende a las visitas y les da la bienvenida

 

Aunque Marta está muerta de cansancio, no pierde su señorío al recibir visitas, al darles la bienvenida. Tan pronto como los ha llevado a una de las salas, da órdenes de que se les lleve refrescos que suelen beberse en tales ocasiones y que no les falte nada para que se sientan cómodos.

Los criados van aquí y allí sirviendo bebidas calientes o vinos exquisitos. Ofrecen frutas muy sabrosas, dátiles de color topacio, uvas secas algo así como nuestras uvas, en su ramo, miel. Y todo en jarras, copas, bandejas de mucho valor. Marta cuida atenta que a nadie se le descuide y que según su edad, o bien, según los gustos del individuo, a quien conoce, le ofrezcan los siervos lo que apeteciere. Cuando ve que un siervo se dirige a Elquías con una jarra llena de vino y una copa, le dice: "Tobías, no le ofrezcas vino, sino agua con miel y jugo de dátiles." A otro: "A Juan sí le gusta el vino. Ofrécele del blanco de uva pasa." Y personalmente ofrece al escriba Cananías leche caliente en que pone bastante miel: "Esto te servirá para la tos. te has molestado en venir, enfermo como estás, u en un día tan frío. Estoy emocionada de veros tan bondadosos."

 

Euqueria fue de nuestra estirpe. 

Una verdadera mujer judía que nos honró a todos

 

Quieren saludar a Lázaro y Marta trata de evitarlo

 

"Es nuestro deber, Marta. Euqueria fue de nuestra estirpe. Una verdadera mujer judía que nos honró a todos."

"Me llega al corazón la honra en que tenéis el recuerdo de mi madre. Referiré estas palabras a Lázaro."

"Queremos saludarlo. ¡Un amigo tan bueno!" dice Elquías, el hombre que es falso en todo.

"¿Saludarlo? ¡No es posible! Está demasiado agotado."

"¿Oh, no lo molestaremos! ¿O no es así, amigos? Nos basta con que le demos el adiós desde los umbrales de su habitación" replica Felipe.

"No puedo permitirlo. De veras que no puedo. Nicomedes no quiere que se le moleste en lo mínimo."

"Una mirada al amigo que está por morir, no lo puede matar, Marta" protesta Colascebona. "¡Sería muy triste que no se le pudiese saludar!"

Marta no sabe qué hacer. Mira a la puerta, para ver si viene en su ayuda María, pero no.

Los judíos miran su titubeo y Sadoc, el escriba, insinúa: "Parece como nuestra venida te haya desagradado."

"No. No, ¡en verdad! Tened en cuenta mi dolor. Hace meses que estoy junto a alguien que está muriendo... y no sé... me he olvidado de comportarme como en otros tiempos en las fiestas..."

 

¿No será tal vez que nos quieras ocultar algo,

y que por esto no quieres que veamos a Lázaro

 y no nos dejas entrar en su recámara? 

 

"¡Oh, no es una fiesta! ¡No pretendíamos que ni siquiera nos hubieses tratado como lo has hecho. ¿No será tal vez que nos quieras ocultar algo, y que por esto no quieres que veamos a Lázaro y no nos dejas entrar en su recámara? ¡Eh, eh! Todos lo saben. ¡Pero no tengas miedo! La recámara de un enfermo es un asilo sagrado para cualquiera, créemelo..." dice Elquías.

"No hay ninguna cosa que ocultar en la recámara de nuestro hermano. No hay nada escondido. En ella está sólo uno que agoniza. Al que no hay que dar ningún recuerdo que pueda molestarlo. Tú, Elquías, y todos vosotros, sois un recuerdo que a Lázaro no agrada" dice María con su clara voz, apareciendo en el umbral y apartando con su mano la cortina.

"¡María!" grita Marta suplicante, para contenerla.

 

Para quitaros cualquier duda, que venga conmigo uno de 

vosotros que venga, si es que la vista de uno que agoniza 

no le desagrada y el hedor de su cuerpo 

no le provoca náuseas

 

"No, hermana. Déjame hablar..." Se dirige a los demás: "Para quitaros cualquier duda, que venga conmigo uno de vosotros -será un solo recuerdo de tiempos pasados que vuelve a dar dolor- que venga, si es que la vista de uno que agoniza no le desagrada y el hedor de su cuerpo no le provoca náuseas."

"¿Acaso no eres tú un recuerdo que causa dolor?" pregunta irónicamente el herodiano, que no recuerdo dónde vi, saliendo de su rincón y poniéndose frente a María

 

María contesta a los reproches que le dirigen

 

Marta solloza. María mira como águila inquieta. Sus ojos brillan. Se yergue altanera. Olvida su cansancio y dolor que la encorvaban y con gesto majestuoso responde: "Sí. También yo soy un recuerdo, pero que no provoca ningún dolor, como dices. Soy el recuerdo de la misericordia de Dios. Y al verme, Lázaro siente que muere en paz, porque sabe que entrega su alma en las manos de la misericordia infinita."

"!Ah, ah, ah! ¡Esas palabras no las pronunciaste antes! ¡Tu virtud! Sólo al que no te conoce, puedes mostrarla..."

"No vas a ser tú a quien la muestra. Y sin embargo te la pongo ante tus ojos, para asegurarte que uno se convierte en lo que practica. En aquellos días, desgraciadamente, iba contigo, y era como tú. Ahora voy con el Santo y me he hecho honesta."

"Cosa destruida, no se reconstruye, ¡María!"

"Tienes razón. Tú, todos vosotros no podéis reconstruir el pasado. No podéis rehacer lo destruido. Tú que me causas asco. Vosotros que cuando sufría mi hermano, lo habéis ofendido y ahora, por un fin avieso, queréis hacer gala de que sois sus amigos."

"¡Que si eres audaz, mujer! Puede ser que el Rabí te haya arrojado muchos demonios, pero no te hizo mansa" interpela un cuarentón.

 

¿Quién viene a ver  a Lázaro? 

"Iré yo" dice con un suspiro de víctima Elquías

 

"Así es, Jonatás ben Ana. No me hizo débil, sino más fuerte de lo que puede ser un honesto, de lo que quiere ser el que ha vuelto al buen camino, del que ha roto sus antiguas ligaduras para rehacer una nueva vida. ¡Ea! ¿Quién viene a ver  a Lázaro?" Su tono es una orden. A todos los domina con su valor intrépido. Marta al revés está angustiada, con lágrimas en los ojos que suplican a María que se calle.

"Iré yo" dice con un suspiro de víctima Elquías, hombre falso cual serpiente.

Van. Los demás se dirigen a Marta: "¡Tu hermana!... Siempre de ese carácter. No debería. Tiene necesidad de que mucho se le perdone" dice Uriel, el rabí que vi en Giscala, el que arrojó piedras contra Jesús.

 

Marta responde: "Dios le ha perdonado. Y basta. 

No necesita de que la perdone cualquier otro. 

La vida que lleva ahora, es ejemplo para todos."

 

Al latigazo de estas palabras las fuerzas vuelven a Marta y responde: "Dios le ha perdonado. Y basta. No necesita de que la perdone cualquier otro. La vida que lleva ahora, es ejemplo para todos." Sin embargo pronto sus fuerzas se le acaban y se convierten en lágrimas. En medio de ellas gime: "¡Sois unos crueles! Con ella... conmigo... No tenéis miedo ni del dolor pasado, ni del actual. ¿Para qué vinisteis? ¿Para ofender y causar dolores?"

"No, Marta, no. Vinimos a saludar al gran judío que muere. No por otro motivo. No debes interpretar mal nuestras buenas intenciones. José y Nicodemo nos dijeron que estaba muy grave y por eso vinimos... como ellos, los dos grandes amigos del Rabí y de Lázaro. ¿Por qué queréis discriminarnos a nosotros que también amamos al Rabí y a Lázaro? No sois buenas. No vas a negar que vinieron con Juan, Eleazar, Felipe, Josué y Joaquín. Ni tampoco que Mannaén haya venido..."

"No niego nada, pero me sorprendo que sepáis todo esto tan bien. No me imaginé que aun el interior de los hogares estuviese bajo vuestra inspección. No sabía que existiese un precepto más de los 613, el de indagar, de espiar las intimidades de las familias... ¡Oh, perdonad! ¡Os ofendo! El dolor me saca de control y vosotros me lo aumentáis."

"Te comprendemos, mujer. Exactamente porque pensamos que estáis taladradas del dolor, hemos venido a daros un buen consejo. Mandad a llamar al Maestro. Ayer también vinieron siete leprosos a alabar al Señor, diciendo que los había curado. Llamadlo también para Lázaro."

 

"Mi hermano no está leproso" grita Marta fuera de sí

 

"Mi hermano no está leproso" grita Marta fuera de sí. "¿Por esto habéis querido verlo? ¿Para esto vinisteis? No. No está leproso. Mirad mis manos. Hace años que lo curo y no tengo nada. Tengo la piel enrojecida por los aromas, pero no tengo lepra. No tengo..."

"¡Calma, calma, mujer! ¿Quién te ha dicho que Lázaro está leproso? ¿Quién puede sospechar que hayáis cometido un pecado tan horrendo como es el de ocultar a un leproso? ¿Y crees que pese a vuestro poder, no os castigaríamos, si hubierais pecado? Somos capaces de pasar sobre el cuerpo de nuestro padre, de nuestra madre, de nuestra esposa e hijos con tal de hacer obedecer los mandamientos. Yo te lo digo. Yo, Jonatás de Uziel."

 

Aconsejan a Marta y a María a que llamen al Maestro 

 

"Es la puritita verdad. Ni más ni menos. Ahora te aconsejamos por lo muchos que te queremos, por el amor que tuvimos a tu madre, por el que tenemos a Lázaro, que mandéis llamar al Maestro. ¿Sacudes la cabeza? ¿Quieres decir que ya es demasiado tarde? ¿Cómo? ¿No tienes fe en Él, tu, Marta, discípula ferviente? ¡Eso está mal! ¿Comienzas también tú a dudar?" pregunta Arquelao

"Blasfemas, escriba. Creo en el Maestro como en el Dios verdadero."

"¿Entonces por qué no quieres hacer la prueba? Ha resucitado a muertos... por lo menos así dicen los rumores... ¿No sabes dónde está? Si quieres te lo buscamos, te ayudaremos" sugiere Félix.

"¡Eso no! En casa de Lázaro se sabe dónde está el Rabí. Dínoslo claro, Marta, e iremos a buscártelo, te lo traeremos y estaremos presentes al milagro para regocijarnos contigo, con todos vosotros" interviene Sadoc con muy mala intención.

Marta titubea, como si fuera a ceder. Los otros insisten. Ella replica: "No sé dónde esté... De veras que no lo sé... Hace días que partió y se despidió de nosotros como si fuera a estar lejos por mucho tiempo... Me sentiría consolada si supiese dónde está... A lo menos saberlo... Pero no miento, si digo que no sé..."

"¡Pobre mujer! Nosotros te ayudaremos... Te lo traeremos" promete Cornelio.

 

El Maestro dijo que debemos esperar contra lo imposible, 

y sólo en Dios. 

¡Así lo haremos! grita Magdalena

 

"¡No! No es necesario. El Maestro... A Él os estáis refiriendo ¿o no? El Maestro dijo que debemos esperar contra lo imposible, y sólo en Dios. ¡Así lo haremos!" grita Magdalena que regresa con Elquías, el cual se separa de ella y empieza a cuchichear con tres fariseos.

"Si está agonizando, porque lo que oigo" dice uno de ellos que es Doras.

"¡Y qué! ¡Que se muera! No voy a oponerme al decreto de Dios y no desobedeceré al Rabí."

"¿Y qué quieres esperar después de muerto, pedazo de tonta?" le pregunta con sorna el herodiano.

"¿Qué cosa? ¡La Vida!" Su voz es un grito de fe absoluta.

"¿La Vida? ¡Ja, ja! Sé sincera. Sabes muy bien que ante una verdadera muerte su poder es nulo, y como eres una necia amándolo, por eso no quieres que se eche de ver."

 

¡Largaos de aquí todos! Marta tendría que hacerlo, 

pero os teme. 

Yo sólo tengo miedo de ofender a Dios que me ha perdonado

 

"¡Largaos de aquí todos! Marta tendría que hacerlo, pero os teme. Yo sólo tengo miedo de ofender a Dios que me ha perdonado. Y por esto lo hago en lugar de Marta. ¡Afuera todos! En esta casa no hay lugar para los que odian a Jesús, el Mesías. ¡Afuera! ¡A vuestras cuevas tenebrosas! ¡Afuera todos! O haré que os arrojen mis siervos como a una banda de haraposos inmundos."

Está que arde de ira. Los judíos ponen pies en polvorosa, siempre cobardes. Magdalena parece un ángel airado...

La sala se limpia y los ojos de María, según van pasando cada uno ante ella, forman como la sombra de un yugo romano, bajo el que se doblega la altivez de los vencidos judíos. Se queda sola.

Marta se echa sobre la alfombra presa del llanto.

"¿Por qué lloras, hermana? No veo la razón..."

"¡Oh! Los has ofendido... te ofendieron... nos ofendieron y ahora... se vengarán... y ..."

 

Marta teme que se venguen de ellas

 

"Cállate, ¡tonta! ¿En quién quieres que se venguen? ¿En Lázaro? Primero tienen que deliberar y antes de que decidan... ¡Oh! Nadie se venga en un gulal (palabra hebrea que en sentido metafórico, significa: desperdicio, suciedad, oprobio). ¿En nosotras? ¿Tenemos necesidad que nos den de su pan para vivir? No nos tocarán nuestros bienes. Saben que Roma nos protege. ¿Sobre quién se van a vengar? Y aunque se vengasen, ¿no somos jóvenes y fuertes todavía? ¿No podemos trabajar? ¿No acaso Jesús es pobre? ¿No ha sido carpintero nuestro Jesús? ¿Si somos pobres y trabajamos, no nos pareceremos a Él? ¡Gloríate de llegarlo a ser! ¡Espéralo! ¡Pídeselo a Dios!"

"Pero lo que te dijeron..."

"¡Ah, ah! Lo que me dijeron. Fue la verdad. Yo misma me la digo. Fui una inmunda. Ahora soy una oveja del Pastor. Lo pasado ya murió. ¡Ea!, vamos donde Lázaro."

X. 9-13

A. M. D. G.